Estado de Reconstrucción

El domingo se cumplió el aniversario de la prima declaración del Estado de Alarma que dio paso al confinamiento (Foto: Carlos Atienza)
Tiempo de lectura: 8 min

Antes del Estado de Alarma, el coronovirus era un ruido de fondo que escuchábamos en los bares, y que poco a poco subía de volumen y se iba desplazando de la lejana China a la cercana Italia.

Poco a poco la crisis se fue agravando, con los incrementos de casos y muertes, y llegaron los días de las cancelaciones de eventos

Como si fuera la Semana Santa, tuvimos el jueves de la suspensión de la actividad escolar y el viernes del papel higiénico, para llegar a la vigilia del Estado de Alarma y el domingo del estado de shock.

La Declaración del Estado de Alarma, que fue lo que nos hizo ver la gravedad de la situación y la fragilidad de nuestra vida.

Y no sólo por pensar que un enemigo invisible pudiera utilizarnos para llegar a nuestros mayores, sino por como esa existencia más o menos plácida se vino abajo con el confinamiento.

SIN REFUGIO

Encerrados en casa, nuestras vidas se estrecharon.

El trabajo se hizo más difícil, la conciliación imposible, y la calidez del hogar no fue suficiente para convertirse en un refugio frente al riesgo.

Así eran las casas antes, un lugar en el que ponías una barrera frente a las preocupaciones.

Pero hace un año, las casas, los pisos, se convirtieron en el escenario que nos recordaba que fuera estaba el vacío, el lugar cuya propia presencia constante nuestra en él evidenciaba que ahora algo iba mal.

Y encima no podíamos escapar de las noticias, de la actualización constante y, lo que es peor, de los bulos, que nos perseguían a cualquier habitación a la que lleváramos el móvil en un momento en que no nos veíamos capaces de renunciar a estar informados.

PERO HUBO CASAS Y CASAS

Y, sí, hubo casas y casas. Y trabajos y trabajos. Y sueldos y sueldos. Y ahorros y ahorros. Y familias y familias. Incluso gente sin ellas, a ver cómo aguantas una crisis sin red.

Y ahora hay gente nueva que se ha incorporado a los problemas económicos.

Población para la que pasar dificultades es algo nuevo: para algunos, difícil por lo sobrevenido; para otros, difícil porque se perdió el trabajo o porque no se pudo abrir el negocio.

Y aunque hay voces que tienen más percepción de dificultad de la que realmente sufren y más micrófonos apuntando de los que tuvo nunca ningún desahuciado; incluso algunos que lo que llaman crisis en realidad para ellos son meras estrecheces, nada, ni siquiera esa desigualdad de las crisis y los focos, debe hacernos olvidarnos que antes había gente que ya estaba mal, muy mal, que hubo familias a las que tumbó la anterior crisis.

Familias, vecinos, que corren el riesgo de que el hecho de que ahora se haya, de algún modo, democratizado la preocupación por la situación económica, les acabe, otra vez, sepultando, borrando, sacando de las agendas.

EN CONSTANTE ADAPTACIÓN

Hace un año nos cambiaron las normas de golpe.

Vivir era trabajar, descansar, familia y amigos, o algo de deporte, cultura y viajes, el que pudiera. Vivir era bares, hipermercados y el deporte de los pequeños.

Y de repente vivir no fue eso.

Nos costó captar las normas nuevas, porque de repente vivir fue distanciarse, ponerse gel y mascarillas, mirar datos y aprender palabras nuevas.

Y ver, cuando salimos, nuestros pueblos y ciudades adaptarse al cambio.

En verdad, llevábamos toda la vida adaptándonos. Pero el gran shock, todavía por estudiar sus efectos a la larga, nos hizo olvidarlo.

Todavía hoy vamos aprendiendo normas sobre la marcha: horarios, aforos, personas en grupo…,

Ya lo hemos interiorizado porque somos capaces de eso y de más.

CUANDO FUIMOS LOS MEJORES

Fueron días en los que, unos desde el balcón, otros desde su lugar de responsabilidad laboral, fuimos capaces de ser los mejores.

De mandar mensajes a vecinos que simplemente eran una placa en el buzón para saber si necesitaban algo.

De donar dinero o comida, el que pudiera.

De preguntar qué tal estaban a gente a la que la semana previa hubiéramos despachado con un hasta luego.

Fuimos capaces de ver que las personas tienen miedo, porque nosotros éramos, justamente, personas con miedo.

Qué decir de los de primera línea: sanitarios, residencias, investigadores.

O de las profesiones olvidadas, que pasaron a ser esenciales: camioneros, repartidores, dependientas, limpiadoras.

De los que se lanzaron al voluntariado, fuera ayuda espontáneo o más organizado (desde la Red Cántabra de Apoyo Mutuo a los makers pasando por Cantabria Respira).

Si en las calles había silencio, en otros sitios oímos el ruido de las costureras que cosían mascarillas, el zumbido de las impresoras 3D creando pantallas de protección o hisopos o de los coches que llevaron comida a mayores, incluso del teléfono que daba conversación a quienes estaban solos.

O la cultura que, pese a estar sufriendo y verse abocadas a una (otra) crisis posterior, fue capaz de venir a casa a intentar, al menos, airearnos. Necesitábamos ventilación.

Algo tan básico como comprar en un sitio u otro se convirtió en una declaración de intenciones, en un ejercicio casi político o activista. Se nos había olvidado que ya lo era y que nuestro dinero vale mucho.

LA DESESCALADA DEL ODIO

Vemos casi con nostalgia que fuimos capaces de ser los mejores, y lo fuimos porque podíamos y sabíamos hacerlo.

Por eso dolió más, duele, la desescalada de lo peor, que también hemos sido capaces de serlo.

Se entiende el miedo y la incertidumbre, porque son eso, sentimientos, y se dieron en un escenario cambiante e incierto.

Hubo, hay, actitudes de sálvese quien pueda o quítate tú para ponerme yo, porque eso también va en el ser fieramente humanos.

Lo podemos hasta entender. En cambio, nos cuesta más asumir que haya quien promueva el odio y las mentiras, primer paso del camino de baldosas negras hacia la violencia del que nos advirtió el maestro Ramón Lobo.

Sobre todo cuando quien lo incita, por un lado sabe el miedo que hay, por otro es consciente de que las sociedades complejas y descentralizadas no se pueden gobernar desde la simplificación; más aún, cuando se dice desde situaciones de privilegio, subido a la torre de un castillo al que nunca llegarán las hordas; y, lo peor, cuando por incitar al miedo conseguirán dinero o votos, que para muchos es lo mismo. Beneficio del dolor.

También ha fallado la superioridad moral que ha estado más cómoda juzgando que actuando, sobre todo cuando había, y hay, que atender de qué iba y va esto: de un montón de necesidades materiales.

Tenemos que comer, tenemos que trabajar, tenemos que vivir en algún sitio, tenemos que atender a nuestros mayores, pequeños, enfermos o personas con discapacidad. Tenemos, a ser posible, que conseguir todo esto sin que nadie nos pegue (o mate) en el camino.

Y tenemos que hacerlo todo en un momento incierto.

CON EL AIRBAG NO TE ACELERAS

En las residencias ya ha pasado lo peor, nuestros sanitarios ya están en su mayoría protegidos, y pronto lo estarán los docentes; incluso los bares han reabierto, adaptados a las normas que cumplen el resto de sectores.

El buen tiempo nos hace pensar en ir sumando actividad,

Y esperamos una salida basada en la inversión a base de fondos europeos y no de recortar, a la que asistimos con la lógica preocupación de que sirvan para lo que hace falta, una economía distinta, más respetuosa con donde se vive y con quien se vive, sin que se caiga en el enésimo power point delirante o que vuelva, si alguna vez se fue, el “aquí un amigo”.

No es momento de relajarse, ni de pegar el acelerón: en la vida real, tener airbag no nos hace quitar el freno ni acelerar hacia el muro.

Es momento de demostrar que en todo este tiempo hemos aprendido que somos humanos.

Y ser humano no es sólo ser empáticos y vivir en sociedad, que ya es mucho, sino ser humanos es, de toda la vida, evolucionar y adaptarse.

Por eso, en especial porque ha muerto gente y la muerte cambia a los vivos, tenemos que poner en práctica lo aprendido y adaptarnos: geles, aforos, grupos reducidos, distancia de seguridad, el mundo online y muchas otras cosas, al igual que sí, el entendible miedo y el rechazable odio, van a estar conviviendo con nosotros una buena temporada.

Toda la energía que supimos activar cuando fuimos los mejores la debemos aplicar ahora al reto colectivo que comienza ahora, cuando se atisba un escenario nuevo, ese paisaje después de la batalla, ese humo que todavía queda por disiparse entre los escombros, porque ahora no podemos fallar, porque ahora comienza la reconstrucción.

  • Este espacio es para opinar sobre las noticias y artículos de El Faradio, para comentar, enriquecer y aportar claves para su análisis.
  • No es un espacio para el insulto y la confrontación.
  • El espacio y el tiempo de nuestros lectores son limitados. Respetáis a todos si tratáis de ser concisos y directos.
  • No es el lugar desde donde difundir publicidad ni noticias. Si tienes una historia o rumor que quieras que contrastemos, contacta con el autor de las informaciones por Twitter o envíanos un correo a info@emmedios.com, y nosotros lo verificaremos para poder publicarlo.