LOLA

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Al entrar al recinto de la península de la magdalena ya atisbas en lo alto la imagen de su Palacio. Una arquitectura poderosa y elegante, con ese barniz aristocrático fiel al motivo para el que fue construido. Residencia de verano de reyes, rey Alfonso XIII, por ahí han pasado pedazos de historia como huellas del tiempo. A principios de siglo frente a la isla de Mouro comenzó a construirse en el lugar donde estuvo el antiguo fortín de San Salvador de Hano, que protegía la entrada a la bahía. El siglo XX fue dejando su impronta y en sus paredes, pasillos, estancias, rincones y recovecos habitan tantas historias, tantas presencias, tantos secretos y confesiones. Nobles, intelectuales, políticos, artistas han recorrido sus estancias. De sus visitas, de su paso por el palacio dan testimonio crónicas periodísticas, libros de viaje, novelas, apuntes a pie de una u otra página, pinceladas o simplemente imágenes incrustadas en una mirada atrás en forma de recuerdo.

 

Cuando llegamos al Palacio tras subir la “pindia” cuesta que deja a un lado ese cantábrico que parece estar siempre medio enfadado y que necesita su tiempo para encontrar su lugar, quizás como quienes por ahí caminamos, es como si te mimetizaras con esa naturaleza  a veces inaccesible que necesita de tiempo para ser conocida, para quitarle las capas que la cubren, quizás por el frío y ese destemple que no entiende de estaciones. La tregua del verano cuando decide mostrar su lado mas amable, a veces interrumpida por las lluvias torrenciales que no entienden de época del año y te sacuden la piel como las olas cuando rompen contra la roca. Las carabelas, como recuerdo a un pasado tan lejano que pasa a formar parte de la fantasía que lo construye, permanecen ancladas en tierra firme, tal vez para recordarnos que a la mar hay que respetarla; dicen los marineros y las “raederas” de Puerto Chico, miedo no pero sí respeto. Y con ese respeto y curiosidad subimos la cuesta con  el aliento justo para perderlo al llegar. Su presencia recuerda a esas novelas costumbristas donde aparecen personajes inaccesibles por derecho de cuna, de clase, de estatus. Y aunque se supone que eso forma parte del pasado, la arquitectura, como las personas, aún tiene ese acento, ciertas maneras reconocibles, del lugar del que proviene. No deja de ser algo normal, por otra parte, no todo el mundo podía entrar en el Palacio hace no tanto tiempo. Y algo queda de esa distancia impregnado en parte del imaginario colectivo que luego cada una maneja desde sus propias coordenadas.

 

Es como si la geografía no fuera escogida al azar, como si en su concepción la distancia, la altura, marcara la jerarquía de una sociedad que distaba mucho de ser igualitaria y en la que, quienes la concebían, se esforzaban en que esa distancia se mantuviera. Quizás algo de eso haya. Pero el tiempo y las personas son capaces de reinventar los lugares y los espacios sin que estos pierdan su papel como testigos, o testimonios de la historia. Hay personas que son capaces de  conciliar esas realidades antes incompatibles. Un palacio, aristócratas, nobles, personas cuyas cuentas corrientes, patrimonios etc…eran las únicas con acceso a este tipo de lugares a los que muchos nos quedábamos a las puertas y  si accedíamos era para formar parte del “personal de servicio”.

 

Es verdad que los tiempos cambian pero para que eso sea posible, para que el camino de la palabra al hecho se de de verdad, no como simple impostura, para eso hacen falta personas con la suficiente fuerza, corazón y voluntad para hacerlo. Personas capaces crear puentes entre diferentes, personas que de una u otra manera han transitado el camino, de esas a quienes “no se le han caído nunca los anillos”, como decía mi abuela, y qué desde ahí han llegado a ese lugar que a veces te da la oportunidad de hacer que las palabras se conviertan en hechos. Lola Sainz es, era, perdón, de ese tipo de personas. De ese tipo de personas cuya bondad y humanidad trascendía y atravesaba todas las capas y armaduras que la vida y nosotros mismos nos ponemos, todas las arquitecturas levantadas para poner distancia entre unos y otros. Lola hacía de ellas puentes que rompían muros, puentes que creaban espacios de convivencia y escucha. Y lo hacía siendo simplemente ella. Te invitaba a su despacho, o a comer, te los hacía tan fácil que sentías que el palacio era tuyo también, o aún mejor, te hacía sentir como en casa, porque conocías el Palacio a través de sus ojos, de su forma de ser y ver el mundo y a las personas. Y lo que antes te parecía inaccesible, ahora estaba al alcance de tus manos, y donde antes buscabas las palabras adecuadas, ahora solo tenías que ser tú mismo a corazón abierto, como lo era ella en todo lo que hacía.

 

La última vez que hablé contigo, hace nada, ya nos habías abierto otra vez las puertas del palacio para hacernos sentir como en casa. Cada vez estoy mas convencido de que son las personas quienes le dan sentido a las cosas. Y ese palacio es ahora lo que es gracias a ti. Descansa en paz querida amiga.

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