Libia: aguas turbulentas

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Volvió a ocurrir, el pasado viernes. Durante su huida por el Mediterráneo, otros 90 refugiados (no “inmigrantes”, como se les suele designar en la prensa y noticias) perdieron trágicamente la vida, mientras buscaban alcanzar el continente europeo, en aras de un futuro mejor; lejos de las múltiples guerras que descuartizan África. Y es el Órgano de Gobierno del viejo continente (la Comisión Europea), el que ha dado la espalda de un modo obsceno, a las víctimas de estos conflictos.

Los refugiados siguen lanzándose desesperados al mar.

El día 17 de este mes se cumplirán siete largos años del inicio de la guerra civil en Libia. El derrocado dictador, Muammar Gaddafi (aunque nunca se pensó en qué habría el día después de la caída de su régimen), lo advirtió: “No me hace falta guerrear: Enviaré oleadas de refugiados de todo tipo, desde Canarias a Lampedusa”. Palabras por desgracia, proféticas.

En una de las peores crisis humanitaria del siglo XXI, la comunidad internacional está inoperante. Se usa el miedo al mal llamado “Estado Islámico” para cerrar fronteras y establecer controles o “cuotas” de entrada de gente que huye con lo puesto de acontecimientos bélicos, que en 2017 se llevaron la vida de entre 120.000-270.000 almas; según varias ONG’s.

Si bien, el caso de Siria es sin duda alguna, terrible, la opinión pública parece que, desde 2012, tras el asalto del consulado de EEUU en Benghazi por milicias islamistas, se ha olvidado completamente de Libia. Un estado fallido, a fecha actual. Donde la violencia y señores la guerra, campan libremente. Junto a que nos encontramos ante dos Parlamentos, a cada cual más ilegítimo y que son enemigos irreconciliables (uno en Tobruk, el “alternativo” en Benghazi).

Llegado el momento presente, hasta el ex relator de la ONU, el español Bernardino León, junto a su sucesor, Martin Kobler admitieron el desastre global. Unido a ello, la actual administración estadounidense, deseosa de romper con el pasado de Barak Obama -que admitió su error, al invadir Libia-, ha optado por dar todo el poder en modo subrepticio; a un antiguo general Gaddafista (Khalifa Hafter, posteriormente, enfrentado a la figura del “Gran Guía”). Igualmente, durante el caos de la desaparición de la “Jamahiriya” («Estado de las Masas”, un término acuñado por el Coronel Gaddafi, en el año 1977), más de 120 toneladas de armas ligeras o misiles antitanque desaparecieron sin dejar trazas o rastro.

Algunas, llegaron a otros focos de conflicto (Yemen, Siria, Eritrea, Somalia, República Centroafricana). Otras permanecen en el país, siendo usadas por las no menos de 73 milicias de todo tipo -desde fundamentalistas a mercenarios de todo tipo-, que ya han dividido o “balcanizado” de facto, al país; en tres regiones. El nivel de vida ha caído en picado. La falta de ingresos por petróleo (los principales campos de crudo, están siendo controlados por las milicias mentadas en líneas anteriores) privó a la población autóctona, de su nivel de vida previo a 2011 (un PIB de 10.000 € per cápita, aproximadamente, el más alto del continente africano).

Una política similar a los decretos de L. Paul Bremmer en Irak, pero nunca citada en prensa o noticias; liquidó al funcionariado y militares del antiguo régimen. Una vez más, la falta de expectativas, recelo a los nuevos estadistas -en muchos casos, en exilio desde mas de tres décadas, o vinculados a la red Al Qaeda- y futuro incierto, empujó a miles de jóvenes (el 68% de un país de unos 6.2 millones de habitantes) a engrosar las filas de milicias de todo tipo. No por ideología afín. Si no por la búsqueda de un salario, el cual era inexistente, en un estado que acababa de ser desmantelado por completo.

No ayudó para nada la intervención aérea de Egipto, el cual acusó a Libia de dar cobijo al tristemente conocido “Estado Islámico”, grupo que decapitó a 15 rehenes egipcios de credo copto, en febrero de 2015. Y, para finalizar, toda esta aberración de crisis, los informes de Amnistía Internacional, de fines de 2017 pusieron un suceso espeluznante, sobre la mesa. En Libia hay redes de tráfico de esclavos (principalmente de la región subsahariana, de origen nilota, antiguamente se conocía esté hábito como “negreros” o “stock de coque”).

Suena a algo ya conocido, a sabiendas de las redes de tráfico humano, dispersas por todo el globo, desgraciadamente. Pero en dicho país es aceptado por una población local, la cual, harta de la falta de perspectivas a corto plazo, ha tejido una alianza endemoniada en busca de mejorar sus ingresos. Ligado a ello, se encuentran las acusaciones de explotación sexual -femenina y masculina-, maltrato, chantaje a las familias de los secuestrados y un largo índice de brutalidades.

Francis Fukuyama habló en 1992 de “El Fin de la Historia y el último hombre”. Se equivocó. La Historia (funesta) de sitios como Somalia, Etiopía o los Balcanes, se repite de modo sangriento. Nuevamente. Por desgracia, no se sabe cuando terminará.

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3 Comentarios

  • SONIA
    7 de febrero de 2018

    Felicidades …Muy claro y bien explicado

    • Sergio Nicás
      8 de febrero de 2018

      Enhorabuena Doctor!!

  • Luz Carretero
    8 de febrero de 2018

    Te felicito Mariano por tu artículo tan bien descrito, histórico y también de actualidad, aportando cantidad de datos que ayuda a que entendamos bien la situación terrible que permanece en nuestros días. ¡Enhorabuena, Experto!!

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