La madeja

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Siempre buscaba un lugar donde poder pasar desapercibido, una tontería presuntuosa si lo miras desde fuera, pues nadie o casi nadie del lugar sabía quien era, como mucho le conocían “de vista” que dicen en mi pueblo. Pero él no lo hacia por eso, lo hacía por él mismo, buscaba ese punto ciego en el que no sentirse observado, en el que encontrar un espacio seguro, al margen del mundo, aunque, como os decía, el mundo cada vez estaba mas al margen de él. Como de cualquier otra persona si lo ponemos en su contexto. Nada diferente…

Hablar con ella le dejaba en lugares extraños; lugares de madeja los llamaba él, en los que se metía sin darse cuenta, o directamente se tiraba de cabeza en modo camicace porque había algo en su interior que le llevaba hasta ahí, hasta ese milímetro mas allá del precipicio, de la goma que se estira hasta romperla. Como a los niños cuando les dices no toques eso y un impulso irrefrenable les lleva a hacerlo. Y es curioso porque solo necesitan tocarlo ligeramente, saber que pueden hacerlo. Un arma de doble filo. Sin embargo él no lo hacía por eso. Lo hacia porque estaba hecho de madejas de hilos de los que tirar para intentar encontrar respuestas que llevaran a sentirse mejor. Por eso necesitaba sentarse en lugares apartados, en penúltimas filas, o fuera de foco, porque cuando no lo hacía la madeja se convertía en una soga, en un lazo corredizo, donde, tirases desde donde tirases acababas ahorcando a alguien o ahorcándote tú. Las marcas de cuello no son cosa de broma. Como veis él era bastante madeja también y por eso necesitaba tiempo, soledad y espacio para desenredarse. Y todo ese trabajo y esfuerzo se iba al garete en un instante, en un arrebato sin avisar que arrasa con todo lo que encuentra a su paso. No se puede explicar, es de sentir. Estaba claro que nunca llegaría al nivel “dalai lama”, de mirada serena e inmutable. No de momento, no así. No viviendo en modo madeja. A veces lo pensaba y, no se si para justificarse, decía que vaya aburrimiento tanta trascendencia joder. Que es como estar muerto pero respirando. Será cuestión de flecos, hilos y medidas, supongo. Esta claro que a él le costaba mas de lo que estaba dispuesto a reconocer.

No hay mapas exactos de la península de la madeja, muchos han ido y no han vuelto, hay quienes cansados, exhaustos de tanto ir y venir, de tantas vueltas sin sentido, desistieron y se fueron sin saber hasta donde habían llegado, así que los mapas que hicieron tampoco son muy exactos, aunque tampoco se les puede pedir mas, hicieron lo posible, se dejaron la piel en intentar cartografiar ese lugar. Imaginaros, la pieza cartográfica más antigua se remonta a mucho más, se encontró en un grabado del siglo VI a.C de la civilización babilónica. Para ellos, el mundo giraba ya en torno al mar Mediterráneo y se representaba como una circunferencia que terminaba en mar y altas cordilleras. Todo lo que aparecía era cierto, pero no era todo lo que existía. Con él pasaba un poco lo mismo. Siglos después, los árabes tomaron el relevo del mundo clásico en el papel de representar la tierra en un plano. Entre los siglos VIII y XV realizaron gran cantidad de mapas que incluían cada vez más detalles geográficos como montañas, valles y ríos. La Tabula Rogeriana, del geógrafo árabe Muhammad al-Idrisi, es uno de los más precisos. Gracias a información recopilada por comerciantes y exploradores y datos extraídos de mapas más antiguos, incluía parte de África, el océano Índico y Extremo Oriente. Pasaron siglos, como veis, y aún así aún no estaba completo. Quien usaba esos mapas corría el riesgo de perderse, de equivocarse, de naufragar, pero también de descubrir algo que nadie había visto antes. Eso, quizás, era lo que animaba a los exploradores y aventureros; ese ansia por ser los primeros o por creer que hay algo mas allá que merece la pena ser descubierto. Claro, pensarás, esa creencia no significaba necesariamente que mereciera la pena. Decidían correr el riesgo o simplemente era parte de su naturaleza. Pero solo así se podría ir desenmarañando la complicada madeja del mundo que habitamos. Y normal también que hubiera quienes desistían, pues no necesitaban mas mundo del que ya conocían o para ellos era demasiado el riesgo.  No a todo el mundo le compensa.

Fijaros un dato, corría el siglo XII y todavía no se había estipulado la dicotomía norte-sur, por lo que el continente africano se situaba en la parte superior. Que locura ¿no? Imaginaros moveros por el mundo con un mapa de hace siglos. Y es que, quizás, cuando creemos que lo hemos descubierto todo descubrimos que no era para tanto, o quizás si. Pero cada descubrimiento nos ayuda a colocarnos un poco mejor en el mundo, a perdernos un poco menos. A descubrir algo que constate lo que pensábamos o todo lo contrario. Eso ya dependerá de cada uno. Aunque ¿sabéis? Yo creo que siempre hay un lugar por descubrir…Igual con las personas pasa lo mismo, no sé.  Con tantas vueltas ya no sé donde quería llegar. Quizás ande un poco perdido…

  
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