Contra la muerte: amor y arte

Ha muerto Ángel González Doreste, artista
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El existente humano es el único ser abierto a la trascendencia, el único que sabe que se muere, pero que no quiere morirse del todo. Las religiones hacen una oferta de trascendencia absoluta, prometiendo otro mundo, otra vida.

Pero, sin ser incompatibles con las religiones, hay otras dos vías a la trascendencia, que tienen entidad propia. Una es la del amor: la del arte, la otra. El primero alberga nuestro espíritu en el interior de la memoria y los corazones de otros, hasta que nadie pronuncie nuestro nombre. Por el segundo se exterioriza, se objetiva nuestro espíritu en una obra, que queda ahí, a la vista de todos.

Amor y arte son los motores de un vivir trágico, más que con incertidumbres y angustias, con aureola heroica. Es el vivir de quien no se opone a su destino, y disfruta de todos los azares dichosos, que le sale al paso en la vida; el de quien celebra el gozoso fracaso del vivir; el de quien sabe y vive que en la dicha no todo es alegría ni todo es dolor en la tristeza; el de quien “por el dolor llega a la alegría”, como dice el primer verso de un soneto de José Hierro, poeta al que Ángel es afecto.

Tengo para mí, y en lo que le conocí, que el vivir de Ángel, ungido por el soplo del amor y el don del arte, esto es, por la gracia de la belleza, fue un vivir heroicamente trágico, que enriqueció el verso de su admirado poeta Reiner Maria Rilke “La belleza es el comienzo de lo terrible”, sabiendo y viviendo que lo terrible también puede ser bello.

Àngel es un artista, que viste su obra de elegancia, impronta de su persona y personalidad, y de la belleza, que el amor le inspira. Y no solo en su obra pictórica, sino también en su obra literaria, tanto en prosa como en verso, no por menos abundante, menos elegante y bella. Guardo celosamente dos cuadernos, con los que me obsequió y puso a mi consideración. Uno en prosa, “Retazos de memoria. 1936-1945”, en el que recrea lugares y personas de su vida en Canarias y Galicia, un prodigio de memoria narrativa, de escritura tan elegante y bella, como clara y precisa. El otro, en verso, “Veintisiete poemas al Norte de tanta lluvia”, delicada y, a la vez, potente poetización, de rico lenguaje, en la que junta palabras cultas con otras del habla coloquial, elevadas a categoría poética en alas de emociones sentidas en Cantabria, sobre todo durante su estancia en Santoña, donde ejerció como profesor y participó activamente en la política municipal.

El amor y el arte hacen un quiebro simbólico a la muerte. Ángel permanece en el lado de acá, en la memoria y en los corazones de quienes amó y le aman, y en la obra artística que nos deja, y que admiramos. Son esas otras formas de estar vivo.

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