Con «X» de distancia

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Las palabras no son del todo nuestras, pero están a nuestra disposición, nos recuerda Luis García Montero en sus Palabras Rotas. De ahí el riesgo de intentar apropiarse de ellas. La democracia es el espacio  en el que se intenta consensuar su significado entre diferentes. No es fácil, es el reto. Quizás ese punto de encuentro entre el carácter discursivo que les atribuía Foucault, es decir, cómo el contexto y el momento histórico marcaría su significado y puesta en práctica o, como decía Kant, una aspiración universal en el devenir de la historia.  Palabras como libertad, democracia, comunidad, patria etc… donde los matices generan grietas, donde desde posiciones “enfrentadas” las mismas palabras se enarbolan como banderas. Ese es el riesgo de apropiarse de ellas; olvidamos el espacio común que los diferentes construimos para lograr la convivencia y evitar lo que negar al otro supone. Cuando negamos al otro, nos olvidamos lo que de nosotros hay en él y, al hacerlo, comienza el primer paso que nos lleva a justificar su “eliminación”.

Cuesta saber en qué escalón estamos. Y así tu móvil y el mío, con el coltán del que se alimentan, y así muchas de las contradicciones en las que vivimos mientras compartimos palabras que creemos saber lo que significan, pero que la realidad las quiebra constantemente. Una realidad que creamos y que construimos cada día, en cada acto y que nos desnuda incluso cuando nos escondemos tras las palabras y las arrojamos con rabia, con enfado, con miedo. Y es que, quizás, estamos  rompiendo las palabras, no sé si de tanto manosearlas las acabamos prostituyendo. Renunciamos a buscar en ellas algo más que un arma arrojadiza en una contienda donde el “enemigo” no puede hacer nada para dejar de serlo, porque le negamos esa posibilidad, nos la negamos a nosotros mismos mientras juzgamos, etiquetamos, clasificamos y colocamos en la estantería correspondiente:

En el pasillo número uno podrán encontrar  a “los fascistas”  se oye una voz en off mientras avanzas con tu carrito de la compra, total de lo que se trata es de consumir, y en las estanterías puedes encontrar diferentes logos, discursos, narrativas, banderas, productos de belleza para quitar el hambre a la estética que te rodea. Es curioso, muchos  de ellos carecen de denominación de origen, y son otros quienes les han colocado ahí con una mordaza de regalo pegada a cada código de barras. El caso es encerrarnos en esa jaula del pensamiento fácil de gestionar para entender una realidad que se nos escapa a golpe de virus, de atentado, de guerra, de todo aquello que nos puede deshumanizar. Si pusiéramos con mayúsculas “Humanidad” haríamos saltar por los aires los pasillos, las paredes y paredones de este singular supermercado.

El hilo musical  me lleva al siguiente pasillo donde una joven corta, con lo que parece ser una hoz, pedazos de un melón que parece demasiado tiempo abierto. A estas alturas te costaría explicar el laberinto de pasillos que se abre ante ti y en el que te sientes un tanto atrapado. En la espalda alguien te ha pegado un cartel con una X y la palabra distante. Quizás deberías prestar más atención, pero tanto ruido te levanta  dolor de cabeza. Hasta  para eso venden las soluciónes; en el pasillo 1789, creo recordar, o era en el 1917, o en el 1919,  1936, 1945, en el 2001, en el 1968…  joder que lío, el caso es que  venden unas pastillas cojonudas para no dejar que el ruido te reviente la cabeza. Nunca  lees los prospectos, pero necesitas acabar con ese maldito martilleo.

Hay veces que sientes que has nacido en ese reducido espacio y que es lo que hay. Incluso, no sabes cómo, los productos caen en tu carrito sin que tú los hayas cogido. Debe ser alguna aplicación del móvil que crea un mapa de lo que te gusta y lo que no haciendo un seguimiento de tu navegador de internet. El caso es que tú solo utilizas internet para consultar el correo, ver “algo” de porno,  las redes sociales en las que andas metida, buscar info para tus trabajos. Un poco de todo, la verdad, como en la vida misma.  En la sección “Braudillard” te dicen que ya no hay diferencia y una Alicia vestida de pornostar te da la bienvenida al otro lado de un espejo que ya no existe. “Sociedad del Espectáculo” a gusto del consumidor con una foto de Guy Debord sodomizado por un tertuliano de “Sálvame” (se oye el grito ahogado de un refugiado como hilo musical).

Ahora que lo piensas, quizás ese poco de todo  de tu carrito refleja esa contradicción constante  que no te deja digerir demasiado bien la realidad en la que vives. Tal vez por eso a veces necesitas llenar el carrito de una sola cosa, con sus certezas, coherencias y dogmas, para  sentirte segura. Lo importante es ser fiel a la marca. No podías dejar que te marcaran con la X, es lo poco que sabes de la historia de los supermercados. Cuando las baldas están llenas y  cubiertas determinadas “necesidades”, te afecta todo un poco menos. Aunque el caso es que, incluso cuando llevas el carrito lleno,  te sientes jodidamente vacía, porque tú lo único que buscabas era la puerta de SALIDA.

Jodidas X y jodidas distancias…

 

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