Menú de guerra

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Una escena de ‘Pensión Conchita’

Por razones familiares, no me encontraba en Santander, cuando el Grupo de Teatro UC estrenó la obra “Pensión Conchita”, de Isaac Cuende, los días 24 y 25 del pasado mes de mayo. Ha sido la primera vez que no he asistido, en su momento, a la función ofrecida por un grupo teatral que, desde sus comienzos dirige Rita Cofiño, y con la que cada año concluye el curso académico, también teatralmente considerado.

Hace unos días, en la presentación del libro “Nostalgia de futuro”, que celebra los primeros 25 años de trayectoria de La Machina Teatro, coincidí con Rita Cofiño, y le pedí, por si colaba, que organizara una representación de “Pensión Conchita” para mí solo. Y coló, pues hay muchas formas de que las cosas cuelen. Unos días después recibí el vídeo que recoge la función íntegramente, con excelente calidad de grabación, y lo vi tan cómoda y ricamente.

“Pensión Conchita” es un texto para la escena, genuinamente cuendiano. El teatro de Isaac Cuende no es tanto de caracteres, menos aún de tesis, como de situaciones. Y la situación de “Pensión Conchita” es la de la “Liberación de Santander”, en agosto de 1937, por las tropas sublevadas contra el orden constitucional republicano establecido.

El autor no hace tanto un ejercicio de memoria, que por qué no, como de reivindicación de la memora de un tiempo desgraciado en la Historia de España, que fue seguido de décadas de sufrimiento combatiente para los vencidos, y de acatamiento, voluntario o forzado, para los vencedores y afectos. Y esta es la intención para esa situación.

Pero lo que importa en toda expresión artística es el cómo se trata la situación con vistas al cumplimiento de la intención. Cuende le ha buscado siempre las vueltas -sin perjuicio de darles la vuelta- a las situaciones que le han ocupado. Así, en “La sucursal” y “Casquería fina” se introdujo en la trastienda del oficio de la mendicidad, para mostrar unas “artes” aprendidas, antes de actuar en los escenarios de las calles.

En “Pensión Conchita” hace lo propio, sacando a la luz el trasfondo anímico de unos personajes, cada uno de los cuales vive el drama cotidiano a su manera, sea con aparente desenfado, sea con agresión defensiva, sea con una frivolidad de supervivencia. Todo ello transido de un costumbrismo formal para tiempo de guerra.

Cuende pone en las voces, que esconden el miedo y la zozobra, palabras que dicen bravuconadas, o rayan con lo escatológico y procaz, revulsivos frente a la obscenidad de una realidad que genera muerte y destrucción. Cuende maneja ese lenguaje barriobajero y raquero, que no es el suyo, pero que conoce bien,

Y en el trabajo actoral, los intérpretes encargados de decirlo atinan con el tono irónico, cuando no sarcástico, con el que burlar lo que no se quiere decir, pero que cuando se dice suena con toda su carga de gravedad en las voces, presentando como “disparate escénico”, que quiso su autor, lo que fue un disparate histórico, a cuya descripción contribuye eficazmente una iluminación, puntualmente coprotagonista.

Es apreciable la sintonía del cuerpo actoral con Rita Cofiño, que una vez más hace gala de su solvencia como directora de escena y de actores, que se sitúan en y se mueven por el escenario con tanta soltura, como precisión. En resumen, que actúan como si profesionales fueran. Todos, los siete, son protagonistas, por más que entre los personajes surjan los antanogismos.

Es la “Pensión Conchita” un refugio en el que sobrevivir, apenas pudiendo satisfacer las necesidades más urgentes, no importa el bando al que se sea más proclive. Para unos y otros el menú es el mismo, siempre el mismo: para el cuerpo, los escasos y deteriorados productos del racionamiento; el desganado rezo del rosario, para los necesitados de alimento para el espíritu. Es la guerra.

Vi la función en la pantalla de mi ordenador, representada para mí solo. Al final oí los aplausos de los muchos asistentes al estreno. Y yo, en mi casa, como si en una butaca de la Sala Medicina estuviera sentado, añadí mi aplauso a los suyos. Un mes después.

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