La guerra empieza aquí

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Hay canciones populares, de esas que desde pequeños canturrea el subconsciente colectivo, como banda sonora que te acompaña toda la vida donde están las llaves matarile, rile, rile, donde están las llaves, matarile, rile, lo, chin, pon. Hay llaves que van dentro de un barco de bandera pirata, pero de no de esos piratas con parche en el ojo y cara de malo, como decía Sabina en su canción, o de o esos con la mano negra marcada por una mancha maldita como de Louis Stevenson y su” Isla del Tesoro”, ni si quiera piratas que no querían ser piratas,  pero las circunstancias les llevó a ello, como le ocurría a Marlon Brando y sus amotinados de la Bounty.

Si fueran este tipo de piratas las llaves estarían a salvo y quizás el fondo del mar no estaría llenos de cadáveres sin nombre. Sin embargo,  estos piratas contemporáneos vienen con papeles legales, con permisos sellados, con licencia de “atracar”  a los desarmados. A quienes no saben matar porque ya los han matado, a quienes no pueden luchar porque están enterrados, a quienes ni si siquiera se les obliga a ser soldados de uno u otro bando;  qué más da, el negocio de las armas es el más “democrático” del mundo. No hace distinciones, no discrimina.

Los billetes, con la calavera impresa en su papel mojado, se convierten en la bandera de quien habla de negocios cuando en realidad significa muerte, de quien habla de transacciones comerciales cuando en realidad significa muerte, de quien habla de relaciones comerciales, cuando en realidad significa muerte.  Cuando muerte significa asesinato.

 

Miembros de Pasaje Seguro se manifiestan bajo el lema «La guerra empieza aquí»

 

Y así, estos piratas modernos no se parecen en nada a los piratas de la literatura o el cine. Se visten de geoestrategia y relaciones internacionales y su bandera solo depende del precio. Y  la vida, la venden, la cambian, la empeñan, la hacen saltar por los aires. La encierran en un ataúd y tiran las llaves al mar, matar rifle, rifle, rifle, sin importarles nada donde están, sin importarles nada que pecho atraviesa la próxima bala fabricada en sus fábricas, sin importarles nada que cuerpo hará saltar por los aires la granada fabricada en su fábricas, sin importarles nada a quien reventará el próximo arma fabricado en sus fábricas. Sin importarles nada quien aprieta el gatillo que ellos fabrican, a quien rompe en pedazos la bomba que ellos facturan.

Junto al barco fondeado en las costas del cantábrico, cerca de las playas del Sardinero, en Santander, a no demasiadas millas de los barcos y veleros que transitan una de las bahías más hermosas del mundo, hay un barco que hace escala antes de continuar su viaje. En su interior lleva armamento que luego será utilizado para matar a civiles inocentes. Y esa imagen rompe el cuadro de bucólica pincelada de esa Santander de terraza y baños de ola, que quiere parecerse a esas pinturas Monet de “La terraza de Sainte Adresse,” en el puerto de El Havre, donde la luminosidad de sus pinceladas parece que quisiera cegar esa parte de la realidad tan incómoda que nos vuelve ciegos. Donde las sombras no se ven: “Una muerte más no puede fastidiarme esta hermosa puesta de sol” podría ser el lema que acompañe el pie de foto del barco atracado en las costas de Santander.

 

¿Que es lo que se ve desde «Las terrazas» de Santander? (La terraza de Claude Monet)

Un barco que nadie parece ver porque lleva su bandera escondida, un barco  invisible,  como menciona en su artículo el historiador Mariano de Miguel, y cuyo casco parece pintado con ese barniz de normalidad que ofrece un contexto al asesinato, a la muerte, a la violación constante de los derechos humanos con forma de legalidad internacional y de no es nada personal, son negocios.  Como si la niebla se hubiera levantado de repente y fuera tan espesa que no pudiéramos ver lo que hay detrás de un barco cargado con armas y explosivos. Como si esa “niebla”, igual que la de la novela de Stephen King,  no nos dejara ver a los monstruos que la habitan, las monstruosidades que se van a cometer con esas armas.  Y, sin embargo, ahí está a plena luz del día y parece mezclarse con los cargueros, veleros, barcos y yates que se dejan llevar por las olas del sardinero y que desde las terrazas a pie de playa podemos contemplar completando las pinceladas de nuestra bucólica ensoñación costumbrista. Donde costumbrismo significa acostumbrarnos a todo.

Miembros de la Plataforma civil Pasaje seguro & Cantabria con las personas refugiadas llevan semanas rasgando ese tapiz de normalidad que hace que ni siquiera fuéramos conscientes de lo que estaba ocurriendo. De lo que hay tras esa pincelada de normalidad, tras ese barniz de impunidad.  Llevan semanas denunciando como al puerto de Santander llegan barcos cargados de armas; de armas que matan, porque las armas matan. Y, de repente, la pincelada se tiñe de rojo, de un púrpura tan amargo que se nos atragantan las rabas, o el café de media tarde. Y, de repente, algo no encaja en el cuadro. Y, de repente, la niebla se disipa de golpe y lo vemos todo claro… ¿Lo ves? ¿Ves lo que está pasando?

La Guerra empieza Aquí

 

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