El McGuffin catalán

Tiempo de lectura: 10 min

||por JUAN MANUEL BRUN, abogado||

Sí, la cuestión catalana. Otra vez. Como en 1873, como en 1934, como otras muchas veces más en la historia española. Normalmente resurge con especial fuerza en situaciones de crisis profunda del país. Como si Cataluña creyera en España sólo cuando España es capaz de creer en sí misma. Somos como un espejo que le devuelve, en nuestras épocas más difíciles, la imagen de lo que no quiere ser. A veces pienso si la cuestión catalana no es solamente el eterno Mcguffin español, ya saben, un tema que distrae de la trama principal (la corrupción, la desigualdad, la falta de proyecto político y de ilusiones colectivas…) y que unos y otros utilizan porque no son capaces – o no quieren serlo –  de encarar y resolver los verdaderos problemas que tiene el país.

¡Ay, la cuestión catalana! Un conflicto que “solo puede conllevarse”. Una farsa numerosas veces repetida en la historia de España que amenaza hoy con convertirse en tragedia. Una vuelta de tuerca al famoso adagio marxista.

Y hasta aquí la lírica y la nostalgia. Toca decir algo concreto y claro. La claridad es la cortesía del filósofo, que decía Ortega. También lo debería ser del que expresa su opinión públicamente.  Sobre todo en aquellos temas que dividen de forma tan profunda. Pues bien, seré claro:  estoy en contra del referéndum, a favor de las actuaciones judiciales emprendidas (incluidas las detenciones de hace unos días) y a favor de un diálogo político posterior al 1 O.

¿Y por qué estoy en contra del referéndum? Porque es ilegal. Porque va contra la Constitución. Porque va, en fin, contra la democracia. En realidad aquí no hay una confrontación entre ley y democracia. Las leyes se votan en las Cortes, donde reside la soberanía popular, por lo que son una manifestación básica de la democracia. Saltarse la ley, pues, resulta profundamente antidemocrático. Esto no significa que las leyes sean sagradas e intocables. Lo que digo es que la ley es, por esencia, democrática. Por supuesto que en situaciones excepcionales en las que hay una minoría oprimida o violación sistemática de los derechos humanos es necesario -diría más bien obligatorio- desobedecer la ley, pero ¿es ese el caso de Cataluña? ¿La burguesía catalana – en realidad quien está detrás de este referéndum- es una minoría oprimida? ¿La lengua catalana está perseguida? ¿Se han violado en Cataluña sistemáticamente los derechos humanos? ¿No existe allí autogobierno?

El imperio de la ley es el imperio de la democracia, porque las leyes se aprueban en un parlamento democráticamente elegido -con todas las reservas que queramos hacer respecto a lo que a veces hacen con el voto nuestros representantes-. La ley sirve para regular la democracia, no para limitarla. Es como decir que las normas de tráfico limitan mi capacidad de conducir libremente y denunciar por ello que soy un conductor represaliado por la DGT. El Stop en realidad no limita mi conducción, sino que la protege. Protege mi conducción y la de los demás. Por eso no diría de alguien al que detienen por saltarse un Stop que es un preso político. Un poco por vergüenza intelectual y un mucho por respeto a los presos políticos de verdad.

El problema, dice cierta izquierda, es que la Constitución -la norma que en última instancia imposibilita hacer el referéndum al no permitir que una parte de un territorio decida por todos- no es legítima porque que no ha sido votada por la mayoría de los españoles (es obvio: no fue votada por los que no habían nacido o eran menores de edad en 1978) y porque se alumbró en un contexto de “ruido de sables”. No entran en general en el contenido de la misma, en si es o no una Constitución garantista de los derechos y de las libertades o si en la misma se posibilita o no el autogobierno de las distintas regiones. Quizá no sea una Constitución tan horrible cuando el propio Julio Anguita, en sus tiempos de parlamentario, la esgrimía en las Cortes como su programa de gobierno.

Y respecto a las circunstancias en las que fue concebida no olvidemos el contexto en el que nacen en general las leyes fundamentales de la gran mayoría los países. El evento constituyente se hace casi siempre en un clima especial, tras abruptas rupturas o conmociones del “statu quo” previo, en situaciones revolucionarias o postrevolucionarias, en contextos en general muy apasionados y, en algunos casos, tras procesos poco democráticos.

Así, por ejemplo, la Ley Fundamental de Alemania (que aún sigue en vigor) que fue dictada por los aliados en el año 1949; así también la Constitución francesa de 1958 (todavía vigente) que fue aprobada también en circunstancias difíciles, con la guerra de Argelia como telón de fondo y con un general De Gaulle casi plenipotenciario reforzando en ella sus poderes presidenciales; también, en cierta manera, la Constitución americana, aprobada en un contexto postrevolucionario, y que cumplió en 2017 doscientos cuarenta años de vida sin que se queje mucho  norteamericano de su legitimidad porque no pudo votarla ni él, ni su padre ni su abuelo. Y así podríamos seguir con otras muchas constituciones más.

Yo no voté la Constitución de 1978, pero sí la votaron mis padres. En un clima de tensión y apasionamiento, cierto, pero dentro de un marco (reciente y aún embrionario) democrático, por lo que sus normas deberían interpelar a todo aquél que se llame demócrata. La Constitución es el marco de convivencia que nos hemos dado entre todos y que ha permitido una convivencia pacífica los últimos 40 años.         Un marco que puede reformarse y mejorarse, pero que por respeto democrático no puede ser ignorado.

Las constituciones y las leyes no son sagradas, pero son al menos tan democráticas como la voluntad expresada en las calles por miles de personas, ya que esas leyes y constituciones tienen también el aval detrás de miles de personas. Entonces, ¿por qué ha de prevalecer la legitimidad de unos frente a la de otros? ¿Es más legítimo  lo hablado que lo escrito? ¿Por qué no es sagrada mi voluntad democrática expresada en una ley y sí debe serlo una voluntad democrática expresada en una plaza? ¿Qué pasa entonces, que la democracia es una cosa basada en las apariencias y que para ser más democrático tienes que ejecutar el happening más logrado? ¿En eso consiste ahora ser demócrata? ¿En apoyar a quien mejor escenifica sus convicciones? ¿De un hombre un voto pasamos a un grito diez votos?  ¿No es todo esto una perversión de la verdadera democracia?

Es cierto que resulta visualmente mucho más atractiva la escenificación callejera de la democracia, pero no es por ello más democrática que su escenificación normativa.

Expresado lo anterior, y rebajadas quizá las ínfulas de superioridad moral y democrática de algunos,  lo cierto es que el problema sigue estando ahí, porque la verdad y la razón triunfan no por ser verdad y razón, sino por la fuerza y la convicción que hay detrás de ellas. Creo sinceramente que en este caso los que tenemos la verdad y la razón de nuestra parte no tenemos la fuerza y la convicción (ni tampoco a nadie con la inteligencia política de Oriol Junqueras) necesarias para combatir las mentiras, los mitos y la decisión del independentismo catalán. Los que creemos en la democracia de verdad, en una democracia de fondo y no vestida de apariencias estamos profundamente divididos,  quizá también desmoralizados, con un temor cobarde de una gran parte de la progresía catalana y española a expresar sus opiniones por temor a sentirse estigmatizada por una parte de la izquierda (en algunos casos sectaria y en otros bienintencionada) ganada a la causa tribalista e insolidaria del Gobierno de Cataluña, porque lo que ve en las noticias le recuerda visualmente al Mayo del 68 o al 15 M, como una especie de cuadro de Delacroix viviente con el pueblo liberándose de sus cadenas.

Esta imagen es absolutamente falsa. Ni la libertad guía al pueblo en Cataluña ni el pueblo guía a la libertad. Si alguien cree que el procés es un producto espontáneo del “pueblo de Catalunya” (ente del que se ha apropiado el Govern y en el que al parecer sólo caben los buenos catalanes) y que ha desbordado a las élites tradicionales, es que tiene un profundo desconocimiento de la realidad catalana y de su historia. Junqueras, que la conoce en profundidad, lo primero que hizo fue pactar precisamente con esas élites.

No olvidemos que hace apenas seis años los partidarios de la independencia no llegaban al 20%. Después de varios años de manejo de las instituciones catalanas y de sus medios de comunicación públicos por parte de esas élites, la cifra supera actualmente el 45%.

Creo que en lo más profundo de la crisis la burguesía catalana pensó que España era una rémora y decidió, primero, forzar un cambio en el régimen fiscal (cupo a la catalana, que no consiguió) y luego soltar el lastre que, tal vez, suponíamos el resto de España. Esto, evidentemente, es una generalización (hay muchos matices que no caben en un artículo de estas características) pero no se aleja mucho, en mi opinión, de la realidad. El que conozca Cataluña sabe que nada se mueve de verdad allí sin cierto consenso de las élites catalanas de toda la vida.

Y aquí viene el dolor personal. Me siento consternado porque una izquierda a la que me siento muy cercano se ha dejado engañar de forma burda por las apariencias, desoyendo las máximas marxistas de no confundir la realidad con su apariencia.

Sé que las movilizaciones de los independentistas resultan atractivas, pero se basan en una gran mentira y vienen inspiradas por ideas insolidarias, egoístas y diría que en algunos casos casi xenófobas (no en sentido literal). No se nos olviden los chascarrillos de esa burguesía catalana (y no sólo de la más rancia) sobre los extremeños y los andaluces, por ejemplo. En muchas de sus declaraciones (estoy recordando una entrevista en El Mundo hace unos años a Oriol Junqueras) está latente esa sensación de superioridad que tienen respecto al resto de España y que articula una paradójica mentalidad colonial que debería sublevar a cualquier progresista.

Pretenden lo mismo que la Liga Norte, sólo que lo hacen de una forma mucho más inteligente. Es obvio que al final de todo este proceso debe prevalecer la cordura y abrirse un diálogo honesto entre ambas partes en el que pueda hablarse de todo y cambiar lo que entre todos decidamos que es necesario cambiar, pero mientras se consigue este objetivo tan básico – y hoy tan lejano- de que prevalezca la cordura y el diálogo, lo único que podemos pedir los demócratas españoles y catalanes es que al menos prevalezca la ley. Porque si prevalece la ley prevalecerá la libertad y la democracia. Justamente lo que reclama el Govern. Y así todos tan contentos.

 

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7 Comentarios

  • Juanjo Aizpeolea
    24 de septiembre de 2017

    Sinceramente Juanma, cuando tienes que gastar tanto espacio, tantos renglones para convencernos de tu posición es que realmente hay pocos argumentos. Mira, yo solo te pongo un ejemplo, en Escocia estaban aplastados, no tenían libertades, autogobierno? Pues nada aún con eso, querían referéndum y lo tuvieron y lo perdieron y no pasó nada. No tuvo que ir el ejército simplemente el gobierno hizo campaña por el NO que es lo que tiene que hacer un gobierno democrático y moderno, argumentar, convencer y sobre todo dejar a la gente expresarse…

    • Joaquín
      24 de septiembre de 2017

      Un gobierno democrático, antiguo o moderno lo que tiene que hacer es cumplir la Ley y hacer que se cumpla, incluso cuando no le guste, lo otro no es para nada democrático es solo hacer lo que un gobierno quiere, La Ley es para todos y se cambia ajustándose a la propia Ley por los parlamentarios de las Cortes Generales elegidos democraticamente y con garantías.

    • JUANMA
      25 de septiembre de 2017

      Hola Juanjo. Resulta paradójico decir que tengo pocos argumentos porque mis argumentos ocupan mucho espacio. Es más respetuoso decir que no estás de acuerdo con ellos que despreciarlos sin rebatirlos. Respecto a lo de Escocia apuntarte que durante varias legislaturas un partido netamente independentista (el partido independentista escocés) alcanzó mayorías absolutas con un programa claro a favor de la independencia. En Cataluña las anteriores elecciones se plantearon por los convocantes como un plebiscito y lo perdieron. No olvidemos tampoco que Escocia apenas cuenta con parlamento propio desde 1998 y que su autogobierno es mucho más limitado que el catalán por lo que es entendible, dada la negativa además del estado para ampliar sus competencias, que no vieran colmadas sus expectativas de autogobierno con las limitadas atribuciones de las que gozaban y optaran por una vía más expeditiva. Aparte de otras consideraciones históricas que no vienen al caso.

      • Juanjo Aizpeolea
        25 de septiembre de 2017

        Juanma deberías de saber que si los argumentos son de peso es muy fácil rebatir o convencer, de paradojas nada. Cuando tienes que decir que la constitución no la votaste tú pero la votaron tus padres…con lo fácil que es reconocer que tiene 40 años y está caduca en muchos temas y que se puede y debe cambiar, como la cambiaron algunos en una noche y sin consultar. Y ya no te hablo del contexto en que se promulgó, con ruido se sables, como bien sabes.
        Un saludo amigo.

  • Francisco Menéndez
    25 de septiembre de 2017

    Me gustaría oir, algo más concreto acerca de la obsolescencia o caducidad de la Constitución, por cierto heredera de todas las constituciones anteriores. Recomiendo que se deje uno caer sobre el Portal de la Constitución (web del Congreso de los Diputados), y en especial de la sinopsis de cualquiera de sus artículos, donde además de aprender algo de historia de España, puede uno entender la función y objeto de una constitución. Mis ideas no casan con el Título II, ni con el VIII, ni con la Disposición Transitoria Cuarta…y las condiciones fijadas en el Título X, para su reforma, me parecen excesivamente rígidas y exigentes…como abrupta la modificación del artículo 135.

    Pero una cosa es estar en desacuerdo con su contenido, considerar que ha sido superada por la realidad, que necesita ser mejorada, y otra decir, que está caduca, obsoleta, y demás,…cuando ella misma encierra la posibilidad democrática de su derogación o extinción, o como se quiera llamar, la finalización de su vida útil o de servicio, y en consecuencia abrir un nuevo período constituyente, para que podamos participar y ejercer el voto que no pudimos emitir en su día.

    Respecto al artículo, considero que tiene juntos, suficientes argumentos (comenzando por su título, y su introdución histórica…) para ser valorado y respetado…en especial esto último.

    Encierra además, una gran cualidad (independientemente de su extensión), su lucidez invita a ser leído hasta su última frase…al contrario de este comentario.

  • Carmen
    25 de septiembre de 2017

    Si estas pidiendo dialogo y no te escuchan, algo tienes q hacer. Los gobiernos de Madrid actuan con prepotencia y arbitrariedad. No se dialoga, solo se reprime.
    Estamos hartos de recortes, no hay dinero para ayudar a mujeres maltratadas, no hay policias para vigilarlas.El jueves gue el dia contra la explotacion de las personas ¿Cuanto se dedica a combatir ese negocio inhumano?
    Y de donde sacan el dinero y los policias para reprimir a gente q solo quiere expresarse?
    Es indignante y vergonzoso el despliegue de medios y dinero para reprimir

  • Fer
    25 de septiembre de 2017

    La legalidad la dan las urnas, votemos pues. Yo quiero decir no a la independencia, pero coño, déjenme decirlo a mi, no se apropien de mi voluntat.

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