Samir Attah

«Sólo quiero que mis padres estén bien y poder traerlos algún día conmigo y vivir en familia de nuevo”

Hablamos con Samir, ciudadano afgano residente en Torrelavega, que nos aporta su visión sobre el conflicto en su país
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Hay una teoría que dice que existe una relación directa entre la distancia a la que ocurre un suceso y cómo nos afecta este desde el punto de vista emocional. Es una relación inversamente proporcional, es decir, a mayor distancia, menos afección y cuanto más cerca ocurra el hecho, mayor será esta. En ocasiones esta teoría puede reconocerse y aplicarse sin apenas esfuerzo, pero hay momentos en los que es demasiado fácil derribarla, como si de un castillo de naipes se tratara.

En los últimos días hemos visualizado, escuchado y casi sentido la dureza de la desesperación y hasta donde puede conducir al ser humano. Lo ocurrido en Afganistán en las últimas semanas es, sin duda, uno de los sucesos que más conciencias y pensamientos ha removido en los últimos tiempos. Y no sólo por el hecho en sí, sino sobre todo por las imágenes que constantemente nos llegan y que plasman, con una insolente e insuperable claridad, el amargo sabor de la derrota. La derrota de la libertad, la de la igualdad; la de la justicia y la derrota de la mujer, obligada a asumir un papel cruelmente indigno y nada acorde con los tiempos en que vivimos.

El viaje de Samir

Pese a la distancia que nos separa de este drama humano, las imágenes de ciudadanos afganos jugándose la vida por subirse a un avión en marcha para poder huir del país o las de padres entregando a sus hijos a los militares sorteando un muro coronado de concertinas nos acercan, al menos, a imaginar y a sentir esa desesperación. La misma que obligó a Samir Attah, de 30 años, a tomar la decisión de huir precipitadamente de Afganistán en 2016. Fue tras la muerte de su hermano a manos de los talibanes. “Mi padre me llamó y me dijo que tenía que salir del país, que había arreglado todo. Salí sin coger nada, sólo llevaba mi móvil”.

Su viaje hasta Europa duró unos veinte días. “Fue muy duro, apenas teníamos comida ni agua”, asegura. “Mi padre arregló todo con una mafia que nos trasladó de un país a otro hasta llegar a España”, recuerda. Sus padres siguen en Kabul, encerrados en casa sin poder salir ni ir a trabajar y se comunican con Samir a diario a través de WhatsApp. “Están bien por ahora, o eso me dicen”, afirma resignado.

Samir posee una autorización de residencia temporal por razón de arraigo. Ha solicitado el asilo, pero le ha sido denegado. Ahora trabaja en la herboristería Sándalo de Torrelavega, antes lo hizo en unos grandes almacenes, tras formarse a través de un curso de Comercio. Gracias a su contrato de trabajo actual, su estatus legal cambiará en poco tiempo; en solo unos meses podría traer a sus padres a España. “Aquí estoy feliz, ahora sólo quiero que mis padres estén bien y poder traerlos algún día conmigo y vivir en familia de nuevo”, asegura.

Lavado de imagen talibán

Sobre el cambio de la imagen y de las formas que transmiten los talibanes, Samir cree que se trata únicamente de un papel temporal: “Los líderes talibanes aún no han llegado a Kabul, pero cuando lo hagan todo cambiará. Ahora fingen y prometen que van a actuar diferente, pero sólo lo hacen para que la gente no huya”. Desvela también que nadie en Afganistán conoce el paradero de los miembros de las fuerzas de seguridad ni del ejército nacional: “Han entrado unos 50.000 talibanes en Kabul, casi doblan a los policías y militares, pero han desaparecido”.

Resultaría inútil perder el tiempo en buscar culpables o motivos que justifiquen que un pueblo viva sometido al miedo durante tantos años. Tampoco existe excusa que amortigüe la realidad de la nueva situación de las mujeres y de los niños afganos, subyugados por los talibanes. Historias como las de Samir y las de tantos miles de compatriotas que tienen que dejar todo atrás hacen que, por muy lejos que estemos, nos sintamos cerca de un pueblo que comienza una etapa que se adivina será dura y que, para muchos, incluso, podría resultar insuperable.

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