La mirada del Miedo

José Elizondo trae la historia del abuelo de su padre que, en plenas guerras carlistas, huyó porque no quería pertenecer a ningún bando por el que matar o morir. Una situación en la que ve reflejadas a muchas personas hoy en día que huyen de los conflictos
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Creo que era el abuelo de mi padre; fue él quien llegó por estos lares huyendo de las guerras carlistas, o así me parece haberlo oído por casa. No sé hasta qué punto es cierto; a veces la cosas que se cuentan de boca a boca, de generación a generación, van cambiando y cogiendo los matices del presente, de quien lo cuenta, de cómo lo recuerda, de cómo incorpora parte de su cosecha a su historia. O como decimos en mi pueblo cada uno cuenta la película a su manera.

Así pues, la manera qué a mí me ha llegado es esa: El abuelo de mi padre llegó al valle huyendo de las guerras carlistas. No acompaña mucha más información a este hecho, pero  sí que recuerdo que desde que me lo contaron por primera vez yo mismo fui incorporando, casi sin darme cuenta, retales de mi propia madeja. Primero tenía dudas de a qué bando pertenecería, y es que hay veces que para reafirmar nuestra identidad en construcción necesitamos incorporar a nuestro imaginario un linaje que lo refuerce y escogemos de manera selectiva aquellas historias, personajes y etiquetas  que mejor se nos acomoda a nuestro traje ideal. Quizás es algo normal y recurrente cuantas más lagunas tiene el relato.

Cómo veis, el mío estaba lleno, por lo que elegí imaginar a un hombre que no era de un bando ni de otro, que no apoyaba a los liberales isabelinos frente a los tradicionalistas Carlistas o, por lo menos, a ninguno que le mereciera tanto la pena como para matar o morir por él. Así que lo imaginé como un hombre que huía de la guerra. Visto está que bajo el filtro del presente todo pasado queda distorsionado y al servicio de una parte interesada: La historia puesta al servicio de una causa.

Podría decir cuánto me influyó haber leído el extranjero de Camí a la hora de dicha elección, sin embargo, yo simplemente quise imaginarme a un hombre que solo quería vivir en paz, un hombre joven al que las ganas de vivir se imponía por encima del resto, y que simplemente quería hacerse un hueco en este mundo de locos donde a los cuerdos se les anuda una soga al cuello y se les llama traidores, desertores, o cosas similares. Donde querer simplemente sobrevivir acaba siendo estigmatizado bajo la mirada distante y desconfiada de otro que hace tiempo que construyó las barricadas del miedo a lo que no conoce.

Por cierto, es curioso también la seguridad que nos da el protegernos bajo la bandera del miedo. Al envolvernos en ella, y sin dejar de temblar podemos endurecer la mirada, sentenciar sobre esto o aquello sin necesidad de haberlo vivido en nuestras carnes, pontificar sobre lo que es bueno y lo que es malo, repartir carnets de esto o lo otro  y, en definitiva,  convertirnos en jueces por encima del bien y del mal. No deja de ser tentador el sacarnos de la ecuación cuando analizamos la realidad. Tenemos todo un mundo fuera al que responsabilizar, culpabilizar, y tirarle los trastos. Y el miedo es la más peligrosa de las armas arrojadizas. Se presenta de mil maneras diferentes, pero todas ellas tienen un patrón común cuando decidimos convertirlo en la bala del rechazo y la exclusión.

Todo lo que no encaje en el mundo que he creado para sentirme seguro y a salvo y crea incuestionable. No sé, pensad lo primero que os venga a la cabeza; religión, libertad,  trabajo, familia, ideología, color de piel, yo que sé, aquello que os hacer sentir que nada malo os va a pasar, aquello que os ofrece la armadura con la que protegeros de lo que hay fuera, al otro lado de la piel en la que habitáis. Incluso el bien más preciado envuelto en miedo se convierte en las cadenas del carcelero. Bombardear para defender la paz, encarcelar para defender la libertad, maltratar o mutilar de una u otra manera a quien quieres para proteger la Familia.

Por cierto, que miedo me dan las palabras que se escriben con mayúsculas. Miedo debía tener el padre de mi abuelo cuando atravesaba los bosques del alto Navarra, por la zona del Bazán, sin poco más que lo que podía ir arramplando de acá y de allá, robando, compartiendo, trabajando o lo que se le terciara al hombre. Huyendo de la guerra y la miseria. Y es que  al escribirlo no podemos negarle la heroica del superviviente,  pues es lo único que sabemos de él, que sobrevivió. Lo importante, si es que algo lo es realmente, es darnos cuenta que su vida no se diferenciaba de la de muchos que como él vivieron.  Y que su historia, quien él era no la sabemos realmente. Quien lo vio llegar no sabía nada de él, solo que huía de la guerra, del dolor.  Pero si sabía que podía  elegir como mirarle: con o sin miedo. Eso, eso, depende sólo de ti, de mí, de nosotros.

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