La muerte x 5

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Sabemos que nos morimos, pero no tenemos experiencia propia de la muerte. Por eso, sobre la muerte, más que pensar fantaseamos. Fabulamos sobre la muerte cuando escribimos cuentos o novelas, con ella como tema; cuando componemos un poema o una partitura musical, en los que la muerte es la fuente de inspiración; cuando pintamos un cuadro con alegorías -fantasías- de la muerte…Y también cuando escribimos una pieza teatral, en la que muerte es la protagonista.

Desenfocados

El pasado sábado, día 13 de abril, acudí a Sala de Tres para presenciar la función que, bajo el título de “Desenfocados”, reúne cinco obras breves con el hilo conductor de la muerte, que interpretan cinco jóvenes -tres actrices y dos actores, dirigidos por Mariu Ruiz Ortiz.

La muerte nos desenfoca, si es la de otro, y no la de cualquier otro. La propia, más que desenfocarnos, es el clic que apaga la luz de la vida, Sin embargo, es el foco de atención de una propuesta escénica, que, en clave de humor, fantasea sobre algo tan serio, que podría también tratarse con la gravedad, que se le supone. Con solemnidad, sujeta a verdades eternas, la consideran las religiones; con libertad creadora, tiene su espacio es las distintas expresiones artísticas. El teatro es una de ellas.

Rosa Calahorra. María Justel. Varo Rincón, Claudia Torre y Alex Zubillaga, jóvenes intérpretes, dirigidos por Mariu Ruiz articulan una función, tras la cual hay unos minuciosos estudio y trabajo de preparación. Cada una de las cinco piezas -Funeral, 9 minutos, Cartas de amor a Mary, Complejo de castración y Como quien le pide pan al vecino-, corresponden a otras tantas autorías -Félix Sabroso, Juan Carlos Rubio, Alonso de Santos (2), y autor desconocido.

Las cinco escenas se suceden conforme a una estructura del espectáculo fluida, que evita interrupciones: a modo de introducción, cada uno de los actores, los cinco en escena, dicen una frase, que dice sendas formas de estar, o de sentirse, desenfocados.

Así, se da entrada a los cinco acercamientos a la muerte, en distintas situaciones, todas transidas de un humor, que los actores interpretan con seriedad, paradójicamente para provocar la risa, y al tiempo que inducen cierta inquietud por lo desconocido. Entre pieza y pieza, sin solución de continuidad, un actor dice un breve texto, cuatro seleccionados de la obra “Desvirgando la noche con poemas suicidas”, de Carlos Kaballero, y uno, que, adaptado, pertenece a una canción de Carlos Cano.

Con esos mimbres Mariu Ruiz y el elenco trenzan una estructura , tan trabada, como fluida, a lo largo de cuyo desarrollo los cinco actores se reparten 11 personajes de muy variada condición, que se las ven con unas muertes variopintas -la deseada para otro por interés; la psicoanalítica del padre; la provocada por accidente; la acontecida en la guerra; la anunciada científicamente.

El trabajo actoral, en conjunto y considerado individualmente, contando con apenas recursos escénicos, resuelven sus personajes con sobrada solvencia interpretativa; con tanta gracia, como seriedad: esta refuerza a aquella: sea el de una hija, a la que vendría bien ver a su padre muerto; sea la de una nieta, que aborrece a esa madre, y le es indiferente la muerte del abuelo; sea el de una médica inoculadora de muerte en vena; sea el de la paciente-víctima; sea el de un conductor que atropella de muerte al Emérito; se el del soldado herido de muerte en la guerra; sea el del compañero del soldado, vasco y pasota; sea el de la psicoanalizada, a su pesar; sea el del abuelo muerto, muy vivo.

Con el auxilio de músicas y la orientación de Mariu Ruiz, el cuerpo actoral, con sus solos cuerpos y voces, ofrecieron 60 minutos de teatro placentero, no exento de calidad textual, y saber hacer actoral. En Sala de Tres, recogido espacio acogedor. Todos sus asientos ocupados, y alguno más. Un público también joven. Y yo.

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