Los rescoldos del virus

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Un hombre terminaba de rubricar un documento infame y la vergüenza ya le corroe, su condición de caballero inglés le impedía mostrar el desprecio que sentía ante su interlocutor, lo que hacía su pena aún mayor.

La vuelta en avión desde Munich se le hizo eterna, con aquellos papeles posados sobre la mesita, palpitando su crimen como si lo hubiese escrito Edgar Allan Poe. Sabía que gran parte de sus conciudadanos estaban de acuerdo en el fondo de lo que había firmado y eso le aliviaba el corazón, aunque no el alma.

En el aeródromo de Heston una multitud se agolpaba para recibirlo envalentonándole, y allí mismo leyó ante todos un pequeño texto que guardaba en el bolsillo de su chaqueta como su salvoconducto personal ante la historia. Contenía un esperanzador acuerdo, secundario al original, que debería de alejar la guerra del país.

La idea la repitió posteriormente desde el 10 de Downing Street, atreviéndose a decir que se había conseguido “la paz de nuestro tiempo”. Se celebró aquel acuerdo como una gran victoria por parte de los ciudadanos y los medios de comunicación, a excepción de unos pocos opositores. De uno de ellos, el más crítico, se dice que entonces comentó “Os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra…, elegisteis el deshonor y tendréis la guerra”. Y así fue.

Fue en la primera quincena de febrero cuando la OMS y la UE avisaron de la necesidad de hacerse con material médico preventivo para enfrentar la emergencia sanitaria por Covid-19 anunciada por la misma OMS a finales de enero.

Se ha publicado que la respuesta del Gobierno español en la figura del Ministro Illa fue que teníamos suficiente de dicho material, por lo que no era necesario comprar más. Supimos a finales de febrero que Italia comenzó a cerrar pueblos del norte del país, suspendió las clases en algunas regiones y decidió que varios eventos deportivos se celebrasen a puerta cerrada, así como la cancelación del mismísimo Carnaval de Venecia (aquí ya se había cancelado el importantísimo Mobile Word Congress a raíz de la renuncia a venir por parte de fabricantes coreanos a causa del coronavirus).

Mientras, en España, el Ministerio de Sanidad recomendada en las redes sociales a los que venían de viaje desde países afectados el hacer vida normal si no presentaban síntomas. Toda vez que nuestras reservas de equipos de protección no aguantaron ni cinco días desde la declaración del Estado de Alarma y que el Financial Times nos señala como uno de los países que más tarde reaccionó con el confinamiento para aislar el virus respecto a los casos confirmados, se diría que el Ejecutivo español se vio desbordado desde el principio.

La situación se vio imposible de manejar, con una curva de contagios indomable que hizo temblar las piernas del Consejo de Ministros.

La primera prórroga del Estado de Alarma, a finales de marzo, se debatió con más de 700 muertos al día, casi 4 veces los muertos en los atentados del 11M. Los bravos sanitarios, sin apenas protección, caían contagiados a un ritmo vertiginoso que no se ha visto en ningún otro país desarrollado.

A día de hoy llevamos más de 50.000 contagiados. A su vez, los despidos de temporales habían sido inmediatos y el aluvión de ERTEs impulsado desde el Ejecutivo saturó el SEPE. El tejido productivo también cayó en la UCI. Innumerables empresas, autónomos y familias navegando entre bastas deudas, animadas durante años por los alquimistas Bancos Centrales con sus tipos irrisorios, de pronto se vieron ahogadas en pagos difícilmente asumibles.

El Gobierno echó definitivamente a un lado la economía y se decantó por intentar salvar vidas con el único arma del confinamiento, y con esa premisa siguió aplicando las mismas medidas Consejo de Ministros tras Consejo de Ministros.

La aprobación el 9 de abril de la segunda prórroga del Estado de Alarma, con más de una reserva respecto a su constitucionalidad en lo referido a la prolongación de limitaciones a la libertad de los ciudadanos, nos llevaría hasta una parada de casi mes y medio para gran parte de la actividad industrial del país.

Los pagos de la hipoteca, el alquiler, la comida con sabor a IVA, la cuota de autónomos, el impuesto de sociedades, el IRPF, parte de las cotizaciones sociales, etc., seguían adelgazando hasta la inanición la cuenta bancaria de millones de ciudadanos y empresas sin que el Gobierno decidiese aliviarlas o suprimirlas, al menos, para aquellos a los que el propio Ejecutivo había obligado a dejar de trabajar. Siempre será más caro y discrecional el subvencionar tras ahogar con impuestos que liberar de los mismos a pymes y trabajadores para que puedan sobrevivir sin ayuda.

Y el miedo en el Gobierno siguió guiando su actuación cuando llegó el momento de una tercera prórroga del Estado de Alarma. Para entonces los muertos y contagios habían caído hasta alrededor de un tercio de sus valores máximos y con una clara disparidad del avance del virus en cada región.

Sin embargo, el confinamiento seguía siendo centralizado y seguíamos sin hacer test masivos a los sospechosos para trazar los contagios.

Al final de esta quincena fue cuando muchos, al fin, recibimos el primer pago de nuestro ERTE, nos habían juntado marzo con abril; cientos de miles no tuvieron tanta suerte y no pocos continuaban sin poder trabajar y ya sin nada en los bolsillos. La estrategia desde Moncloa seguía inflexible, al igual que los impuestos, que, a lo sumo, algunos podían demorar su pago.

En Cantabria tuvimos que esperar hasta el 11 de mayo, al principio de la cuarta prórroga, para que el sinsentido de las fases permitiese abrir las tiendas minoristas con más pena que gloria, mientras que las condiciones para la hostelería le hacía debatirse entre abrir o no abrir, la bolsa o la vida. Muchos han esperado a junio con la vida a cuestas y la bolsa llena de agujeros.

Ya se ve con ansiedad (algunos incluso con suspicacia) ese 21 de junio que nos lleve, una vez terminada la sexta prórroga, al fin del Estado de Alarma, a esa mal llamada “nueva normalidad”, de tanta reminiscencia orwelliana.

Veremos entonces el desastre económico que nos ha quedado. A día de hoy el Banco de España, el FMI y la OCDE informan de los peores augurios para España, tanto en crecimiento del PIB como en paro y en déficit.

La recuperación en V se desvanece y se habla de tres años para recuperarnos, años de mayor pobreza con poca capacidad de maniobra para unas arcas públicas en ruina por culpa de los dos últimos Ejecutivos; con las obligaciones de deuda que minarán aún más que ahora las llamadas partidas sociales como Sanidad, Educación o Pensiones; y partiendo del peor mercado laboral de Europa después de Grecia. Al menos el sacrificio ha salvado muchas vidas, que era la estrategia de Moncloa.

Y entonces llegó el MoMo con los registros civiles de defunciones, el Instituto de Salud Carlos III y los datos de decesos en las residencias, arrojando un desfase respecto a años pasados de más de 40.000 personas muertas. Si con 27.000 defunciones ya estamos en el top 3 mundial de muertos por habitante, estas otras cifras oficiales nos pondrían muy por encima de cualquier país del mundo. Porque el mal ya estaba hecho en un marzo, condicionando gran parte de abril, y el Gobierno nos hipotecó mayo y junio.

Ahora, no en marzo, en abril ni en mayo, que es cuando apenas se podía trabajar, se espera que el Ingreso Mínimo Vital solucione el problema de los desesperados.

Sin embargo, lo único que puede conseguirlo es trabajar. Para ello es necesario que sobrevivan empresas en donde poder hacerlo y que las barreras al empleo sean demolidas para que puedan contratar sin miedo. Olvidemos la fórmula de Rajoy de subir impuestos porque la coalición de Gobierno quiere pagar el IMV o aplicar estímulos como el Plan E de Zapatero. Por el contrario, bajemos los impuestos de forma importante, al tiempo que se adelgaza la Administración con recortes. De otra forma no haremos sino ahogar más la generación de empleo retrasando la recuperación.

“El confinamiento más estricto del mundo”, se ha vendido desde Moncloa, y sí que lo ha sido, y seguro que salvó alguna vida en su inicio, pero ha arruinado muchas más después al prolongar desproporcionadamente la mordaza económica, mientras que las cifras de muertos son desoladoras. Señores dirigentes, os dieron a elegir entre enterrar la economía y parar los muertos…, elegisteis enterrar la economía cuando ya teníamos el mayor luto nacional desde la Guerra Civil.

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