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Porque la gente pequeña haciendo cosas pequeñas puede cambiar el mundo y abrir los ojos a los demás
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Veo a mucha gente pequeña, haciendo cosas pequeñas, en lugares pequeños, cambiando el mundo. No necesito ponerles nombres, ni apellidos, quizás eso sea lo grandioso, no necesitan salir en los periódicos, ni abrir los informativos.

La gente pequeña en lugares pequeños y haciendo cosas pequeñas puede cambiar el mundo.

Cuando esto sucede les noto, hasta cierto punto, incómodos porque son conscientes del mundo en el que vivimos, de hasta qué punto tienen que proteger ese territorio que tanto cuesta ganar y que siempre corre el riesgo de perderse en un mal titular, en una sobreexposición que nos haga olvidar la verdadera razón de porqué se hace lo que se hace.

Les veo hacerse grandes en las pequeñas historias, esas que son capaces de explicar otras aparentemente más grandes: Sales a la calle y te tropiezas con alguien que te pide unas monedas, hurgas en tu bolsillo y le das dos euros que tenías sueltos por ahí, intercambias una sonrisa, un gesto de cordialidad, una mirada de reconocimiento, y sin ninguna prisa te despides.

Al día siguiente, o a los dos días, o encontráis de nuevo, por lo visto habitáis en el mismo barrio, tú en tu piso  y él entre los cartones del banco del parque donde juegan los niños durante el día. Desde la ventana de tu galería ves que lo tiene todo muy bien recogido y ordenado  y que cuando el día se va apagando y en el parque solo quedan cuatro rezagados paseando sus perros, o dando un último vistazo al atardecer, va montando su nido de cartones para envolverse entre unas mantas y dejar que el sueño campe a sus anchas, aunque sus ojos abiertos tardan un poco más en cerrarse de lo normal.

A la mañana siguiente, con la taza de café en la mano, desde tu galería, buscas el lugar donde le dejaste y no hay nada, como si nadie hubiera estado allí. Te quedas pensando si volverá de nuevo o si le habrá pasado algo.

De vuelta del trabajo te lo encuentras de nuevo, os saludáis, pero no como esos saludos huidizos de tengo prisa ya nos veremos, sino con esa forma de manejar el tiempo en coordenadas de familiaridad. Entonces , el tiempo pasa sin prisa y os ponéis a hablar de esto y de aquello;  te cuenta de donde viene, lo que ha pasado hasta llegar hasta aquí. Y descubres que tras los cartones que lleva bajo su brazo hay toda una vida. Es curioso, es como si creyéramos que cada persona solo es lo que vemos de ella, que todo empieza y acaba ahí.

Quizás por eso los titulares son tan peligrosos y quienes conozco se cuidan tanto de ellos. Como decía, todo el trabajo y el esfuerzo, todo lo logrado, se puede venir abajo con un pantallazo del móvil, con un simple vistazo que se queda en la superficie.

Por fin le pregunta por qué ha dejado el banco, él contesta que es peligroso dormir siempre en el mismo lugar, que la gente al final se acaba quejando a la policía, porque claro, no da buena imagen un hombre durmiendo en el banco del parque, además las familias tienen miedo, con todas las noticias que salen en la tele.

Él está de acuerdo, dice que tiene una hija pequeña a la que hace tiempo que no ve y que, en su lugar, a él le pasaría lo mismo. Me pregunto si el resto del mundo que le juzgamos tenemos  su misma capacidad, la de ponerse en su lugar. Y así, entre anécdotas y pequeñas reflexiones improvisadas, descubre que casi estuvieron a punto de estudiar lo mismo, que a ninguno de los dos les entusiasma el fútbol, pero que el ambiente que se crea tiene cierto efecto de contagio, sobre todo en la celebración de vida que lo acompaña.

De ahí, opináis que ninguna violencia es buena y que tal vez el problema es que se tiene demasiado miedo a lo que no se conoce. Lugares comunes al fin y al cabo que no necesitan definirse demasiado porque, cuando conoces a alguien, más allá de la armadura en la que todos nos envolvemos, te das cuenta que buscas más lo que te une que lo que te separa, y que lo que te separa es una amalgama confusa que, si te paras a pensar, te ves incapaz de entender.

Acabáis riéndoos y os despedís como dos buenos conocidos que podrían ser amigos, diciendo que ya habéis arreglado el mundo con un hasta la próxima que te vaya bien y esas cosas.

No te ha pedido nada, ni le has dado nada pero,  al alejarse, la realidad os coloca de nuevo en vuestro lugar. Donde dormirá esta noche, te preguntas, el Otoño va avanzando y el frío cada ve aprieta más. Por la cabeza se te pasa invitarle a que se quede a dormir en tu casa ¿Es algo descabellado quizás? Podrías decir que no le conoces, argumentarlo como esa razón de peso que te libera de todo sentimiento de culpa, pero recuerdas que en casa se han quedado a dormir personas que conocías menos, amigos de amigos, conocidos de una noche etc…

La próxima vez, comemos juntos y se lo digo…

No sé, cada vez tengo más claro que las personas pequeñas, en los lugares pequeños, haciendo cosas, aparentemente pequeñas, están cambiando el mundo….

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