Amelia Tiganus, superviviente de trata: “Los prostíbulos son campos de concentración”

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Los estereotipos, la complicidad y la tergiversación del lenguaje. Son tres de las cuestiones que tanto daño hacen a las víctimas de la trata de mujeres que, con ayuda de asociaciones y colectivos, buscan acabar con este negocio de la carne y el sufrimiento de millones de mujeres en el mundo.

Sobre estereotipos sabe mucho Amelia Tiganus, superviviente de trata y activista en Femenicidio.net, que lo vivió en su cuerpo, en su mente, y que desde entonces se dedica al activismo para denunciar el gran negocio que convierte en España a los proxenetas en empresarios de la noche, sin ninguna ley que les castigue. “La policía saca a unas chicas de la trata y por otra puerta entran otras tantas. No hay ningún tipo de control”, denuncia.

Salón de E.T.S. Náutica llena para escuchar el testimonio de Amelia Tiganus.

Este miércoles ha llegado a Santander a romper moldes y ponernos la cara roja de vergüenza. A todos. Porque nos ha hecho cómplices como sociedad y como Estado. El salón de la E.T.S. de Náutica de la Universidad de Cantabria se ha llenado de mujeres y hombres (sobre todo mujeres) para escuchar su testimonio y sus denuncias.

Ella rompe el estereotipo y se enorgullece de ello, porque lo último que quiere es que ningún medio la presente como la pobre víctima. Lo fue, pero en su mirada se percibe que no se acabó con su espíritu ni su lucha. “Es otra parte del discurso, o eres la víctima perfecta o no eres víctima. O te resistes, y pueden matarte, o, si no lo haces, entonces a ver por qué no”.

En su exposición señala absolutamente a todos, comenzando por lo proxenetas y siguiendo por los puteros, pero continuando por la sociedad, los Gobiernos y el mismo sistema, incluidos los medios de comunicación.

“Si no acabamos con los cómplices y las complicidades que hacemos con el día a día no conseguiremos la justicia social”, reivindica, añadiendo que aún falta mucho para que se le dé la misma importancia y tenga la misma gravedad para una madre o un padre que su hijo vaya de putas a que si consume drogas o alcohol. “No está visto con la misma gravedad, y por ello falta formar, sensibilizar y señalar. Porque lo que está mal hecho, hay que señalarlo”.

“EL SISTEMA FABRICA A LA PUTA”

Amelia ha contado su historia precisamente para acabar con el estereotipo de secuestros y tráfico de mujeres, que también lo hay, en la prostitución y la trata. Porque la realidad es más compleja y más dura.

Por ello hay que ponerse en la situación de una adolescente con los mismos sueños y expectativas que cualquiera a su edad; y que a los 13 años sufrió una violación grupal, tras la cual la sociedad la abandonó, la señaló y la tachó de puta. La peor pesadilla vino después, cuando la iban a buscar al colegio, la perseguía y ella acabó resignándose al papel que la habían impuesto y se dejaba violar con los ojos cerrados, esperando a que pasara pronto y sin oponer resistencia para evitar palizas.

“Así el sistema fabrica a las putas”, revela. Tras eso, a los 17 años en su mente ya tenía normalizado el rol que le habían asignado y no le costó aceptar venir a España a trabajar en la prostitución. La compraron por 300 euros. A cambio, el hombre que la compró le dijo que le iba a ayudar y ella le tenía que devolver el dinero y luego repartir las ganancias al 50/50. Llegó a Alicante con 18 años y un mochila, después de que le vendieran el glamour de la prostitución de Pretty Woman que, obviamente, se cayó a trozos.

LAS CONDICIONES DE ESTOS CAMPOS DE CONCENTRACIÓN

El prostíbulo al que llegó estaba lleno de chicas de su ciudad. Allí aprendió a ponerse en la fila. Para coger las sábanas, para cobrar el dinero tras 12 horas de tortura sexual, para comer, para entrar al bar, para ser elegida por los puteros…

Vivían hacinadas en las habitaciones, no podían ir al baño cuando querían, no podían ni comer ni dormir cuando lo necesitaban… “Los prostíbulos son campos de concentración de mujeres”, resume. También revela más condicionantes que las sometían más, como la droga que les suministraban para aguantar las jornadas maratonianas, y a la que acababan enganchadas y debían pagar, como también debían haberlo por la ropa que usaban; o cómo las multaban por todo: si bajaban tarde, si salían del club, si contestaban mal a los puteros…

Amelia Tiganus.

Ella se escapó a las 3 semanas del club, aunque su proxeneta se quedó su pasaporte. Ella se lo había dado voluntariamente cuando le convenció de que otras compañeras podrían robárselo. Esos comentarios también ayudan a sembrar rivalidades y miedos entre ellos, para impedir así que sean grupo.

“LA INDUSTRIA DEL SEXO UTILIZA LA PORNOGRAFÍA PARA HACER MARKETING”

Sobre complicidad toda la ciudadanía tiene mucho que callar y avergonzarse. Desde la percepción social de los puteros, que no sufren ni de lejos el estigma de las putas. De hecho ha leído algunos de esos mensajes de foros de puteros compartiendo experiencia (existen, aunque parezca increíble). “Son hombres que comparten mundo con todos nosotros, mientras que a ellas no se les permite. Una mujer si es puta está fuera de la sociedad, el putero no”.

Los puteros cada vez son más jóvenes. Hay mucha negación ante esto, muchos padres y madres que niegan que sus hijos son partícipes de este sucio negocio. La falta de dinero es uno de los principales argumentos pero Amelia lo destruye con su testimonio. “Hacen bote entre los amigos, realizan un sorteo y el afortunado se va con la puta mientras los demás se mofan y ningunean a las demás. Es la nueva diversión”.

¿Cómo hemos llegado a esto? Ella apunta a los roles de género, que se transmiten de una generación a otra, y por lo que “no se considera con la misma gravedad que un hijo sea putero”.

Y también señala a la industria pornográfica. “La industria del sexo la utiliza para hacer marketing, captar a nuevos jóvenes. El contenido que reciben los mantiene excitados muchas horas al día, solamente piensan en eso y se vuelven adictos al porno. La falta de conciencia social les da vía libre para cumplir sus deseos”, lamenta. Por ello anima a dejar de invisibilizar a esos otros cómplices: los puteros.

EL DAÑO DEL LENGUAJE TERGIVERSADO

Y, por supuesto, el lenguaje tergiversado que se aprecia desde ciertas ramas integradas del nuevo feminismo y desde los medios de comunicación también hace un daño irreparable.

Amelia apela a que se deje de hablar de la libre elección en las mujeres porque “es improbable que la tengamos” y cree que se debe analizar desde el “sistema prostitucional”, como ella lo acuña.

“Cuánto daño las que defienden el trabajo autónomo”, insiste, animando a las que dicen ejercerlo libremente que “si lo hacen libremente, que lo hagan, pero en su casa, pero que no se legisle según sus deseos ni se normalice esos centro. Que no nos vendan lo que no hay”, rechaza. “La prostitución es ese lugar donde la violencia sexual queda justificada por el intercambio de derecho”.

“Los puteros eligen libremente pero las putas lo hacen contra su libertad, más allá de que haya o no voluntad. No seremos libres mientras estemos sometidas y nos ganemos la vida según lo apetecibles que seamos y nos consideren meros cuerpos”, insiste.

“El lenguaje es muy importante porque construye, invisibiliza y transforma la esclavitud en una explotación laboral”, cuando “los daños físicos y psicológicos van más allá de todo eso”.

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