Más democracia

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Tal vez cuando Germaine Tillion desarrolló su teoría sobre “enemigos complementarios” en el contexto de la descolonización francesa del Argelia, no sabía lo útil que podría llegar para analizar realidades, aparentemente, tan diferentes.

Sin embargo Tillion partía de una idea que puede servir como punto de partida a la hora de entender el uso arrojadizo que de las identidades se hace hoy en día y la rentabilidad electoral y sectaria que tiene. Y es importante matizar que la rentabilidad es electoral, porque la política tiene que ser, merece ser, otra cosa.

En su análisis del conflicto franco argelino el autor veía como el odio retroalimentaba a las dos partes. Por un lado las torturas del ejército francés, por el otro los atentados indiscriminados contra la población civil francesa. En un escenario creado para que se tomara partido por uno u otro bando Tillion, y otros como él, se negaron a tomar partido por ninguno de ellos.

O quizás, como nos recuerda Todorov tomaron partido, el que “decide oponerse no a Francia, ni a Argelia, sino a las fuerzas intolerantes y extremistas presentes en ambos bandos (…) Intenta luchar no contra una u otra facción, sino contra una pulsión que puede ponerse de manifiesto en todos.

Así, el único horizonte que puede contemplar es lo que llama “la política de la conversación”: sentarse alrededor de una mesa, mirarse uno a otro a los ojos, dirigir la palabra al otro y luego escucharlo, y estar dispuesto a colocarse provisionalmente en su lugar para entenderlo…”

En una era donde el pensamiento se diluye en poco más de un tuit el espacio que queda libre lo ocupa la lógica del enfrentamiento, la apelación a una emocionalidad que se construye y define mediante la criminalización del contrario junto con una exaltación irracional de lo propio, con cada vez menos tiempo para pensar, reflexionar, sentir: “El hombre de la cultura escrita, de la era de los periódicos, leía al día unos quince acontecimientos significativos (nacionales e internacionales) y digamos que cada uno de esos acontecimientos estaba desarrollado, por lo general, en una columna periodística.  En los telediarios las noticias se reducen a la mitad y con tiempos de retransmisión que a veces descienden a uno o dos minutos.

La reducción – restricción es gigantesca; y lo que desaparece en esa restricción es el enfoque del problema al que se refieren las imágenes. Porque la imagen es enemiga de la abstracción, y explicar es un discurso abstracto. Como he dicho más de una vez, los problemas no son “visibles”.

Y la imagen que privilegia la televisión es la que “conmueve” a nivel de sentimientos y emociones: asesinato, violencia, enfrentamientos con armas, arrestos, protestas, quejas; o si no terremotos, incendios, inundaciones y accidentes” nos decía Sartori, y aún no había profundizado en la era de las redes sociales, de la noticia a la carta y de las fake news convertidas en verdad de parte donde la única verdad es “mi verdad”, olvidando lo que decía Machado: Tu verdad No, la Verdad y ven conmigo a buscarla, la tuya guárdatela.

En su libro ‘¿Podremos vivir juntos?’, A. Touraine explica que asistimos a un proceso de «desocialización de la cultura de masas» de la mano de una globalización que a la vez que rompe las fronteras económicas construye cada vez más fronteras entre quienes ven en la diferencia una amenaza.

Entre quienes necesitan aferrarse a certidumbres, aunque sean inventadas, en un mundo donde las incertidumbres emergen en forma de tantas crisis como víctimas del sistema. Un mundo cada vez más interconectado económicamente y desconectado en su humanidad. ¿Cómo se pide más democracia en un contexto así? ¿Cómo definimos un concepto que unos y otros se arrojan a la cara como un fetiche ideológico que nos impide reconocer al otro?

Tal vez sea hora de re-empezar por abajo, por esa parte de lo cotidiano que habla de convivencia, de encontrarnos en el día a día, huyendo de ver en nuestro vecino o vecina la personificación de todos esos demonios de lo colectivo sobre los que hemos construido nuestra identidad: El demonio del separatismo, del rojo, del facha, del marica, de la feminazi, del españolista, del votante de…

En una época donde volvemos a caer en el juicio del otro desde el prejuicio propio es difícil relacionarnos sin todas esas capas, pero quizás por eso más necesario que nunca. Para empezar huir de quienes llevan esa teoría de los enemigos complementarias a la plaza de lo público apelando a nuestras tripas, huir también de todas esas reflexiones y argumentarios que disfrazan el ataque de red social de análisis crítico y que a la vez se envuelven tan fuertes en su bandera que les impide ver y sentir la piel de alguien que no sea ellos mismos.

Quizás más democracia sea huir de quienes hablan en nombre de la democracia y se apropian de ella para demonizar al contrario. De quienes se dedican a sacar lo peor de cada una de nosotras para que engrosemos las filas de sus bandos. No se trata de ser equidistante, sino todo lo contrario, de marcar distancia de las fuerzas extremistas e intolerantes presentes en ambos, en todos, los bandos y “sentarse alrededor de una mesa mirarse uno a otro a los ojos, dirigir la palabra al otro y luego escucharlo, y estar dispuesto a colocarse provisionalmente en su lugar para entenderlo…”

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1 Comentario

  • LUIS RUIZ AJA
    14 de noviembre de 2019

    muy buen artículo, y muy pertinente en estos tiempos que corren

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