El muro

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No habia nadie en la sala de espera, nadie le acompañaba en la habitación. Llevaba dos semanas entubado y las únicas visitas que recibía era las de las enfermeras para asearle y cambiar las sábanas. Todo se presentaba como una bruma de semi realidad en la que se mezclaban los sueños recurrentes de una somnolencia prolongada en la que no sabes si estás medio dormido o medio despierto. Sus rostros escondidos tras las mascarillas,  las batas blancas, el tacto de los guantes de látex formaban parte de una atmósfera difícilmente ubicable en el lado de la línea donde habita la razón. Sin embargo, los momentos en los que sus miradas se cruzaban con la tuya  encontrabas un lugar al que asomarte, en el que respirar ese aire que expande  más allá del perímetro de tus pulmones. En el paisaje de sus miradas encontrabas el consuelo, la caricia, la calma, y la realidad arrebatada. Aprendiste a descifrar el mapa en el que cada una de ellas se había convertido. Las sonrisas, también los rostros serios, la parte de miedo compartida, el consuelo, la fuerza, también la preocupación, en sus miradas, la incertidumbre, pero también la esperanza, esa que te da justo la fuerza para seguir ese poquito más y a ver qué pasa.

Medias el tiempo por miradas. Por lo que recordabas debías llevar allí 134 miradas, al pensarlo no sabías que correspondencia podría tener con el tiempo real. A veces las miradas llegaban seguidas, otras más espaciadas, hubo alguna de las veces que creías que no iban a volver. Al principio todas te parecían la misma, pero poco a poco aprendiste a distinguirlas y a mirar ese poco más allá que hace que no necesites hablar para entender. Oías sus voces, pero las escuchabas lejanas, a veces apresuradas cuando hablaban entre ellas, o escondiéndose de ti, como si no quisieran que escucharas lo que estaban hablando. ¿Tú crees que nos escucha? ….

Aprendiste a escuchar desde el tímpano de sus pupilas dilatadas, enlagrimadas a veces, a sonrisa abierta otras, y todas y cada una de ellas hacían que  te sintieras  conectado al tic tac de sus parpadeos.  Querías hablarles  usando tu mirada como «Malinche»,  intermediaria de una voz incapaz de ira más allá del balbuceo de palabras arrinconadas por la falta de oxigeno. Cada bocanada era una jodida victoria que le ofrecías a la vida para continuar un rato más, por lo menos hasta que la próxima mirada fuera la de uno de los tuyos. Ojalá pudieran oírme, ¿Tú crees que nos escucha?

Nadie sabia como, pero a medida que avanzaba la Pandemia se iba creando un muro que les separada de nosotros, un muro invisible pero tan alto  y tan infranqueable que poco a poco nos impedía verlos. Solo quienes les echaban de menos notaban su ausencia y era a ellos a quienes nuestro muro les hacía más daño, ¿Es qué nadie les ve? Gritaban a los pies del muro de silencio que se había levantado como frontera, pero ¿de verdad que no les veis? Gritaban sus seres queridos señalando el muro y arañando sus paredes.

Era un muro transparente diferente al de la franja de Cisjordania, al de Berlín, o a todos esos muros que la humanidad a construido para esconder sus vergüenzas, para ocultar las pruebas de sus delitos. Este muro era diferente y aunque nadie se estrellaba contra él, aunque nadie era asesinado por un francotirador apostado n una garita, aunque nadie era detenido al intentar saltárselo, era  desolador en sus consecuencias. La gente pasaba a su lado y veía al otro lado pero sin ver, algo así como la retina rasgada del perro andaluz, algo así como la lentilla distorsionada de un dios ausente, algo así como acostumbrarte a la desgracia, algo así como la ceguera que quien mira y ya no es capaz de ver.

Nadie sabe porqué pasaba, pero pasaba, y mientras ellos se derrumbaban ante el muro invisible, mientras ellos se estrellaban sin poder hacer nada, el resto lo atravesábamos formando parte del. Sin darnos cuenta nos convertimos en parte del muro. Sin darnos cuenta, o siendo conscientes, no lo sé, acabamos siendo ladrillos, piedras, acabamos siendo muro. Éramos muro. Tal vez no siempre, quizás a veces, y en ese “a veces” se iban abriendo grietas en el muro que nos dejaban ver lo que había al otro lado. Y nuestras miradas se acercaban a su cama, desde la distancia, y mostraban curiosidad, miedo, fuerza, apoyo, incertidumbre. Y en  ese “a veces” nuestras miradas se cruzaban con la suya y no daban crédito a lo que estaba sucediendo.  Y en ese “a veces” nuestras miradas se volvían sobre nosotros mismos y miraban desconcertadas el muro en el que nos habíamos convertido, incluso intentábamos derrumbarlo. Pero sin saber como ni porqué el “ a veces” se hacía más largo y se distanciaba, no por seguridad, la verdad no sé por qué.

Hasta que un día tras los doce parpadeos de la campana el muro saltó por los aires y pudimos mirarte a los ojos y pudimos tan solo mirarte. Y dejamos de ser muro para siempre.

¿Tú crees que nos escucha?

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