ANÁLISIS

Apocalipsis Kabul

El historiador Mariano de Miguel, especializado en el mundo árabe, analiza la crisis en Afganistán y sus raíces históricas
Tiempo de lectura: 6 min

Afganistán no es solo el espejo de los afganos: es el espejo del mundo. ‘Si no te gusta la imagen en el espejo, no rompas el espejo, rompe tu cara’, dice un antiguo proverbio persa”.

Ahmed Rashid -autor paquistaní de “Los Talibán”-.

Ha sucedido de nuevo, exactamente un cuarto de siglo después. En 1996, un oscuro y desconocido grupo integrista, autodenominado “Estudiantes del Corán” entró a la capital afgana casi sin resistencia. Las tropas del Gobierno Muyahidín que llevaban acantonadas en Kabul desde el colapso del régimen socialista de Muhammad Najibullah en Abril de 1992, se rindieron o batían en retirada. Igualmente el presidente del país, Burhanuddin Rabbani y su archiconocido ministro de defensa, Ahmed Shah Massoud “El León del Panjshir”, huían hacia el vecino Tayikistán.

Los Talibán habían evolucionado en progresión geométrica desde su fundación en 1994; como respuesta al caos y corrupción rampante en el país. Si bien eran considerados como integristas, la sociedad de etnia pashtún (mayoritaria en el país centroasiático), los veía como combatientes devotos que detestaban al “corrupto régimen tayiko de Kabul”.

La realidad fue más dura: nada más entrar en Kabul, el líder del movimiento, el Mullah Mohamed Omar, estableció 29 leyes draconianas para cumplir a rajatabla por la sociedad afgana. Anteriormente, lo había hecho en su bastión integrista, la ciudad de Kandahar, al sur del país. Dichos edictos prohibían las libertades más básicas, desde la posibilidad de que las mujeres pudieran trabajar o desplazarse libremente sin un pariente varón a su lado al ocio infantil, basado en el uso de cometas o vuelo de palomas mensajeras.

Durante un lustro, el autoproclamado “Emirato Islámico de Afganistán” mantuvo en el terror absoluto a la sociedad afgana, con ejecuciones públicas, amputaciones de miembros a supuestos ladrones y la imposición de una (propia) interpretación de la Shari’a o Ley Islámica.

Sólo un reducto en el norte del país, el Valle del Panjshir; logró mantener a raya al grupo fundamentalista. Liderada por el anteriormente citado Ahmed Shah Massoud, una coalición anti talibán conocida como “Alianza del Norte” contuvo el avance de las huestes del Mullah Omar. Tristemente, Massoud sería asesinado el 9 de Septiembre de 2001, dos días antes del ataque de la organización terrorista Al Qaeda al World Trade Center.

Anteriormente, en Marzo de dicho año, el comandante afgano advirtió que “Si ustedes, no frenan al movimiento Talibán, sus invitados de Al Qaeda; acabarán atacando Occidente”. Palabras proféticas que dieron lugar a que una coalición de la OTAN liderada por Estados Unidos, desalojase del poder al Movimiento Talibán.

La superioridad aérea fue innegable, pero los Talibán volvieron a usar su táctica más común: una insurgencia masiva desde las montañas, aprovechando la orografía extrema del país, amén de introducir nuevas tácticas foráneas como fueron los ataques suicidas, a través de la red del ya difunto Jalaluddin Haqqani.

4 presidentes estadounidenses (George Bush, Barack Obama, Donald Trump y Joe Biden) intentaron apaciguar el país, cayendo siempre en el más absoluto de los fracasos. Mucha culpa de ello fue debido a la corrupción endémica que sufrió la ya extinta República Islámica de Afganistán, donde sus dos únicos presidentes (Hamid Karzai y Ashraf Ghani) fueron incapaces de terminar con el nepotismo, redes clientelares, cercenar el poder de los señores de la guerra y terminar con el cultivo masivo de adormidera.

En el plano militar, tanto dos generales condecorados (Stanley McChrystal y David Petraeus), junto  a un asesor australiano (David Kilcullen) fracasaron en su objetivo de formar una contrainsurgencia capaz de contener a los Talibán, similar a la desarrollada por Sir Robert Thompson en Malasia o Vietnam.

El error de Barack Obama de usar los “pájaros de fuego” (drones) para aniquilar a la insurgencia, se topó con la muerte adicional de no pocos civiles. Factor que aunque pueda parecer incomprensible, hizo que no pocas capas sociales empezasen a ver a los integristas como partisanos frente a una fuerza invasora, tal como indicó el ex general soviético Ruslán Aushev.

En 2018 tras casi dos décadas de lucha sin cuartel en la que ya es la guerra más larga vivida por Estado Unidos, el Departamento de Estado,  empezó a plantear conversaciones directas con miembros talibán “moderados” en Doha, la capital de Qatar. Se planificó una “hoja de ruta” para un tratado de paz bilateral, pero sin contar con el gobierno afgano, visto por los talibán como un régimen extranjero y corrupto. El otrora candidato perenne a la presidencia afgana, Abdullah Abdullah, criticó -no sin razón- a toda las partes implicadas, desazón aumentada dado que fue nombrado alto representante para las conversaciones de paz. Estos gestos demostraron que el pulso diseñado por los herederos de Mohamed Omar (que falleció de tuberculosis en Pakistán en 2013) salió ganando.

La estrategia de retirada de la OTAN de suelo afgano, harto similar al repliegue soviético de 1989, cuyo fin iba a ser el 11 de Septiembre de este año, en conmemoración al vigésimo aniversario de los ataques en suelo estadounidense, se tradujo en un caos, al no respetar la insurgencia armada integrista el desarrollo de la misma.

El 15 de Agosto, tras una guerrilla relámpago de tan solo 22 días, Kabul cayóGhsni  en manos de los Talibán. No ayudó el factor de que los medios de comunicación, hiciesen apuestas obscenas acerca de cuanto tardaría en colapsarse el Ejecutivo Afgano. El presidente afgano, Ashraf Ghani, huyó hacia Dushanbe la capital tayika, mientras que en el Panjshir el ya ex vicepresidente Amrullah Saleh y el hijo del Comandante Massous empezaron a organizar una oposición a los integristas idénticamente a 20 años atrás. Si bien ningún país reconoció diplomáticamente a los nuevos amos del país -cosa que si hicieron Pakistán, Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos en 1996-, tanto China, como Rusia, la Unión Europea y Estados Unidos mantienen contactos con los Talibán marcando según Occidente “líneas rojas”. Líneas, que para los fundamentalistas no valen nada. Dado que de nuevo, 50.000 verdaderos creyentes, subyugan a una población de 40 millones de habitantes.

Cuando te encuentres herido y abandonado

en las llanuras de Afganistán

y las mujeres lleguen a terminar con lo que queda

coge tu rifle y vuélate los sesos.

Preséntate ante tu Dios como un soldado.

“El soldado de la reina”, Rudyard Kipling

 

 

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