El tablero del arte

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El arte, su mundo y sus submundos, sobre todo en su dimensión plástica, han sido objeto de atención, bajo diferentes formas de expresión, no solo ensayísticas, sino también por parte de diversas disciplinas artísticas. Entre ellas, y quizá en especial, el teatro, que no ha sido ajeno al tratamiento del arte, desde su propia singularidad artística.

Definitivamente, ella no es Liz Taylor.

‘Arte’, de Yasmina Reza, es texto dramático que plantea cuestiones acerca del arte, no precisamente para cuestionarlo, tampoco para entenderlo, cuando lo es, pero sí para cuestionarlo y entenderlo, cuando no parece arte, y es tenido por tal. También se ocupa de ello ‘Ella no es Liz Taylor’, de Chema Trujillo, que además la dirige, y que los días 16 y 17 de noviembre, programada en la IV Muestra Internacional de Teatro MUJERES QUE CUENTAN, se representó en La Teatrería de Ábrego.

Con la intención de esclarecer algunas de las perplejidades que suscita la obra de arte, la situación la propicia el encuentro durante el transcurso de una fiesta, a la que asisten señaladas gentes del arte, entre el artista Marcel Duchamp y la actriz Elizabeth Taylor. La chispa que enciende la dialéctica es un retrato de la actriz, regalo de su autor, Andy Warhol.

No es circunstancial que el artista elegido sea el autor de ‘La fuente’, un urinario, expuesto en una sala de museo, transustanciado de receptor de fluidos líquidos corporales en surtidos de emociones estéticas. Tampoco es circunstancial el que en los diálogos aparezca el Magritte de ‘Esto no es una pipa’. A veces basta con poner un nombre distinto a la cosa, o negárselo, para que la cosa sea objeto de devoción artística. Pero, sobre todo, es preciso ser el primero en hacerlo. Así, Liz Taylor no es la Elizabeth Taylor, que Warhol pintó.

¿Quién decide que una obra es de arte?: ¿el hecho de estar a la vista y a la consideración de todos? ¿poner un título inesperado a un objeto de la vida cotidiana y exhibirlo? El nombre y la exhibición, ¿qué le proporciona, valor o precio? ¿o valor y precio? Preguntas como estas son el motivo de un texto teatral, que enfrenta dialécticamente a dos representantes de otras tantas artes, de una actriz convertida en obra de arte por otro artista, y de un artista, que puede convertir en arte cualquier cosa, como un urinario, por ejemplo.

Duchamp lleva ventaja –otra cosa sería que se llamara Marcelo del Campo, como en un momento de acaloramiento le espeta Liz-, desde su condición de ajedrecista, conocedor de las infinitas posibilidades de movimientos, que encierran en las reglas por las que se rigen las piezas en el tablero. El del arte es también un tablero sobre el que el artista puede, ya no ser original, que eso es fácil, sino incluso extravagante, y crear una vanguardia, pues es un tablero que permite jugar con reglas inventadas, y el más osado gana por un tiempo la partida. Warhol hace de Liz una obra de arte, negando que sea, como Magritte con su pipa.

Se supone que el encuentro de los dos artistas transcurre en un ambiente de lujo, pero La Teatrería de Ábrego no da para otro lujo que su propia existencia. Aun así, no falta el champagne, por más que copas y botella parece que surgen de la nada. Pero sí es un lujo que haya dos intérpretes en el escenario, en momentos, ya largos, en los que el teatro se ha visto obligado a reducir costes.

Las de ‘Ella no es Liz Taylor’ son Ana Blanco y Eguzki Zubia, que representa a un Duchamp, nada sorprendido de ocupar un escaque propio en el tablero de arte, precisamente por ser provocador de sorpresas. Mantiene la actriz el acento francés, sin titubeos, durante toda la actuación, tanto cuando ironiza o se burla, como cuando teoriza sobre las perplejidades de un juego como el del arte.

Le da la réplica -¿o es al revés? Una Liz Taylor, que encarna Ana Blanco, que ofrece una actuación con poco matices, en un estado de continua exaltación, incluso antes de que un exceso de champagne pudiera justificarlo, quizá como contrapunto al calmado tono, a veces cínico, displicente, a veces, de su oponente dialéctico, que con frecuencia irrita a la actriz, que “no es Liz Taylor”. En cualquier caso, ambas supieron defender un texto incisivo, crítico…Incluso cáustico.

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