Miedo y poder

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No se trata tanto del miedo al poder, como del uso que quienes lo ejercen hacen del miedo como eficaz arma para gobernar, que mantiene a los gobernados bajo su dominio, tanto, que ya no les importa que se hayan dado cuenta. La otra herramienta de trabajo, junto con el miedo, de la que se sirve el poder son las estadísticas. Pero en la obra de teatro “El año de Ricardo”, su autora, Angélica Liddell, se limita a las estadísticas de muertos, producidos por el poder, en guerra y en paz, que es la estadística que más miedo mete.

Ricardo I (Foto: Aúreo Gómez)

Inspirado en el personaje shakespiriano, el rey Ricardo III, tan deforme como cruel, sin que su crueldad deba atribuirse a su deformidad, Angélica Liddell escribió un texto, que ella misma dirigió e interpretó, en el que Ricardo puede ser cualquiera que tenga en sus manos el poder de gobernar un pueblo, y el año es cualquier año de un tiempo histórico cualquiera.

Contra ellos va un texto vigoroso y lúcido, expresado con un lenguaje de vertiginoso ritmo poético, con el que la dramaturga lleva a los escenarios los modos perversos del poder, no por legitimados menos injustos y despiadados, que tienen un arma, tan persuasora como disuasoria en el miedo, bien aplicado en una sola dosis de terror –regímenes totalitarios-, bien administrado el veneno oportunamente y a conveniencia –democracias. En amenazas como la del “cambio climático”, o la del “terrorismo”, o la de las “crisis económicas”, tiene el poder, hoy reducido al financiero, del que los gobiernos son meras jefaturas de negociado, sus coartadas para difundir el miedo impunemente.

Pero no solo el poder y quienes lo detentan están en el punto de mira de un texto que se defiende atacando al miedo con rabia. También nos hace ver que entre el súbdito medieval y el ciudadano postrevolucionario ya no hay diferencias esenciales, que la responsabilidad del ciudadano es mayor, por cuanto el súbdito es víctima involuntaria del miedo, en tanto que el ciudadano ha devenido consentidor, dador de un poder, que se vuelve, con más frecuencia de lo deseable, contra él, aunque no faltan quienes del miedo se aprovechan y colaboran en su administración.

El texto denuncia, de forma tan descarnada como poéticamente vehemente las prácticas criminales de las tiranías, pero también los tics malvados de formas de gobierno maquilladas de democracia, y lo hace en forma de torbellino poético. Un texto que es una tentación a la que más de un actor y una actriz, sin contar a la autora, no se han resistido.  Por ejemplo, Paco Ventura, quien los pasados 23 y 24 de marzo lo ofreció en el escenario de La Teatrería de Ábrego, dentro de la IV Muestra Internacional de Teatro Unipersonal SOLO TÚ. No es fácil el empeño.

En el escenario dos elementos de claros expresividad y significado: unos libros, que el personaje desprecia y arroja lejos de sí, que al poder lo que le da miedo es la toma de conciencia crítica, por lo que tiene en la lectura y el estudio, que incitan a pensar, uno de sus más temidos enemigos. Y unos muñecos que cuelgan descuartizados sobre su cabeza -¿sobre su conciencia?- símbolos de lo más terrorífico del poder, que son las guerras, en las que nunca mueren ninguno de sus promotores, todos culpables, pero sí sucumben inocentes, entre ellos muchos niños, como sabemos cada día.

Y en medio de la barbarie, señor de la guerra, pero a salvo, el personaje de un rey deforme y enfermo, ahíto de muertes y coronado con corona de balas, encarnación de la enfermedad y la deformación del poder, que da tanto miedo como un fantasma con instinto criminal, excepto a quienes se arriman a su sombra y sacan provecho, pues las guerras no las motivan ideologías, sino intereses.

En la representación se ha ralentizado la velocidad de crucero sobre el escenario de un texto frenético, que ha condicionado el trabajo del actor, en cuya actuación ha predominado una cierta parsimonia que no se compadece con la exaltación y sensación de vértigo, que provoca la mera lectura del texto. Su mayor mérito es el de haber presentado, por momentos, al personaje como víctima de sus propias armas, como alguien que es destinatario del miedo con el que aterroriza, como si una bomba fuera a explotar en sus propias manos, pero que justo antes de explotar se repone, la lanza, y mata. También a niños. Y no solo figuradamente, poniéndoles en riesgo de exclusión social, so pretexto de crisis. Los mata de verdad, que, entre otras cosas, para eso están las guerras. Sus guerras.

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