MENAS

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¿Desde donde aprehendemos a ver el mundo en el que vivimos? El lugar no es neutro y al hacerlo ponemos el foco en esa parte de la realidad que configurará el marco mental desde el que construyamos un mundo del que formamos parte.

Pronto vamos a desaparecer, severamente juzgados;/pero sobre nuestra propia escoria se levantará/la obra de redención de los de abajo,/a la que consciente o inconscientemente/todos hemos cooperado (Mariano Azuela, Epistolario y archivo, 1991)

¿Quién extrae el cobre, el zinc, el cobalto, el oro y el carbón?/¿Quién hace crecer los granos de soja y cacao?/¿Quién hace el silicio? ¿Quién cocina la cena?/¿Cuáles son sus relaciones y fuerzas de producción? (Peter Linebaugh, «Tras la estela de Perry Anderson», Rey Desnudo, 2013

Menas es el acrónimo de Menores Extranjeros No AcompañadoS. Y a partir de ahí es curioso como las palabras con las que nombramos aquello que necesitamos clasificar y etiquetar se pueden convertir en el muro que impide ver lo que hay detrás. Dejamos de ver a la persona y nos guiamos por ese prejuicio grabado en el hipotálamo de nuestra cotidianidad y respondemos usando ese Todo que niega las partes que lo componen, incluso le negamos practicar su particular autodeterminación; que cada cual decida quien es y como quiere mostrarse al mundo, incluso si no quiere hacerlo. Por cierto, nadie debería arrogarse la capacidad de conceder nada a nadie; lo que somos y como queremos serlo, lo decidimos cada cual. La dialéctica de las colectividades la configuran sus integrantes, no son un marco fijo en el que si no encajas te amputan las partes que sobran, o te las amputas tu misma para encajar. Las identidades son algo abierto dinámico, sujeto al diálogo que se crea entre quienes participan de ellas.

Jóvenes procedentes de diferentes países, culturas, identidades, son agrupados bajo esa nomenclatura y vistos por muchos como  una amenaza. Otra vez se construye una imagen hecha a la medida de nuestros miedos y prejuicios. Y al hacerlo se desdibujan los contornos de su humanidad, de la mochila que llevan encima y que les ha traído hasta aquí. Somos incapaces de ver más allá, sus circunstancias personales, los kilómetros recorridos, las violaciones sufridas, las familias perdidas, o arrebatadas en el trayecto o en el origen. Las infancias reventadas, los futuros arrinconados, las vidas pendientes de un hilo. La soledad, el miedo, la incertidumbre, olvidamos ver en ellos un niño, o un chaval que las ha pasado literalmente canutas hasta llegar al muro, a la valla levantada y cincelada de concertinas, a la playa, a la patera, a los bajos del camión que cruza la frontera y en el que muere asfixiado. Tantos ejemplos como vidas que se quedan en el camino. Para que los “odiadores” les coloquen en un cartel compitiendo con la pensión de una anciana.

Es algo tan absurdo que no aguantaría ni siquiera el peso de las líneas que ahora escriben y, sin embargo, capilariza en la sociedad como un mantra repetido hasta la saciedad. –Cuidado, parece decirte una voz en el oído, un “pepito grillo” xenófobo , cada vez que ves a uno de ellos. Por una razón , difícil de entender, no te preguntas qué habrá sido de sus padres, de su familia, de sus seres queridos, qué le puede haber sucedido para llegar hasta aquí. Quizás la palabra MENA tiene un efecto lisérgico y hace que se convierta en una especie de monstruo amenazador que nos va arrebatar nuestro estilo de vida, violar a nuestras hijas y robarle el bolso a nuestras queridas abuelas, en el orden que nuestra alucinación les ponga.

Y mientras se oye el eco de los gritos en el Tarajal, en Ceuta, en la llamada frontera sur de Europa, jóvenes de diferentes lugares de África, fundamentalmente, son agrupados bajo la categoría de MENAS, colocándoles, a los ojos de quienes les miramos desde el otro lado de la valla, en el mismo saco.

Y así un joven saharaui que ha perdido a su familia, que ha recorrido cientos de kms, que se ha jugado la vida por lograr una oportunidad de futuro, espera a que le den algo caliente para echarse a la boca, o un camastro donde pasar la noche calado de agua tras cruzar a nado la playa, con un marroquí cuya historia personal es prácticamente la misma. Ninguno de los dos se siente enemigo del otro. A ambos se les niega la oportunidad de ese futuro. Son iguales en la injusticia que sufren, en la vulneración de sus derechos humanos, en convertirles en presuntos culpables para quienes les vean caminar por las calles de sus pueblos o ciudades. Un eritreo a unos pasos de la cola les hace señales para saltarse la vigilancia y buscar otra forma de cruzar al otro lado. Saben que probablemente les devuelvan. Se les suma una joven somalí embarazada de 6 meses con la esperanza de que su hijo nazca en un lugar seguro. No fue difícil tomar la decisión pese a lo que parezca. La otra opción era la muerte. Y así un grupo de cuatro se crea, no saben que serán llamados MENAS, no saben lo que les espera, ahora toca sobrevivir.

 

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