El sistema fuerza la “estampida” de los menores extranjeros

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La situación de Samuel, el menor extranjero no acompañado que acaba de lograr el permiso de residencia después de que estuviera a punto de ser expulsado como consecuencia de una innecesaria prueba de edad que forzó el Gobierno de Cantabria, le resulta familiar a Antonio Ruiz, fotógrafo que ha retratado en Melilla a los niños migrantes en un trabajo que puede verse en una exposición que se inaugura este mismo miércoles en La Vorágine.

Prácticas, “generalizadas” en todo el país, como estas pruebas de edad para buscar determinar la mayoría de edad, Que “no son fiables” ya que “tienen un margen de error de dos años” hacen que Antonio Ruiz señale ya directamente a “las personas físicas” responsables de tomar estas decisiones, “siempre se escudan en órdenes o normas”.

Un mundo desconsolado

Un mundo desconsolado

Ruiz se refería también a la “ocultación” a la Fiscalía por parte del Gobierno y sus servicios sociales de la partida de nacimiento de su país (el dato es importante ya que si el menor tiene documentación propia se la considera válida y hace innecesaria la prueba de edad): “si España reconoce a Camerún –el país de Samuel—como país con un gobierno legítimo con el que tiene acuerdos, a quien hay que pedir responsabilidades es a quien decide ocultarlo” a pesar de “saber que es ilegal”.

“Los gobiernos incumplen las leyes estatales, como la Ley del Menor, que dice que cuando un menor cruza la frontera pasa a tener residencia en España y depender de sus sistemas de protección”, advierte.

El fotógrafo enumera más medidas que sucede desde los distintos servicios sociales que deberían acoger a los niños, como la “violencia” que sufren en los centros de menores de Melilla y que hacen que no quieran estar allí, sumados a la “exclusión” del sistema educativo, o las “malas condiciones” que “se activan para provocar la estampida del sistema de protección”, que buscan “hacerlo insoportable” para “frenar el efecto llamada”.

El resultado es que se “expulsa a la marginalidad” a quienes no dejan de ser niños: en Melilla hay unos 200 niños en la calle “que sólo son visibles cuando se quieren justificar los índices de criminalidad” a pesar de que las estadísticas dicen que los menores están por debajo del 10% de esos índices.

En las calles sufren “violencia” que Antonio Ruiz describe en un sentido general: “es una violencia médica, sanitaria, social, y, en el caso de Samuel, violencia institucional” que hace que los menores “sobrevivan en las calles” entre “vejaciones e insultos”, de los que el mayor es “la absoluta indiferencia de la población”.

UN MUNDO DESCONSOLADO

Todo este panorama conforma “un mundo desconsolado” que Antonio trata de combatir a través de unos retratos que buscan “dignificar” a estos menores, “seres humanos” contaminados por un “lenguaje tóxico” que les “quita libertad”, como el propio término administrativo MENA (Menores Extranjeros No Acompañados) que “les anula”.

La exposición ‘Niños de la calle, un mundo desconsolado’ se inaugura este miércoles a las 19.30 horas en La Vorágine, espacio de cultura crítica en la calle Cisneros.

Las fotografías abordan el sistema de protección de menores de la Ciudad Autónoma de Melilla, que “ni es una referencia, ni tiene credibilidad alguna entre los menores no acompañados que acceden a España a través de dicha ciudad”.

Imágenes que cuentan que “decenas de niños se ven abocados a vivir en las calles, exponiéndose a abusos, vejaciones o tramas delictivas, víctimas de una sociedad capitalista y racista que atentan contra ellos”.

Las historias de niños que arriesgan sus vidas haciendo lo que ellos denominan “risky”, es decir, “intentar colarse de polizones en un barco que los lleve a la península, poder ir al colegio, conseguir documentación para ir creando una vida y un sueño lleno de libertad, como cualquiera de nosotros”.

El fotógrafo recuerda que “son niños que huyen del hambre además de otras situaciones de vulnerabilidad”, y reivindica que el Gobierno de España “tiene la obligación de garantizar su seguridad, su cuidado, su educación e integración”, tal y como establece la propia legislación española.

Son niños que “ríen, lloran, juegan y anhelan una vida plena y en libertad”. Porque como destaca Antonio Ruiz “las infancias nunca duran, pero todo el mundo se merece una”.

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