De Pícaros a Jetas

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Yo no sé si es correcto que nos hayamos sorprendido tanto por el mal ejemplo de todos esos que se han colado en las listas de los vacunables, lo mismo que no sé en cuántos países ha sucedido lo mismo. Lo que sí sé es que era de esperar. Tenemos una larga tradición de comportamientos antisociales que, aunque no hayan sido mayoritarios, sí abarcan amplios espectros de población representativa y es una experiencia y tradición de siglos.

Podríamos empezar recordando a los pícaros del siglo XVII que dieron lugar a todo un género literario, la picaresca, por convención social solamente aplicable a personas de las clases bajas. No es que en las demás clases no se hiciera lo mismo que hacían los pícaros, pero lo hacían en todo caso bajo el oportuno privilegio o concesión real (menudo ejemplo) o eclesiástica, con lo que el engaño se confundía con derechos perfectamente legítimos.

Más adelante hemos tenido el caciquismo, conocido como fórmula política mediante la que el cacique, hacía y deshacía a su antojo, colocando y retirando cargos políticos, permisos, concesiones, premios y cuanto pudiera venirle en gana. Imaginemos a uno de esos caciques decimonónicos de la Restauración administrando la vacuna o haciendo las listas correspondientes. Los primeros sus votantes. Imaginemos al Conde de Romanones y su legendario tren en el que llevaba a sus empleados públicos de Guadalajara a Madrid, ¡si acababa de contratarlos! ¿Cómo no los iba a vacunar? Hay una expresión popular que define ciertas conductas, qué es la de tener “vara alta”, que históricamente era la capacidad para facilitar favores fuera del orden igualitario, tales como conseguir destino en el empleo, en el Ejército o en la misma jerarquía eclesiástica. El favor pedido por un obispo o cardenal era mandato imperativo para los poderes públicos. Afortunadamente, hoy tener vara alta ha pasado al Código Penal como delito calificado de prevaricación o de tráfico de influencias.

Todo ese caldo de cultivo histórico ha servido para que en el código genético de algunos empleos y cargos públicos y en muchas de las personas que acceden a ellos, se haya incorporado la absoluta convicción de qué están por encima del resto de los ciudadanos, y en muchos casos ciertamente es fácil de entender, pues ¡debemos agradecerles su dedicación y sacrificios! Era de esperar, qué entre muchos de ellos se tuviera la convicción de que efectivamente estaban por encima y por delante del resto de los ciudadanos. Y en una situación como la que vivimos, en la que en muchos casos la vida corre peligro ¿Qué mejor que hacer uso de esa tradición, para colocarse los primeros en las listas de la vacunación o colocar a sus parientes?

Aunque la mayoría ha actuado con la corrección y la decencia debida, como ha sido siempre, para mantener la tradición, los pícaros, oportunistas, jetas y aprovechados, una vez más, han hecho presencia entre nosotros.

Desde el alto clero representado por obispos y párrocos, que por fin se fían más de la medicina que de los rezos, hasta el Ejército, en que, para dar ejemplo, el JEMAD fue de los primeros en colarse, pasando por supuesto por distintos estamentos de la política tanto de los electos cuanto de los nombrados, los pícaros, oportunistas y jetas han corrido los primeros en busca de esa inmortalidad temporal que da la vacuna.

Los pícaros de ayer, jetas y caraduras de hoy continúan entre nosotros, han salvado la tradición.

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