Las cicatrices del verdugo

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“Quien pretende hacerse una idea corriente del tiempo histórico ha de prestar atención a las arrugas de un anciano o a las cicatrices en las que está presente un destino de la vida pasada”. (Koselleck, 1993, p. 13)

El 31 de julio de 1959 un grupo de estudiantes críticos con el papel que estaba teniendo el partido nacionalista vasco (PNV) con respecto a la dictadura franquista deciden fundar Euskadi Ta Askatasuna (Euskadi y Libertad) mas conocido con el acrónimo de E.T.A. Una crítica que buscaría convertirse en alternativa ideológica a la hegemonía que el PNV había tenido en el imaginario y sociedad vasca. Una reacción generacional frente a “sus mayores” y en el contexto de la guerra fría y reconocimiento del régimen franquista en el escenario internacional. Franco se había convertido así en el “centinela de occidente” frente a la “amenaza” comunista. Mientras, todo rastro de cultura e identidad euskaldun quedaba sometida y arrasada bajo el rodillo de la dictadura. La llegada de obreros procedentes de diferentes partes de España, llamados despectivamente “maketos”, para trabajar y vivir en una Euskadi industrial (sobre todo en Vizcaya), fue otra de las variables que influirán en esa respuesta generacional, en este repliegue identitario sobre cuatro pilares: la defensa del euskara, el etnicismo (como fase superadora del racismo), el antiespañolismo (en una identificación de lo español con «fascismo-franquismo» que perdurará mas allá de la transición) y la independencia de los territorios de Euskal Herria (tierra de los vascos): Álava, Vizcaya, Guipúzcoa, Navarra (en España), Lapurdi, Baja Navarra y Zuberoa (en Francia).

El primer asesinado por ETA fue José Antonio Pardines. Un joven guardia civil. Un asesinato que por su carácter no planeado, fortuito, y por la no significación política de la víctima ha permanecido en la Des(memoria) como nos recuerda el historiador Raúl López Romo en el capítulo cuarto del libro colectivo “Pardines, cuando ETA empezó a matar”, frente a otros recordados como por ejemplo el de Melitón Manzanas, segunda víctima de ETA y reconocido torturador franquista de la Brigada político-social de Gipuzkoa.

El 7 de junio de 1968 Pardines fue asesinado, de un disparo por la espalda, por Txabi Etxebarrieta joven miembro de ETA. En Junio de este año la asociación Etxebarrieta Memoria Elkarea (Asociación en Memoria de Etxebarrieta) organizó varios actos de homenaje a su figura, reconvertida en héroe caído por la causa, un símbolo construido al servicio de un relato. El que mostraba la inevitabilidad de ETA, pasando a formar parte en última instancia de un discurso legitimador, de una “teoría del conflicto” que acaba poniendo a la víctima al mismo nivel que el verdugo. El que hacia del miembro de ETA un héroe, un “gudari” o soldado vasco caído por “la causa” (1).

Para parte de la izquierda abertzale Henri Parot, figura en torno a quien se han promovido concentraciones en Euskadi, formaría parte de ese imaginario. Pero ¿Quién es Henri Parot? Miembro del comando «Argala» fue capturado en 1990 y condenado por ser responsable de la muerte de 39 personas, entre ellas 5 niñas en la casa cuartel de Zaragoza, y que lleva 31 años en prisión de una condena acumulada de 41 años. La pregunta es inevitable ¿Qué lleva a parte de una sociedad a concentrarse en favor de Henri Parot o utilizar su imagen para defender los derechos humanos? ¿De qué manera se construye un relato en el que una figura así movilice a cientos de personas? ¿Qué simboliza esta ocupación del espacio público en estos términos?

En los años ochenta del siglo xx, Pierre Nora acuñaba el concepto “lugar de memoria”. Consagrada en el libro «Les Lieux de mémoire» cuyo objetivo era responder las interrogantes sobre las memorias colectiva y nacional. Definida como el conjunto de lugares donde se ancla, condensa, cristaliza, refugia y expresa la memoria colectiva desde tres dimensiones: material, simbólica y funcional. Es decir, no es cualquier lugar el que se recuerda, sino aquel donde la memoria (y las personas) actúa (actuamos). Por ello las manifestaciones públicas en torno a unas personas, a su imagen y trayectoria adquieren una dimensión simbólica, se convierten en lugares de memoria creados desde lo colectivo. Y cada concentración o acto se convierte en un lugar de memoria al servicio de un imaginario determinado. Como decía Pierre Nora  no es cualquier lugar el que se recuerda, sino sobre el que la memoria actúa. En este caso la memoria también actúa en una dirección determinada. La de Henri Parot. Y al hacerlo sus víctimas quedan invisibilizadas, condenadas a la periferia de la historia, porque quien ocupa el espacio público es quien lo dota de sentido, quien dirige la memoria hacia un lugar u otro del pasado trayéndolo al presente envuelto en una u otra narrativa.

“Como historiador me preocupa siempre el futuro: ya sea el futuro tal como ya ha nacido de algún pasado anterior, o tal como es probable que nazca del continuo del pasado y el presente” (Hobsbawm, 1998: 118).

Si el futuro es ahora, nos interroga desde el pasado. Y nos  devuelve a la cita que encabeza el artículo.  ¿Qué futuro estamos creando? ¿Son las cicatrices del verdugo las que escribirán la historia?.

 

NOTAS:


1Jesús Casquete: “Recordar para ser: Martirologio y conmemoración en el nacionalismo vasco radical “: https://www.ucm.es/data/cont/docs/297-2013-07-29-4-04.pdf

231 Kms era la distancia del recorrido a realizar en la movilización ciudadana convocada por el colectivo SARE  y que finalmente se ha suspendido por la polémica generada. 31 Kms también son los años que Parot lleva en la cárcel.

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