Vida en la Noche de los Muertos

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Es una tentación artística convertir en personajes a personas que fueron artistas, y más si son mujeres, con obra dotada de luz propia, que tiene que buscar su lugar para alumbrar, y relacionadas sentimentalmente con artistas, que son hombres, con obra dotada de luz cegadora en el mundo del arte, que para ser genio hay que ser hombre.

La teatrería Abrego realiza sesiones extra de esta función sobre la vida de Frida Kahlo.

Me viene al recuerdo “Blanc d´ombra”, espectáculo exquisito, que la coreógrafa y bailarina Marta Carrasco le dedicó a la escultora Camille Claudel, a la que cayó en suerte, por obra del azar, ser hermana del afamado poeta Paul Claudell, católico y enamorado de su hermana. Y por deseo propio se enamoró del gigante de la escultura Auguste Rodin, a cuyo sol fue realizando y difundiendo su propia obra. Las infidelidades del amante sumieron en la depresión a Camille, que por un tiempo siguió trabajando en obras que exorcizaran su pesar, hasta llegar a la destrucción de gran parte de ella, recluida en un centro de salud mental, reduciendo a ruinas su belleza y la de sus esculturas.

Si resumo este recuerdo es porque otra mujer, provocadora involuntaria de tratamiento artístico, y que alguna semejanza guarda con la escultora francesa es la pintora mexicana Frida Kahlo, a la que evoca la actriz, también mexicana, Marisol Salcedo, poniendo en escena el texto de Humberto Robles, “Frida Kahlo. Viva la vida”, con la que los días 10 y 11 de noviembre avanzó hacia su final la III Muestra Internacional de Teatro MUJERES QUE CUENTAN, en La Teatrería de Ábrego.

No debe de ser sencillo ir más allá, es decir, más adentro de una persona para hacer de ella un personaje, trascendiendo lo anecdótico de su biografía -lo vivido-, para a través de ello alumbrar su espíritu y sus entrañas, -lo “vivenciado”-.

El empeño de la actriz mexicana no ha alcanzado, en opinión de este espectador, ese objetivo, sin que por ello no haya mostrado los avatares de una mujer tan rica en ellos, como Frida Kahlo. El texto quiere hacerse con todos, y encerrarlos en el tiempo de una representación de poco tiempo, lo que provoca que muchos se digan como meros datos de enciclopedia.

Así, los encuentros con Rockefeller, o con Trotsky, acogido por Diego Rivera, y con el que insinuó, más que se sugirió, su enamoramiento. Lo mismo que la aproximación de su obra a un A. Breton, que la quiso surrealista, contra el sentir de la pintora, que se pinta a sí misma en su vida, y no en sueños…Un repaso al vuelo por momentos y personas, sin atender a su alcance existencial.

Dos son las circunstancias vitales que ocupan el grueso de la función, que se repiten, y que determinaron, más que condicionaron, los trabajos y los días de Frida Kahlo. Una, la temprana aparición de la polimielitis, para ser víctima, no mucho después, de un accidente de tráfico, por el que con el tiempo acabaría sin su pierna derecha, y con su columna apuntalada. Y el otro, la relación emocional con el gigante muralista mexicano Diego Rivera, cuya relación tiene más de un parecido con la de Camille Claudel y Auguste Rodin.

Ambas compartían más preferencias artísticas, que tiempo de convivencia, y la parte más débil, por imperativo machista,  y sin perjuicio de que ellos avalan sus obras, vieron debilitados sus cuerpos y sumidos sus espíritus en la zozobra, por lo que entre cuerpos y espíritus se estableció ese equilibrio inestable, que mantiene a la persona en la existencia.

Y en esa cuerda floja se meció la vida de la pintora mexicana, entre devaneos amorosos, en réplica a los de su, por dos veces, marido, y viajes a NY y París, que siempre le merecían opiniones irónicamente displicentes. Todo ello sale a relucir someramente en “Viva la vida”, que también podría leerse en clave irónica, si no fuera porque la vida fue su otro amor, a pesar de que, o precisamente porque, llegara un momento en el que quiso quitársela, extremo que “Viva la vida” obvia.

En un escenario, presidido por un retrato de Diego Rivera, el personaje prepara la llegada de sus muertos, pues es la noche en la que cada quien espera a los suyos, un acontecimiento de larga implantación en la cultura mexicana.

En ella no faltan los elementos que exige la tradición –calaveras aromáticas, presidida por la elegante Catrina, el pan de los muertos… Mientras prepara los alimentos preferidos por los inminentes visitantes, como la superstición manda, da rienda suelta a los pe(n)sares y sentires de su personaje, alterado todo por el retrato de un omnipresente en su ausencia Diego Rivera, del que el personaje reniega y al que requiebra, le desea y le rechaza, le declara su amor y le espeta su desdén, la alegra la vista con vistiendo trajes típicos, que le gustan….

Y entre trago y trago –a veces a morro- de tequila y mezcal, componentes de las noches de los muertos y de la noche oscura del alma de Frida, espera la llegada de su muerto más vivo, al que cree ver aparecer a cada ruido, sin que aparezca.

Con profusión de un léxico y unos giros lingüísticos propios del español que se habla en México, la intérprete hace, por un lado, un uso excesivamente alto de su voz, y, por otro, escaso uso de los tonos y modulaciones de voz, que maticen los distintos estados de ánimo, que emanan de la conjunción entre el dolor del cuerpo y el sufrimiento del espíritu, si bien pudiera ser que la actriz haya optado por hacer predominar en su actuación el sentimiento de rebeldía del personaje, algo que tampoco justificarían las voces.

En cualquier caso, el decir en alta voz adolece de monotonía, con algún momento en el que la voz se acompasa con la palabra, cuando esta requiere sosiego. Fugaces momentos, de un repaso a la vida en la noche de los muertos. La ironía está servida.

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