Foto: Jesús Sanchez

La herida y el bálsamo

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Tras la publicación, en la Colección Visor de Poesía, de los libros de poemas de Marcos Díez “Combustión” (2014), Premio de poesía Hermanos Argensola, y en 2018, “Desguace”, XLIV Premio ciudad de Burgos, la misma editorial ha publicado recientemente “Belleza sin nosotros”, libro con el que Marcos Díez ha obtenido el XXIV Premio de Poesía Generación del 27.

 “Sin dolor no puede haber belleza”, escribe Rafael Argullol. Un verso de Joan Margarit dice que “la herida es también un lugar de la para vivir”. Ambos versos contienen el contenido y, sobre todo, el tono de “Belleza sin nosotros”, al igual que las citas poéticas de María Zambrano, Luis Rosales y José Hierro – de quien también había valido el verso “Por el dolor llegué a la alegría”- con las que se abre la sucesión de los 48 poemas, que componen el libro. Hay dolor. Hay herida –la herida del dolor, el dolor de la herida- en los versos de Marcos Díez.

Puede decirse que las referencias literarias elegidas ya anuncian, no tanto un pesimismo aparente, como la perplejidad que gravita y, a la vez, brota de la voz poética de Marcos Díez, cuya poesía es la de un duro vitalismo, por el que la herida, no es tanto estancia, como presume Margarit, como vía de escape, que se abre a tiempos y espacios desconocidos, con los que trata de ponerse de acuerdo y acomodarse, el sujeto poético, forjándolos en las fraguas de la palabra, por más que insuficiente, y la mirada, chispa que enciende la llama, en las que las palabras arden, por más que presagien sus propias cenizas.

Porque con los poemas de “Belleza sin nosotros”, el poeta no pretende ordenar la vida a su manera, estableciendo unas pautas, como somete sus versos a una métrica, pues ello no la haría más deseable y más hermosa, sabedor de que la vida siempre impone su orden, aunque desordene la nuestra. Es en el aparente orden de la vida, que presenta la existencia, donde, desde la perplejidad, le surgen al poeta las preguntas, pocas veces con respuestas, preguntas que no son retóricas, preguntas ingenuas, preguntas bien hechas. Preguntas de índole existencial y, por ello, preguntas siempre abiertas.

El método que sigue Marcos Díez en la composición de los poemas de “Belleza sin nosotros, tendría algo del científico, , sino fuera, si no fuera por el componente emocional, y porque no puede llegar a conclusiones universales, por más que siempre sean provisionales. Y porque esa no es la función de la poesía. Pero la poesía de Marcos Díez se nutre de la vida, en la que está inmerso, y de la que forman parte también las cosas, animadas poéticamente. Los poemas, por lo general, arrancan de un hecho, un gesto, de una situación, de una cosa, que deja ver más que como cosa, de una mirada intencionada, de un vagón de tren…, que hechos versos declaran el asombro y la extrañeza del sujeto poético, que se apresta a un proceso, más que de reflexión, de meditación, tan breve en número de versos –excepto en los pocos de carácter más narrativos-, como intenso por las palabras que los escriben.

Pero esa meditación emocionada pocas veces lleva a conclusiones tranquilizadoras, por lo que mantiene la tensión en el lector, aunque sí preste un consuelo, también al poeta, el que le ofrecen lo único que tiene, la palabra, que muestra su debilidad para el conocimiento y la comunicación interpersonal –“Nadie sabe nada de mí” es el título de la primera parte, de las dos que integran el libro-, y la mirada, por la que atrapa a al otro y a lo otro, que le atrapan, en una interpretación existencial(ista) de las no fáciles relaciones humanas, ni con uno mismo, ni con  los demás, ni con el mundo.

Tengo para mí que hay más que algo del pensamiento existencialista en la poesía de Marcos Díez, como también lo hay del vivir trágico de la filosofía –trágica- de Clément Rosset, por lo que la poesía de Marcos Díez, no tanto canta lo perdido, pues no son canto sus versos, como que examina la vida, con toda la carga de su fracaso cantado a cuestas, que es precisamente por lo que merece la pena ser vivida. No es el vivir trágico agónico (Unamuno), sino heroico (Rosset). No es pesimismo, sino el duro optimismo de constatar que nadie puede saber cómo le duele al otro lo que le duele, pero que, aun así, se puede compartir, misteriosamente, en lo hondo, el dolor.

Y es ahí donde aparece la belleza, que no requiere de otros cuidados que el de estar atentos. La belleza que forma parte del heptasílabo que da título al libro y a su segunda parte, que contiene poemas, que bien podrían figurar en la primera. La belleza que no se busca. Que se aparece. Nunca del todo. La belleza que, al descuido, a veces duele, y a la vez, consuela, redime del dolor. La belleza que hace soportable la realidad (Nietzsche). La belleza que es herida y es bálsamo. La belleza que forma parte del endecasílabo, con el que termina el libro.  Un libro de palabras diáfanas, que sostienen pensamientos, que son imágenes y metáforas, o imágenes y metáforas, que son pensamientos. Todo ello imbuido de sobria y ordenada belleza. Sin descuidos. Al cuidado del poeta.

 

 

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