POESÍA Y MEMORIA

Es el hambre

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Es el hambre, lo puedes escribir en el idioma que quieras, porque la garganta se seca, porque el nudo del estómago aprieta y no le importa cuál es tu lengua. Es el hambre que se come los pedazos de lo que queda tras la valla levantada para que no veas, tras el muro de cemento para que no te vean, tras la frontera en la tierra, en la mirada.

Es la inanición de una barriga hinchada, de un pijama de rayas, de una boca agrietada de tanto morderse los labios.

Es el hambre de los platos vaciados para dar de comer siempre a los mismos, mientras los de siempre mueren con los platos vacíos, con las cuencas vacías, con la piel sobre el hueso como si fuera una radiografía, de tanta injusticia, que dispara por fuera, que hace mella por dentro, cavando un agujero que se llena de miedo, de silencio, de pelotón de fusilamiento, de campo de concentración, de vomito tus derechos y te pongo en fila para que pase revista el dictador.

El Totalitarismo que se llena de sí mismo a costa de la libertad de quien piensa diferente, que te engulle con sus símbolos, que te mastica con sus dientes, que te desgarra con sus colmillos intentando devorar quien eres, lo que tienes, lo que sientes. Que si no estás atento te convierte en uno de los suyos.

Es el hambre colgada del crucifijo convertido en el cuchillo que rebana tu garganta cuando gritas libertad. Es la última migaja que se desprende del pan negro, de cuerpos tirados en las cunetas, de la memoria arrebatada al pensamiento, a los derechos, a la propia humanidad.

Cuando el hambre de los dueños, de los carceleros, de los Torquemadas, devora el pensamiento, lo mastica, lo desangra y te convierte en el número, en la ficha, en la cabeza rapada que no salga de la fila. Cuando ese hambre te convierte en carnaza y se alimenta de tus heridas.  Cuando el fusil te apunta y te dispara y el mordisco de la bala acaba siendo dentellada que te arrebata la vida para que su monstruo crezca.

Es el hambre del día a día, que te acecha, en la esquina donde duermes, en el mando a distancia, en la memoria a arrebatada a las víctimas de una guerra.

Es el hambre de un campo de concentración en la península de la Magdalena, por donde caminan los turistas, por donde se vio pasear una reina y un rey, por donde un pequeño tren hace un breve recorrido y cuando habla de lo sucedido, simplemente no dice nada, como si nada hubiera pasado, como si el hambre no hubiera existido, como si en 1936 no hubiera habido un golpe de estado que provocó un hambre que asoló este país durante cuarenta años y los primeros fueron los primeros olvidados, tirados en las cunetas, en un campo de concentración en la Península de la Magdalena. Un hambre de derechos humanos, de justicia, de democracia, de dignidad y de memoria, de vida a arrebatada, y a cada vida su propia historia. Y a la Historia el relato de lo sucedido, el sentido de las palabras.

Es el hambre de Jauma Anglada cuando escribía su poemario A tot vent: Poemes d`abans d`air, en el campo de concentración de la Península de la Magdalena:

Son las diez menos cuarto, y ya no tienen pan/. Se escucha un sordo clamor…/ ¡Es el hambre!/Hombre alineados, /brigadas de reclusos, de narices larguiruchas/ que comen con los ojos. / Hay por todas partes un clamor…

Es el hambre de Miguel Hernández:

Años de hambre han sido para el pobre sus años. / Sumaban para el otro su cantidad de panes. / Y el hambre alobadada sus rapaces rebaños de cuervos, de tenazas, de lobos de alacranes.

Es el hambre de Memoria, de Justicia y Dignidad, del colectivo la Vorágine y La Surada Poética en la que recordaron una fotografía olvidada para devolver la mirada, la palabra, a esa historia arrebatada, y para recordar que la poesía es un arma cargada de presente, en estos tiempos que son todos los tiempos, donde la Magdalena ha vuelto a ser testigo del tiempo, del camino recorrido, en el que como en el libro de Proust se mojaba una Magdalena en una taza de té, en esta Magdalena, de Santander, se mojaron las gotas de sangre y los lagrimales de cientos de presos donde su piel fue la envoltura de una dictadura que quiso ahogarles, que quiso borrar todo vestigio de su presencia.

Pero que, en un acto de justicia poética, La Vorágine y La Surada, junto con cientos de personas anónimas durante unas horas formaron parte de esa hambre de Jauma Anglada, y de tantos y tantas como él, siendo versos y palabras de un poema vivo, lleno de esperanza, lleno de memoria, de dignidad, de justicia, lleno de humanidad, que no se rinde, que lucha porque sus palabras no se queden en el Olvido. Por eso gracias, gracias, gracias, por saciar ese hambre, por llenar ese vacío. Es el hambre….

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