Lección de teatro y de vida

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Un aforismo del libro, firmado por mí, “Estimulantes”, dice: “La belleza es un lugar de jubileo para peregrinos alucinados”. Y no faltan peregrinos, que en el camino hacia la belleza naufragan más de una vez, pero que no dejan de respirar en el fondo de la alucinación.

Un momento de la representación

Uno de esos peregrinos es el personaje de la comedia dramática “El lento naufragio de la estética”, de la que es autor, y la interpreta, el argentino Gonzalo Funes, y que se representó en, La Teatrería de Ábrego, los días 5 y 6 de abril, programada para la V Muestra de Teatro Internacional SOLO TÚ, con el apoyo de la Consejería de Cultura del Gobierno de Cantabria. Dirige la función Mai Rojas, autor, director y actor costarricense, participó, con la hermosa propuesta escénica “La leyenda del fauno y el viaje”, en la II Muestra.

Ambos dan forma a un espectáculo teatral, en el que el teatro, trasunto de la vida, es el verdadero protagonista, a cuyo servicio se ponen autor, actor y director. En el hecho teatral confluyen varios y variados recursos escénicos, que articulan diferentes modelos estéticos. Algunos de ellos son recordados en “El lento…”, constituyendo un homenaje al teatro, en las figuras de quienes fundaron estéticas escénicas, que con frecuencia son rescatadas del naufragio. Así, aparecen en el texto Shakespeare, Beckett, Brecht…, a quienes el personaje admira, y sueña que dice en un escenario alguno de sus monólogos.

Y es precisamente en sueños donde los dice, pues son sueños de su sueño. El personaje trabaja en un teatro, en todo y para todo, menos para salir a actuar al escenario, pero sin su labor no podría aplicarse en el escenario estética alguna. Su trabajo es necesario, pero no suficiente, y es en esa insuficiencia donde naufraga el anhelo existencial del personaje, que sale a flote, paradójicamente, en las profundidades de los sueños, que brillan con la belleza de los sueños realizados, por más que en sueños, pues la belleza es el camino más corto entre la realidad y el deseo.

La función transita por el margen de la realidad, que es el espacio del deseo, trazando una línea imprecisa entre el querer y el poder, ambos condicionados. Y el amor, como quintaesencia de la belleza, y que es el alimento de los sueños, que en los sueños se realizan. Por más que naufraguen el sentido y la sensibilidad, depositarios, en primera instancia, de la estética, el amor embellece la realidad, siempre mostrenca.

Así, el teatro, más que “espejo que refleja la realidad es martillo para darle forma”, sentencia brechtiana, de estirpe marxista, que el personaje hace suya, como una de las estéticas naufragadas. El personaje también sueña un amor, del que su deseo de ser actor está transido. Amor y sueños son tablas de una balsa, en la que se mantienen a flote los restos del naufragio de los deseos estéticos y, por ende, las pautas éticas.

A ese personaje, que, a pesar de Brecht, es espejo, en el que se reflejan tantas personas -¿no todas?-, le pone cuerpo y voz Gonzalo Funes. En efecto, su actuación tiene mucho de teatro físico, en ajustada armonía con la palabra, cargada de incertidumbre e ironía, dicha con igual energía, con la que el cuerpo se mueve, en una alternancia de los modos del clown y los del mimo, cercanos a los de los actores del cine mucho, a los que también rinde homenaje, recordando, no solo a Chaplin, sino también a Buster Keaton o al Gordo y el Flaco.

Son muchos los momentos de gracia, en los que la función brilla, sin necesidad de recursos superfluos, suplidos con ganancia por un estricto entendimiento entre dirección e intérprete.

Pero quiero destacar un momento, con toda su carga de apasionamiento y ternura a cuestas del acto, en perfecta sintonía con la música: el del baile, a un ritmo descabalado de tango, con el amor soñado, materializado en una escalera revestida de mujer. Momento en el que el sueño y la realidad se confunden. Momento reivindicativo del teatro y de la vida, a despecho de naufragios. Y es que las ruinas de la belleza también son bellas.

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