Nocturnidad que ilumina
En el año 2000 el cineasta João César Monteiro dirigió Branca de Neve, una película no exenta de polémica pues ésta se desarrolla casi en su totalidad en un continuo fundido en negro. En esta obra Blancanieves le habla al Príncipe desde su tumba. Esta disposición fue precisamente la que motivó a Noé Ortega a escribir Los durmientes sin sueño. El poemario fue publicado hace más de un año en la colección A la sombra de los días, coordinada por Luis Alberto Salcines.
El yo poético que nos presenta Noé Ortega, al igual que la Blancanieves de Monteiro, canta desde su lecho de muerte a la persona amada, que permanece dormida en “ese lado de la hierba”; expresa su amor desde la muerte pero, a su vez, deseando la muerte de la amada para poder reunirse con ella. Ya en los primeros poemas ese tú poético es situado en los límites del sueño: “Una araña está tejiendo el mar (…) La marea tira de un cordel blanco / va deshaciendo los nudos de tu sueño” pero a medida que avanzamos en la lectura vamos atravesando diferentes estratos en donde la irracionalidad va ganando protagonismo y todos los escenarios, símbolos y presencias empiezan a oscilar delicadamente entre el sueño y la muerte: ”Su corazón entregado / a un tigre de espuma”, llegando incluso a fusionarse ambos planos; llega a decir: “Acostarse en el viento / amarse en la desaparición”.
El hecho de que Noé Ortega forme parte del actual movimiento surrealista podría llevarnos a pensar que su poesía se ajusta a una estética determinada pero no es así. Antes bien, su escritura es una indagación permanente.
El libro incluye una certera introducción -tan valiosa y cautivadora como el propio poemario- en la que el autor ahonda en esta cuestión: la experiencia poética “es soberana: brota de forma espontánea y ajena a nuestro control”, afirma, con lo que someterla a imposiciones estéticas sería traicionarla. También asegura que es más enriquecedora la experiencia de la escritura poética que el poema resultante, que califica como un “pobre rastro” y confiesa que la “única esperanza que me anima a liberar estos versos es que reverberen”, es decir, que el lector desarrolle una experiencia de lectura tan inquietante y transformadora como la que el autor vivenció durante su escritura.
Después de todo esa reverberación compartida e inesperada es lo que diferencia al poema de cualquier mercancía destinada al mero consumo. Invita al lector, pues, embarcarse en esta experiencia que, al igual que el filme Branca de Neve, ilumina desde la nocturnidad más abismal.