¿Fin de la revolución de los jazmines?

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Este jueves, 19 de Septiembre de 2019, fallecía Zine El Abidine Ben Ali, otrora presidente de Túnez durante casi un cuarto de siglo. Quizás a mucha gente no le suene su nombre, pero nos encontramos ante el primer ácrata derrotado por la revolución popular que a partir de Febrero de 2011; comenzó a conocerse como “Primavera Árabe”.

Igualmente, el país del Magreb ha sido el único -aún con múltiples problemas- que no descendió a un caos en forma de dictadura oculta (la del General Abdel Fatah El Sisi en Egipto), o terribles guerras civiles que desolan estados por completo (ahí están los casos de Siria, Yemen, Irak Libia y -menos comentada- la insurgencia chiíta en el reino de Arabia Saudí).

No obstante, Túnez atravesó desde 2013 múltiples problemas: desde el establecimiento de una Comisión Constitucional por y para todos (pactada entre partidos secularistas, conservadores, socialdemócratas y hasta islamistas como era el caso del partido En Nahda de Rachid Ghanouchi, junto a sindicatos y agentes sociales), el paso de un régimen de partido único a un multipartidismo parlamentario real, unido al intento de acabar con una corrupción endémica presente desde hacía cuatro décadas y lidiar con un desempleo del 58% (70% en el caso de la juventud menor de 25 años).

No se podía dejar de lado tampoco el temor al integrismo religioso: el recuerdo de la terrible y sangrienta guerra civil en la vecina Argelia entre la Junta Militar que anuló la victoria del Frente Islámico de Salvación en 1991 y el sucesor violento de dicha organización fundamentalista (el tristemente conocido Grupo Islámico Armado), estaban más que presente en las conversaciones a pie de calle.

El auge por todo Oriente Medio del autodenominado Estado Islámico, se cobró también varios baños de sangre en Túnez. Ahí estaban los casos como el ataque al Museo Nacional del Bardo en Marzo de 2015, el de la playa de Susa en Julio de ese mismo año, o el del kamikaze Houssem Abdelli contra un autobús de la Guardia Presidencial.

En el ámbito político, la ilusión inicial, dio pie al desasosiego posterior: como jefe de estado fue elegido el defensor de los derechos humanos Monzef Marzouki y como primer ministro, al islamista del partido En Nahda, Hamadi Jebali -el secretario general del mismo, Rachid Ghanouchi, seguía estando vetado para cargos públicos, por sus esfuerzos para derrocar al régimen desde su exilio entre Reino Unido y Francia-. Poco duró el avance democrático, lo justo para pactar una Carta Magna, afortunadamente de las más progresistas del mundo árabe-islámico donde se garantizaba la libertad de credo y la igualdad entre mujeres y hombres.

Del mismo modo, tras las elecciones generales, la Asamblea Popular del país, definió que las mujeres debíann ocupar el 50% de las candidaturas de los partidos. Por ello, se dijo que Túnez pasó a ser la nación más feminista del mundo árabe. Pero aún siendo uno de los países pioneros en la igualdad de género en la región, un informe del Ministerio de Asuntos Sociales indicó que presumiblemente un 53% de las mujeres en Túnez sufrirían un ataque violento a lo largo de su vida.

Desgraciadamente, la inestabilidad de los países vecinos se cobró también su “libra de carne” en Túnez: el premier Jebali se vio obligado a dimitir tras los asesinatos de un líder sindical (Chokri Belaid), cuando la sombra de la islamización “desde abajo” del país se oía de callejón en callejón. Marzouki asimismo, optaría por presentarse a la reelección, pero la carrera presidencial sería finalmente ganada por un burócrata del antiguo régimen, el octogenario Beji Caid Essebsi. Este último, nombraría a finales de 2016 al tecnócrata Youssef Chahed, pensando que con su juventud (40 años) lograría calmar a la juventud desencantada por el retorno de viejos halcones del régimen derrocado un lustro atrás.

Chahed se plegó a los designios del FMI, planteando y ejecutando medidas de austeridad extremas. Lo que hizo que la ruptura entre el Ejecutivo y la sociedad, fuese un hecho. Para este Septiembre, se convocaron elecciones presidenciales, con el factor clave de que el jefe de estado -Essebdi- sufría un derrame cerebral y fallecía, lo cual dejaba a 26 candidatos convocados para cubrir el vacío presente en la Jefatura de Estado. Tristemente, el imposible deshielo entre la clase política y las capas sociales, se tradujo en una altísima abstención. Principalmente entre los jóvenes.

A la segunda vuelta de las presidenciales, han pasado un personaje investigado por corrupción y vínculos con grupos armados libios (Nabil Karaoui) y un conservador homófobo (Kais Saied). Tras las presidenciales, llegarán las elecciones parlamentarias, que pueden dar pie a una Asamblea Atomizada y la incapacidad de formar un gobierno estable, bien sea en solitario, o en coalición.

Lecciones de desafecto hacia la clase política estatal, de las cuales deberían aprender nuestros políticos tras el fracaso de la sesión de investidura del pasado julio, el toma y daca de septiembre, para volver a las urnas finalmente el 10 de noviembre. Túnez ha demostrado que el coste no tiene porque ser electoral. Más bien tiende a esferas económico-sociales. Queda esperar, ver y pensar que ojalá todo mejore. Si no, el sacrificio de Mohamed Bouazizi al inmolarse a lo bonzo en Diciembre de 2010, no valdría para nada.

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