La madriguera

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Llego tarde/ Llego tarde/ A una cita muy importante/No hay tiempo para decir “Hola, Adiós”. / Llego tarde, llego tarde, llego tarde, se oye decir al conejo que tanta curiosidad de dio a Alicia. Tanta que salió corriendo tras él hasta meterse en su madriguera y descubrir todo un mundo a través del espejo. Al entrar en la madriguera Alicia se precipita al vacío y el vuelo de caída recuerda a su gata, su escuela y sin saber si tocará o no fondo se pregunta se llegará a las “antipáticas”, (en realidad quería referirse a las antípodas). Quizás el mundo que Alicia descubrió estaba hecho de los pedazos del subconsciente del mundo que dejaba atrás, de aquellas partes de la realidad a las que no prestaba atención, no lo sé. Al final del cuento Alicia despierta y la vida sigue.

Nuestra madriguera es diferente, todos los sabemos, de hecho es tan reciente que aún la estamos construyendo, entendiéndola, vamos poco a poco aprendiendo a vivirla, a recorrer sus cavidades, sus túneles, a habitar sus espacios, sus afectos, y sus tiempos, a caminar por sus emociones, sus sentimientos y su tacto. Habitamos donde siempre pero de diferente manera, tal vez como Alicia, o tal vez no, ya digo que no lo sé. Pero en esta madriguera estamos todos, quienes no salen, quienes no les queda más remedio que hacerlo, quienes vuelven a ella para descansar un rato y volver a salir,  porque están en primera línea. Y poco a poco vamos creando lugares comunes donde encontrarnos, donde abrazarnos aunque sea a un metro de distancia, donde apoyaros los unos en los otros, aunque sea a un metro de distancia.

Recibo una video llamada y siento la piel de quien me habla al otro lado de la pantalla. Gracias a mi hijo de siete años he descubierto que se pueden participar simultáneamente hasta cuatro personas. Y mientras nos pisamos unas a otras sin entendernos apenas, en una ceremonia de la confusión a cuatro bandas, siento el cariño que revienta la distancia y traspasa la pantalla del móvil. Y aunque no puedo tocarles les siente cerca, más que nunca quizás y me doy cuenta de cuanto les tengo que cuidar. Y así multiplico 4×4 …y perdí la cuenta.

Todos salen a la misma hora a aplaudir, a cantar a saludarse a desahogarse a reconocer el valor de quienes están haciendo lo imposible  para que nuestro encierro signifique libertad, las redes se han convertido en ese espacio, en esa plaza del pueblo donde poder encontrarnos y contaros cómo va la cosa, cada cual de la manera que sabe, pero todos con un mismo lenguaje. Es como si todos formáramos parte del mismo barrio, cuando oigo como un chaval sale a cantar una canción a sus vecinos acompañado de su guitarra y todos le aplauden,  o a otra chica improvisar en su casa un estudio desde el que retransmitir en directo lo que su voz siente. Escucho un poema recitado, o una clase como preparar una tortilla de patatas en el eterno debate de con o sin cebolla. Y todo se conjuga con el verbo VIVIR. Y de repente me acuerdo de quien no tiene redes sociales, ni virtuales, ni reales…y no sé que contestar.

El confinamiento impone sus condiciones y sus normas, marca sus límites y geografías, gira la brújula de las emociones y nos obliga a transitarlo a flor de piel, incluso nos desorienta porque como Alicia nos adentramos en un territorio que inhóspito para nosotros. Porque reconocemos todo pero nada es igual. El tiempo decide ir a un ritmo diferente, y  nos pilla con el paso cambiado al darnos cuenta de que no debemos dar nada por sentado ni siquiera su tic tac. Las distancias son otras, es otra su medida. Del pasillo a la cocina, de la sala al baño, de quien duerme en la calle, de quien está en una residencia, de las habitaciones del hospital, de quien tiene que llenar la nevera, de quien está a punto de ser desahuciado. Los guantes de plástico, las mascarillas, lavarnos las manos, mientras nos mira el gato de Alicia y se vuelve invisible. Es como si hubiéramos mordido el trozo que te hace crecer tanto que no cabes y te sientes encerrado, o al revés te has hecho tan pequeño, tan diminuto que te asustan cosas en las que antes ni si quera pensabas. Y es que al igual que Alicia aún le estamos cogiendo la medida a todo esto.

Miramos diferente a quien ya conocíamos, sentimos diferente lo que ya sentíamos. “Es por la puerta de las pupilas abiertas por donde las miradas cruzadas han podido conducir al acto fulminante de comunión: «El ensanchamiento de los grandes silencios»…La mar vuelve a descender a lo más bajo de la marea para poder subir de nuevo a tiempo. Un tiempo nuevo se ha abierto, una etapa, un plazo, un relevo. Así no nos quedaremos sentados junto a nuestras vidas” decía Le Corbusier. Quizás como a él, nos toque no solo habitar los espacios de esta madriguera, sino construirlos desde diferentes perspectivas, desde diferentes ángulos, respirarlos y darles o recuperar sus significados, el de los silencios, el de los tiempos, el de los sentimientos, el de las miradas. El de la vida al fin y al cabo.

Y quizás cuando salgamos, como le pasó a Alicia, miremos de otra manera lo que siempre había estado ahí. O simplemente seamos capaces de reconocerlo. Por eso cada artículo, poema, testimonio, será una ventana más a la que asomarnos y poder ver de lo que estamos hechos. Tal vez “del material que se forjan los sueños” que decía Humphrey Bogart al final de la película “El halcón maltés”. Ojalá. Vamos a ello.

Y de repente me acuerdo de quien no tiene redes sociales, ni virtuales, ni reales…y no sé qué contestar…

 

 

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2 Comentarios

  • Esperanza Alonso
    24 de marzo de 2020

    Muy bonito. Yo creo que,es hora de parar, de desacelerar y darnos cuenta de lo que tenemos,de lo que vale y lo que no. De lo que nos hace falta y lo que no.
    Apreciar a las personas que tenemos al lado y valorar las pequeñas cosas.
    Ahora no nos hace falta nada más que un techo ,un pantalón de pijama y un plato de comida.
    Abrir la ventana por la mañana y oír a los pájaros cantar con màs fuerza y sentir que el sol ha vuelto a salir.

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