En los meses de abril y julio de 2019, Julián Rodríguez Anaya expuso en la Torre del Infantado (Potes, Cantabria) y en La Casa del Águila y la Parra (Santillana del Mar, Cantabria), respectivamente, su colección de esculturas en hierro, de las que hice comentario en este periódico. La irrupción de la pandemia y sus graves efectos colaterales obligaron a suspender sendas exposiciones, prevista para el 2020 en Alcalá de Henares y en Hervás (Cáceres).

El escultor es extremeño, y mantiene estrechos lazos familiares en Cantabria, concretamente en Liébana, y para más fijación en Bores, pueblo perteneciente al municipio de La Vega de Liébana, en el valle de Cereceda. Y es en Bores donde ha pasado el verano dedicado al diseño y realización de nuevas obras, en el transcurso de un confinamiento voluntario, entre el taller y el aire libre.

Entre las nuevas piezas, traigo aquí la que el artista ha llamado “Gritos al cielo”, un homenaje férreo, por el material, con el que se expresa, como por la firme voluntad de su autor en el homenaje a quienes sin pretensiones de héroes han vivido las emociones propias y han atendido y acompañado las ajenas.

Es, “Gritos al cielo”, obra de pequeño formato, en la que caben todos, con especial atención a quiene se han compadecido con -también de- las vidas y las muertes de cuantos estuvieron -y están- a sus cuidados. En las manos de Julián Rodríguez Anaya el hierro adquiere sutiles simbolismos en forma de profusos detalles, tan expresivos como significativos. Y no ha querido poner solo su arte y su oficio, sino también su voz, en palabras que llevan su carga de simbolismos a cuestas, y que transcribo tal como me lo entregó:

ODA
A LOS HÉROES. A LOS
VALIENTES, A LOS QUE
EMPUJAN EL CARRO DE
LAS MISERIAS. A LOS
CREYENTES. A LOS
CARONTES. A LAS LAGUNAS
ESTIQUIAS. A LAS LÁGRIMAS.
A LOS SAN ROQUES.

La escultura invoca a los cielos. Las palabras son su eco