Las poetas tienen pene, los poetas tienen vulva…

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La profesora de la Universidad de Cantabria María Jesús González nos recuerda como «antes del diluvio patriarcal, el sexo y las prostitutas se asociaban al conocimiento, a la divinidad y al placer porque sí».

Cuenta como «según Commeleran, el origen de la palabra puta viene del griego budza, que en el siglo XI a.C. significaba sabiduría. Ishtar, la diosa babilónica protectora de las prostitutas, devino en Afrodita, la diosa más popular y venerada por el pueblo griego, que sabía mucho de cómo gobernar desde el lecho», y sin  ese sentimiento de culpa que el dogma religioso ha zurcido a cada mujer como segunda piel con la que desenvolverse en una sociedad donde desnudarse significa reproducir el pecado original.

Así, bajo la liturgia de los apóstoles del creacionismo moderno disfrazados de Hazte Oír y lemas como “Yo lo respeto pero eso no es normal”, se esconde un discurso de intransigencia que busca que ese “pero”  acabe calando en el imaginario colectivo y olvide que el respeto no entiende de peros, sino de derechos.

Derechos que a día de hoy siguen siendo conculcados y necesitan ser reivindicados cada día; gesto a gesto, verso a verso, palmo a palmo. Ser visibilizados para  impedir que ese “pero” haga mella hasta hacer de ellos identidades  mutiladas por el dogmatismo, el fanatismo, la ignorancia y la sinrazón.

No podemos olvidar que aún hay 72 países que persiguen las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo y que, en casos como Irán, Arabia Saudí, Yemen o Sudán, llegan a aplicar la pena de muerte. Los campos de concentración de Chechenia o el ajusticiamiento y ahorcamiento público, que los terroristas del Daesh hacen con las personas del colectivo LGTB, son solo algunos de los ejemplos más dramáticos de los extremos hasta donde pueden llegar los discursos del odio bajo la piel del “pero”:

Recuerdo la primera vez que una extraña me dijo en la playa que ya tenía edad de taparme. O la primera vez que vi a mi mejor amiga esconder una compresa en el fondo de la basura para que no se la tuviera que topar su padre al abrir el cubo. También la primera vez que llamaron “mariquita” a mi padre porque salía al balcón a tender. Y la primera vez que una vecina me dijo que no le hablara a su hija de cómo se tenían los niños. Recuerdo la primera vez que me llamaron machota por jugar al fútbol. La primera vez que un chico me estampó contra una pared y me obligó a besarle. Y, por supuesto, la primera vez que un exnovio me dio un bofetón por no querer volver él.”

 

«Porque en este autobús cabemos todxs» (Imagen diseñada por Jose Pedroso).

Es parte del relato “Recuerdo la primera vez…” que Barbijaputa escribió para Pikara Magazine y que nos habla de esas mini sociedades, de esos mini mundos de lo cotidiano en los que vivimos, nos educamos y nos relacionamos.  Y donde ese “pero…” demasiadas veces campa a sus anchas llenando con su duda el vacío que deja el silencio, cada vez que,  por una u otra razón, no nos atrevemos a nombrarlo o dejamos que otros lo etiqueten con su neolengua de esvástica. Con esa necesidad de tenerlo todo catalogado y compartimentado, cuadriculado, organizado y definido. Donde el estereotipo fagocite al individuo. Un traje hecho a medida de la ablación sexual, intelectual, cultural, moral y humana.

Ángela Sierra González nos recuerda, en su ensayo “Una aproximación a la teoría Queer: El debate sobre la libertad y la ciudadanía: Aquí estamos, somos rar@s acostúmbrate”  que  la palabra inglesa  queer  significa, en castellano, extraño, raro o curioso, invertido, tarado, desviado; un término de estigmatización usado para referirse a “anormales”, pero, también aplicado a transexuales, travestid@s o bisexuales, e incluso a heterosexuales con “conductas extrañas” fuera de la sexualidad normativa.

Una palabra que fue usada, en principio, como insulto al hacer visible esa culpa cosida, como segunda piel, casi nada más nacer, y que va creciendo a medida que lo hacen nuestros cuerpos y nuestros sentidos. Pero llega un momento en que las costuras aprietan tanto que buscamos la forma de hacerlas saltar por los aires. Y así los grupos estigmatizados se apropian de un término, en origen represivo y denigratorio, y lo convierten en un emblema de identidad disidente, continúa Ángela.

En la misma línea de lo que menciona  Judith Butler: “Queer es un término que aspira a que no tengas que presentar un carné de identidad antes de entrar en una reunión. Las y los heterosexuales pueden unirse al movimiento Queer…Queer no significa ser lesbiana…es un argumento contra cierta normatividad”.

De esta forma la palabra, el lenguaje y su uso se convierten en un acto subversivo de insumisión frente a un orden establecido de papales dados, de palabras marcadas, de etiquetas impuestas, de significados y significantes predeterminados, de “peros” llenos de intolerancia. Y, de esta forma, la poesía y el arte se reivindican como una forma de reapropiarse de ese lenguaje que excluye, que señala con el dedo y propone darle la vuelta a golpe de voz despellejada por los versos.

Porque las poetas tienen pene y los poetas tienen vulva este martes 4 de Julio (a las 20.30 en Eureka) comienza su viaje un “bus” en el que cabemos todas. Un bus que dice algo tan normal y revolucionario como: Hazte Oír: STOPLGTBFobia

Nota. Poema Visual de isidro Ayestarán: «Amor a Quemarropa»:

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