MENAS

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Su mano se quedó suspendida en el vacío, sin respuesta, desnuda, muerta de frío. No sabía qué hacer con ella y miró desconcertada con los ojos clavados en el vacío, en el lugar donde se supone que debería de haber alguien. Su mano seguía colgando y el brazo empezaba a temblar por el peso de aguantar tanta espera. No quería renunciar a que se la cogieran. Pero nadie la cogió de la mano. Y simplemente se cayó por su propio peso, como si una tonelada de silencios, de desprecios, de incomprensión la empujaran hacia abajo. Y nadie, nadie, puede aguantar tanto peso.

No os creáis, ella lo intentó con todas sus fuerzas, vaya que sí lo intentó; le sangraban los ojos de tanto apretar las mandíbulas, las lágrimas brotaban buscando una salida, reventada por dentro. Lo intentó, dios sabe que lo intentó, pero nadie le cogió de la mano, nadie le acompañó, nadie le dijo ten cuidado, no te preocupes, aquí me tienes, porque simplemente no había nadie. Y ya está. Donde creemos que siempre debería de haber alguien, pues nada, no había. Es como ese error no buscado; por más que miras no acabas de comprender; ¡si estaba ahí, os juro que estaba ahí!, te dices una y otra vez, incapaz de  entender qué ha pasado. ¡Os juro que cuando cerré la puerta estaba en casa, dormiduco en la cama, os juro que solo salí un momento a ver qué había pasado!. Escuché un golpe seco, a la gente gritar, los perros ladrando, las sirenas, no entendía a que venía tan alboroto, salí corriendo, cerré la puerta. ¡Os juro que cerré la puerta…! Un hombre había atropellado al hijo del dueño de la frutería de la esquina, y solo le oía decir, con las manos a la cabeza, tirándose de los pelos y mostrando los mechones arrancados: No entiendo lo que ha pasado, ¡os juro que no lo vi!, di la curva, sonó el teléfono y cuando volví a mirar, ahí estaba de repente, como salido de la nada, no fue ni un segundo, ¡os lo juro de verdad!, no para de gritar y repetir lo mismo a uno y a otro lado, aferrándose a quienes se encontraban rodeando el cuerpo del pobre chico. ¡Os juro que no sé lo que ha pasado!, sonó el teléfono y….

Unos minutos tardaron en reducir mientras él no paraba de gritarle a todo el mundo, con el móvil en la mano, enseñando la pantalla para recordar que la culpa era de la última llamada. Al otro lado del teléfono una voz que se apagaba, incapaz de entender que estaba ocurriendo. Yo solo quería despedirme se escuchaba decir, una y otra vez, yo no quería hacerte daño, te juro que no sabía que eras tú el hombre a quien habían desahuciado, te juro que de haberlo sabido habría intentado hacer algo, buscar una solución, no sé. Esto está siendo una puta locura, no hace nada le han pegado una paliza a Marcos. Un joven le acusaba de la muerte de su madre que se había suicidado, desde un cuarto piso, por impago. ¡Me dijiste que era seguro!, le gritaba una y otra vez mientras golpeaba su cabeza contra el suelo, ¡me dijiste que no había riesgo, que era la mejor inversión de nuestras vidas, que todo el mundo lo hacía y ahora mi mujer está muerta, y ahora mi mujer está muerta, maldito hijo de puta, has matado a mi mujer!.

Marcos tiene un hijo con una de esas enfermedades raras y se ha gastado una millonada en tratamientos, cogía cualquier trabajo para ganar más dinero, todo con tal encontrar un tratamiento para su pequeña. Su pareja tiene que aguantar que el jefe de planta de la residencia de ancianos donde trabajo la meta mano, el muy cabrón. Cuando se lo cuenta a Marta, lo hace sabiendo que Marta ya lo olvidó todo, incluso lo que aún no sabe. El mejor confidente, sonríe amargamente, es el Alzheimer. Sin embargo Marta recuerda cuando era niña, recuerda estar en la calle sentada esperando el autobús, recuerda tener que viajar sola porque nadie la acompañaba, recuerda su mano buscando una mano que la ayudara. Marta recuerda que le arrebataron la infancia, que no la dieron opción, que no entendía porque ella no tenía la vida de esos niños y niñas que salían en las series de televisión. Recuerda las idas y venidas, las casas de acogida, los abusos, la indiferencia, recuerda el miedo o el desprecio con la que la miraban, y la coraza que se tuvo que poner para que no la reventaran por dentro. Recuerda la calle, la maldita calle que te arranca lo que te queda de buena y lo rellena con miedo, con recelo, con supervivencia, con violencia. Con buscar refugio donde sea o con quien sea, hasta que te das cuenta si no tienes suerte de que mejor sola. Recuerda  algunos tuvieron más suerte  y que eso le enfadaba aún más porque no entendía porqué ella no. Y toda esa rabia dentro que no encontraba sitio por donde salir hasta que explotas. Recuerda cerrar la mano, volverse puño.

Os juro, os juro, que no sé qué ha pasado, hace un minuto yo también tenía abierta mi mano.

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