Existir insistiendo

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“Lo opuesto a la existencia no es la no existencia, sino la insistencia”. La cita es del, entre otras especialidades, filósofo esloveno Slavoj Žižek. Y no solo se dice en el último trabajo de Matarile Teatro, sino que es una constante en sus propuestas escénicas. Así lo ha hecho saber una vez más con el espectáculo “Antes de la metralla”, que con Ana Vallés al frente, representó en la 28ª Muestra Internacional de Teatro Contemporáneo, en la Sala Medicina, de Santander.

En esta ocasión han sido dos las funciones, los días 9 y 10 de noviembre, por cuanto el escenario fue ocupado, tanto por el grupo artístico, como por los espectadores, acercamiento que forma parte del modo de concebir y realizar la función, con la consiguiente restricción en el número de espectadores, apenas 100.

Matarile Teatro

La sentencia de Žižek es uno más de los varios argumentos de autoridad, que no solo son ideas, sino que estas contienen el germen de una acción, si no revolucionaria, sí transformadora de la realidad, especialmente la artística, llamada a ser la madre de todas las transformaciones.

De ahí que la Compañía Matarile Teatro, atenta a la afirmación del esloveno, insiste en el modelo, que ya conocimos, cuando en la 26ª edición de la Muestra, presentó “Teatro invisible”.

Entonces escribí: “Ana Vallés imparte una lección de teatro, o representa un teatro-lección –teoría ilustrada con práctica o práctica transida de teoría- a un alumnado-público, que se ha elegido a sí mismo para ese papel, con el que comparte espacio escénico, en una invitación a plantearse su cometido en el hecho teatral”.

La autocita valdría también como resumen de lo presenciado en “Antes de la metralla”, si no fuera porque un resumen es siempre insuficiente, es más, lo deja casi todo sin decir. Y sobre todo porque Matarile da una vuelta, o más, de tuerca en su afán de transformación.

Es verdad que ambas propuestas participan de la misma intención, de la que el arte –el teatro- no se quede en mera apariencia esteticista. Pero la intención puede cumplirse optando por distintas situaciones. También es verdad que el modelo es muy parecido, si no igual, en ambos espectáculos. Pero los modelos pueden llevar ropajes de distintas firmas, para lucir en las pasarelas.

En “Antes de la metralla”, no faltan firmas de distintos pensamientos, que coinciden con la intención del elenco de artistas, que las exponen en un escenario, que es larga pasarela, por la que exhiben modos de entender el teateo, por parte de quienes, procedentes de diferentes disciplinas escénicas, no representan a personajes algunos, sino a sí mismos, con sus propios nombres.

Artistas que proceden de un público, que rodea la pasarela, a la que suben, como si de un desfile de modelos se tratara, como el mejor modo de hacer buenas, es decir, creíbles, sus propias experiencias –vividas o inventadas, que inventarlas también es una experiencia-, y las voces autorizadas, que tienen algo que decir, y tener en cuenta.

Lo que hacen sobre el escenario-pasarela es predicar con el ejemplo, hacer lo que dicen en sus márgenes, practicar como artistas lo que querrían presenciar como espectadores. Son varios y variados los temas motores: ¿identidad o identificación?, desmitificación, tanto de la tradición, como de la “rabiosa actualidad”, tácticas y estrategias, la pluralidad de expresiones sexuales…todo en clave de abierta, profunda y fecunda actitud crítica, que confluye en el ser y el cometido del teatro.

Es verdad que, antes de acceder al lugar de la representación, los espectadores nos encontramos a paso con algunos de los proyectiles, que expandirán metralla, pero no por eso deja de ser engañoso el título, que simula asistir a un ensayo, a los procesos de investigación para lo que será un espectáculo terminado y determinante.

Pero es tanto el apasionamiento que se pone en el empeño, que el ensayo es la propia representación. No se preparan los cañones para que disparen las bombas, sino que desde el primer momento se va expandiendo la metralla, a ráfagas de armas de repetición, y del calibre de la más sugerente dialéctica, porque cada quien dispara desde su posición de tiro: el de la artista plástica, clown y actriz gestual, Lara Contreras; el del director de escena y docente, Carlos Aledro; el de bailarina y coreógrafa, Mónica García; el de performer, Celeste González, antes Mauricio González; El de artista plástico y arquitecto, Jacobo Bugarín; el de directora de escena, investigadora teatral y activista en defensa de la educación pública, Ana Contreras; el de actor, bailarín, coreógrafo y docente, Ricardo Santana; el de investigador teatral, crítico y profesor universitario, Eduardo Pérez-Rasilla. Y, como una tiradora más, coordinando, más que dirigiendo, teorías y prácticas, Ana Vallés, autora, actriz, directora de escena, cofundadora de Matarile Teatro. Todos y todo iluminados por Baltasar Patiño, también escenógrafo y cofundador de la Compañía.

La relación detallada de los componentes del elenco habla por sí misma de la investigación, que precede a la representación, pero que en este caso ambas coinciden ante los ojos del espectador, que asiste, así, a una dialéctica teatral vanguardista, de estirpe aproximadamente surrealista, que compadece razón con corazón, cerebro con entrañas, reflexión con pasión.

Actores, que son sus primeros espectadores, desfilan por la pasarela, y hablan, se desahogan, citan –dentro y fuera de ella- cantan, se explican, hacen confidencias, bailan, se refirman, buscan la verdad de lo que dicen…con la naturalidad, en un espectáculo para nada naturalista, de quienes dice lo que les convence y actúan como son. Configuran, así, un espectáculo coral, declarada e irrenunciable la condición de cada uno. Un espectáculo en el que, a la calma de la palabra sigue el dinamismo de la acción, siempre atento a que “la acción se adecúe a la palabra”, toda una prueba de honestidad artística.

La fuerza de las músicas es metralla liberadora, así como las luces conforman una belleza plástica, que lo mismo enciende las palabras y las músicas, atravesando el espacio, que dibuja constelaciones de luminarias celestes, las del sueño del arte, que abren el escenario a un patio de butacas vacío, como en “Teatro invisible”, con el deseo de que en ellos se sienten espectadores, mal dispuestos a pensar lo que se les dicte desde el escenario.

Tengo para mí que todo apunta a que Matarile Teatro persigue una transformación del teatro, transformando a los espectadores, invitándoles a pasar por un aprendizaje como espectador en el escenario, que le permita volver al patio de butaca con las garantías de un espectador con criterio. Por la existencia del teatro. Por insistencia no queda.

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