Sidi, el niño saharaui que disfrutaba de la playa de Berria y ahora se recupera de la explosión de una bomba de racimo

Durante tres veranos, ha pasado el verano con una familia de acogida del programa Vacaciones en Paz
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Cuando Mayka y Miguel vieron en internet la foto de Sidi, el niño saharaui al que durante tres veranos habían acogido en su casa, no podían creer que fuese cierto.

Casi un mes después del suceso, saben poco más de  lo que leyeron entonces, que decía así: «Sidi Mohamed Ahmed, un adolescente saharaui de 13 años, se ha convertido en la primera víctima de las minas antipersona de este 2021, tras la explosión de una en la zona liberada de Timlouza, ubicada en la región de Guelta-Zemmur. El joven se encontraba cuidando y pastoreando del ganado de su familia cuando estalló concretamente una bomba de racimo, provocándole serios daños traumáticos. Se encuentra gravemente herido y presenta fracturas en el brazo derecho, pierna izquierda y profundas heridas en el abdomen».

Desde que se enteraron, la impotencia se ha adueñado de esta pareja leonesa. «Nos gustaría ver a Sidi, saber si está bien, cómo se encuentra, dónde está ahora mismo, porque después de tres veranos, se ha creado un vínculo muy grande entre nosotros y ahora nadie nos informa de nada. Todo es muy confuso. Desde la asociación Vacaciones en Paz sí nos han dicho que el niño está fuera de peligro, pero no tenemos noticias directas y, la verdad, se lleva mal. Tampoco podemos ir. Nos sentimos impotentes y con ganas de ver al niño y de hablar con él. Es increíble la desinformación que existe sobre todo lo que sucede en el Sahara. Es un tema que no vende, que a nadie parece interesar. Es muy triste todo», lamenta Mayka.

LA SONRISA DE SIDI

Cuando Sidi llegó a España por primera vez, tenía nueve años. En León le esperaban Mayka y Miguel dispuestos a acogerle durante todo el verano. Sidi, un niño menudo, de grandes ojos negros,  llegó asustado, temeroso, desnutrido y sin hablar una palabra en castellano. Tres días tardó más o menos en reaccionar y entender que existe otro mundo muy diferente al que él conocía, ese mundo árido, en tierra de nadie donde las jaimas son el refugio de las familias que no tienen absolutamente nada más que lo necesario y no siempre, soportando temperaturas superiores a los 50 grados en verano y sin recursos económicos.

Después de esos tres días, la sonrisa apareció en su cara y ahí se mantuvo durante los dos meses que pasó ese verano con su familia de acogida del proyecto ‘Vacaciones en Paz’. «Me lo puso muy fácil, la verdad. Enseguida me adapté a él y él a mi. Yo siempre había hecho voluntariados y cuando conocí el programa ‘Vacaciones en Paz’, me pareció una iniciativa estupenda de la que quise formar parte», cuenta Mayka.

A los nueve años, Sidi vio una de las cosas que más le sorprendió. Algo que para él parecía pura magia: el agua salía del grifo. Agua limpia, fresca, potable. «Lo del agua es lo que más le llamó la atención. La televisión, el teléfono, todo le parecía mentira. Otra de las cosas que le sorprendió tanto que se asustó y tuvimos que irnos, fue el centro comercial. Cuando vio tanta gente y tantos productos a la venta, se quedó paralizado y comenzó a llorar de la impresión, ante tanta novedad. Le tuve que coger en brazos para que se calmara, pero al día siguiente ya regresamos y estaba encantado», explica  su madre de acogida.

UN NIÑO MÁS

Sidi aprendió el idioma bastante rápido, de la mano de Mayka y Miguel y, cuando pensaba que ya había cubierto el cupo de sorpresas, fue cuando llegaron hasta Santoña invitados por su amigo César.

Allí le esperaba la gran sorpresa: el mar. Un espectáculo que volvió a dejarle paralizado cuando lo contempló por primera vez, para después sentir fascinación por esa masa infinita de agua que se presentaba ante sus ojos. «En Santoña era un niño totalmente feliz que compartía juegos, baños, bromas y excursiones con otros niños y descubría que existe una vida feliz en la que solo se tenía que ocupar de disfrutar del juego, de medir bien el salto al mar desde la escollera, como le enseñaban otros niños y de relajarse con esa magia desconocida en su mundo», cuenta César Otto, amigo y anfitrión de la familia durante el verano.

En el verano de 2018, Mayka y Miguel volvieron a recibir a Sidi y añadieron a la familia a otro niño saharaui, Dahman. Los dos repetirían en 2019 y lo hubiesen hecho en 2020 si no hubiese sido por la crisis sanitaria del Covid. También tenían pensado viajar para conocer a las familias de sus niños de acogida, pero eso también tuvo que aplazarse.

Con Dahman tienen más relación, porque su hermana tiene teléfono y habla español, pero con Sidi es distinto. Su familia tiene menos medios y, como tiene cuatro hermanos pequeños,  él, a sus trece años, tiene que atender a sus abuelos y salir a pastorear para poder ayudar a la familia. Allí también están confinados, y Mayka y Miguel tampoco han conseguido saber nada a través de Dahman.

SIN NOTICIAS

Ahora viven con el corazón encogido sin saber cómo está realmente Sidi y qué es lo que ha pasado.

La única noticia publicada es la que se reproduce al inicio de este reportaje anunciando el accidente y que sigue explicando que «los hechos tuvieron lugar el pasado 11 de Enero según informó ASAVIM (Asociación Saharaui de Víctimas de Minas) y el SMACO (Oficina Saharaui de Coordinación de Actividades Relativas a las Minas). En el Sáhara Occidetal hay más de 10 millones minas antipersona, que son sembradas por el ejército de ocupación marroquí en zonas próximas al muro de la vergüenza, violando todas las resoluciones del derecho internacional que impiden el uso de minas antipersona y bombas de racimo contra civiles, igualmente, el estado de ocupación marroquí no es signatario de la Convención de Ottawa que prohíbe su uso internacionalmente desde 1999. Cabe señalar que desde 2006 hasta la actualidad y gracias a los esfuerzos de los actores nacionales e internacionales, grupos de mujeres saharauis exploran y desminan los territorios liberados para evitar más mutilaciones. Desde entonces, se han despejado 425 de 498 áreas conocidas y contaminadas por bombas de racimo sembradas por el ejército marroquí en la parte este del muro de la vergüenza».

César Otto, el anfitrión de la familia en sus estancias en Santoña, denuncia en redes que todo esto ha pasado en «un Sahara occidental abandonado a su suerte por España y Europa. Aquí nos tapamos los ojos y los oídos para no escuchar cuando Sidi, o cualquier otra persona, mientras pastorea descalzo sus cabras por esos montes de guijarros descarnados, al no poder estar en una escuela, como los niños normales, por ser el sustento de su familia, pisa una maldita mina antipersona, de las decenas de miles que Marruecos ha sembrado allí, con Europa silbando mirando al tendido y EEUU riendo las gracias, y le revienta bajo su menudo cuerpo, dejándole malherido. A España no llega la detonación, ni siquiera llegan las noticias. Ojos que no ven, corazones que no sienten. Pero España somos uno de los mayores productores y fabricantes de armas del mundo. Cómplices por omisión y acción comercial hipócrita de la mutilación y heridas de miles de Sidis en el Sáhara y en muchos lugares (casualmente, siempre pobres y «lejos» de nuestra comodidad de wifi, Netflix, iPhones y barrigas rebosantes)», escribe en su muro de facebook.

En León, Mayka y Miguel siguen expectantes, pendientes del teléfono, de una llamada que no termina de llegar. De alguien que les confirme la situación real de Sidi y, ya puestos, esperan poder hablar directamente con ese niño que en junio de 2017 llegó a sus vidas y las cambió para siempre.

 

 

 

 

 

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