La madriguera LXXII: «El cuento del coco»

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EL CUENTO DEL COCO

José Piris Pereda

 

Siendo un niño, dormido en mi habitación, veía desde mi cama con la puerta entre abierta, la silueta de un ser oscuro e inquietante, me llenaba de miedo e intranquilidad. Perdido en mis pensamientos para tranquilizarme le puse un nombre; El Coco.

Al despertar y mirar de nuevo hacia la puerta reconocía entre los bultos de los abrigos allí colgados al espantoso y nocturno ser.  En ese momento entendí que las cosas que no son fáciles de ver dan miedo, pero no siempre lo que una cosa aparenta coincide con lo que es. A veces me gustaría despertarme de esta pesadilla y ver que se trata de un bulto de ropa colgada de la puerta, pero no, no es una pesadilla, o sí, o es una pesadilla muy real, y me temo que no va a cambiar si me despierto. El Coco esta vez seguirá ahí, mirándome desde la invisibilidad.

Ahí fuera todo parece haberse parado de golpe. Es como una de esas películas que ves de madrugada que hablan del fin del mundo, o mejor dicho, del fin de los humanos; este mundo ha tenido más de un fin, y más de un inicio, solo que no ha contado siempre con nosotros. Tú sabes muy bien de lo que hablo, porque tú como yo también estás viviendo esa incertidumbre. Es verdad, no todos lo vivimos igual, pero todos la estamos viviendo. Hay quien se resiste a creérselo, hay quien tiene un miedo aterrador, hay quien teoriza sobre lo que sucede, hay quien te alerta para convencerse, hay quien te canta, te baila o te habla para hacerte olvidar, para darte calma. Hay quien se agarra a este tren para sentirse aceptado, hay quien disfraza su fracaso con esta realidad, hay quien intenta darte la mano mientras toses en un hospital, hay quien mira escondido desde el otro lado de la ventana para ver quien saca los pies del tiesto, grita, cual urraca para dar el aviso de la desobediencia. Hay quien se enfrenta al Coco por no querer asumir su miedo, y hay quien se rinde sentado tras su media sonrisa esperando a que un día todo esto ya haya pasado, y parezca así una de tantas leyendas. Hay quien se sienta en su mirador con un café en la mano y contempla cómo pasa la luz del sol entre el visillo, viendo cómo la naturaleza se sigue poniendo su traje de gala haciendo de menos al personal.

El mundo gira, sigue girando, y ¿sabes? mientras el mundo gira, durante un tiempo todos los seres humanos se han parado, o no del todo, sus metas siguen corriendo por la fibra óptica. Pero sí hay algo que han hecho. Se han escondido en sus casas, quien tuviera ya hogar. Mientras todos, en nuestras casas, ciudades, países y culturas ocultamos nuestra cabeza de avestruz, el mundo siguió viviendo y girando a sus anchas, sin preocuparse lo más mínimo de la supremacía del ser humano; Los ríos siguieron corriendo, los árboles, los prados siguieron creciendo con intención de tocar las más blancas nubes, los parques se llenaron de buenas y malas hierbas, porque nadie les dijo de qué tipo eran. Los animales se avecinaron a aquellos lugares y rincones apropiándose de nuevo de ellos, el aire comenzó a ser más fresco, y a oler a mar, a planta, a viento,  a lo que siempre olió, antes de que oliera a humano. Y así dejo de oler a humo, a claxon, a alquitrán, a perfume barato…Y todo ahí fuera estaba callado, todo ahí fuera estaba vacío, lleno de un gran vacío, lleno de nada y de esa ausencia que invita a sentirse especialmente libre y auténtico.

Ha llegado el Coco, señoras y señores, el Coco ha llegado, y con el Coco un miedo que se ha apoderado del ser humano hasta arrinconarlo como a un cangrejo dentro de sus casas.

Al Coco no se le ve, al Coco se le advierte, dicen que el Coco es malo porque hace aquello que no queremos que haga, pero el Coco nos preocupa porque no podemos ejercer nuestro poder sobre él. El Coco nos da tanto miedo que no nos deja respirar, el Coco es invisible, y esta es su mejor arma. Porque el ser humano no sabe ver lo invisible, y es por esta razón que imagina al Coco a través de su miedo, y el miedo es el séquito del Coco, el miedo que amenaza con quitar lo más preciado. Nuestra existencia. Algo que duele más, arrebatarnos a aquellos que queremos.

El Coco ataca al que es frágil, al que vivió ya la vida, o la luchó, no hace diferencias. El Coco es un depredador que no tiene piedad ante la debilidad. Y la debilidad mayor tras la fragilidad de una pompa es la histeria, el pánico y la obsesión. Todas ellas hacen quizás al Coco más poderoso de lo que es.

El Coco ya ha llegado, tal vez ya rondaba y no lo veíamos, para cambiar nuestra realidad. Pero, ¿qué o quién es el Coco? Al Coco no se lo mata con ejércitos ni armas de destrucción, al Coco se mata con científicos, con ciencia. El Coco mata y no tiene consciencia, el Coco mata sin distinción, solo al débil y anciano, pero tal vez el Coco mate también a otros… y eso siempre da miedo. ¿El Coco fue creado o se creó? Esto es lo que sucede cuando las cosas son un misterio, y es que el Coco es un misterio, es desconocido, nadie lo ve. Pero los héroes y heroínas saben enfrentarse también a lo invisible, lo hacen mediante algo que sabemos logra asustar al Coco; la fe, la ilusión, la confianza, el idealismo.  Creer en lo que no vemos. Tal vez este sea el consejo de un mimo.

Hay mascarillas para protegerse del Coco, también ocultan la identidad, y hacen que las personas se vean menos, que no sepamos del de enfrente. Máscaras que emulan un carnaval y hacen del día a día un nuevo mundo de misterio. Hay una gran bestia, un engendro creado por el hombre, que lo devora desde hace años, que gobierna sobre todos los países y sobre todos los sistemas. Un ingenio, una industria que no deja jamás de producir, de generar capital y dividendos, un monstruo que engulle todo lo que encuentra a su paso. Un ente que no tiene miramientos y que necesita al ser humano para existir; esta bestia fue creada por el hombre. Ahora el ser humano no sabe pararlo, pide demasiado y necesita que el mundo sea menos numerario para sostener este sistema de comercio. Engulle políticas, órdenes sociales, industria alimentaria, farmacias, ejércitos, religiones, sistemas de sanidad y educativos. Una bestia creada por el ser humano y que hoy es su Frankenstein.

De pronto el Coco ha llegado, y yo paso mucho más tiempo con mi hijo, antes tenía que trabajar siempre… El Coco ha llegado, y ahora empleo el tiempo en cosas que antes no hacía porque trabajaba siempre. El Coco ha llegado, y ahora veo que el de la fachada de la casa de enfrente sabe cómo me llamo, y se cómo se llaman, y me sonríe cada día al salir al balcón, luego me mira con ese gesto de condescendencia y complicidad en el que se mezcla una especie de identificación, porque antes podíamos trabajar y ahora no. El Coco te dice al oído que tal vez, en un par de meses, no podrás seguir viviendo de lo ahorrado. Te enfadas con el Estado por que no te deja trabajar, y tampoco te ayuda a sobrevivir. Entiendes es que la gran maquinaria, la bestia, la pide que salgas siempre a trabajar para seguir manteniendo su sistema de vida. Entonces sientes que todo pasará y podrás tranquilo hablar de ello. Y te acuerdas de cómo el Coco vació las calles y los parques, como el pájaro miraba las aceras vacías. Y te preguntas si después de que el Coco nos deje volver al día a día, habremos aprendido algo. Si será difícil para todos volver a nuestros trabajos cotidianos, si el Coco habrá dejado secuelas incurables dentro de nuestro tejido social.

Tal vez el Coco vuelva de nuevo… ¿qué pasará? Tal vez El Coco vino a decirnos algo.

Yo no sabría responder, por lo pronto comenzaré a contar a mi hijo el cuento del Coco de un modo diferente al que me lo contaron a mí siendo niño.

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Imagen: Interprete de la Máscara del Coco, Tommaso Maestri / Alumno de la Escuela Nouveau Colombier de José Piris Pereda.

Nota: Para publicar en “La madriguera” podéis seguir enviando vuestros textos, poemas, reflexiones etc…a Jose Elizondo: granmeaulnes@hotmail.com

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