La increíble historia del cuadro firmado por …

Esteban de la Foz, Cecilio Testón, Helio Gogar, Lanuza y Ángel de la Hoz son los cinco artistas que firman el cuadro entregado en el Bar Porticada una noche a finales de los 70 como pago por las copas que unos jóvenes clientes no pudieron pagar. Casi 50 años después, se 'redescubre' la obra.
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45 años llevaba el cuadro en manos de Jesús. En realidad, más que estar en sus manos, colgaba de las paredes de su casa en Beranga. Allí estaba hasta que su mujer decidió que ya llevaba demasiado tiempo  y lo quitaron.

Entonces, Jesús recordó la historia del cuadro y se planteó darle una nueva oprtunidad cambiando el marco «si es que merecía la pena». Así es como la obra  llegó hasta ‘Acuarela’, la tienda de enmarcaciones de Rualasal que, con una simpatía desbordante, gestiona María, una mujer acostumbrada al trato con los artistas locales que pasan por su pequeño pero siempre bien aprovechado establecimiento. «Cuando Jesús me trajo el cuadro, que es una especie de collage, enseguida me di cuenta de que estábamos ante una obra excepcional. Y lo es porque, no es que lleve una firma interesante, es que se trata de una sorprendente obra colectiva realizada por un grupo de 5 artistas muy relevantes», explica.

ESTEBAN DE LA FOZ, CECILIO TESTON, HELIO GOGAR, LANUZA Y ÁNGEL DE LA HOZ

Exposición en el Parlamento de Esteban de la Foz

Aunque cuesta leer los nombres a pie del lienzo, unos más que otros, algunos no presentan ninguna duda. En la esquina inferior derecha está la rúbrica de Esteban de la Foz, (Santander, 1928-2007)  del que se acaba de clausurar en el Parlamento de Cantabria una exposición con cerca de 40 obras del pintor cántabro al que muchos  colegas se referían como maestro y que está considerado uno de los grandes artistas de esta tierra. Según la Real Academia de la Historia, «todo su trabajo ha estado dotado de una intelectual experimentación que le hace erigirse en un artista español fundamental del último cuarto del siglo xx con plena contemporaneidad cualitativa activa en el nuevo milenio».

El cuadro lleva también la firma de Ángel de la Hoz, artista muy vinculado al movimiento cultural y artístico de Cantabria,  donde destacó especialmente por su dedicación a la fotografía. Fallecido hace tres años, a mediados del siglo pasado alternaba las exposiciones de fotografía con las de pintura e introdujo en esta región la técnica pictórica del monotipo.  En 1978 formó parte de la directiva de la Asociación de Artistas Plásticos de Cantabria y en el 79 figuró como miembro fundador del colectivo Cagiga junto con Fernando Zamanillo, Rafael Gallo, Miguel Vázquez  y Cecilio Testón, cuya firma a parece también en la creación que acaba de ser enmarcada nuevamente ahora.

Hasta su fallecimiento en 2017, Cecilio Testón fue cronista oficial de las dos Peñamelleras de Asturias. Un artista multidisciplinar descrito como «uno de los siete sabios de Asturias» que vivió en Santander, donde creó el colectivo poético Ramaizal y formó parte del núcleo fundador de la asociación de pintores y escritores de Cantabria. En 1976 dio nacimiento al grupo Cagiga formado por figuras de gran relieve que bebían de los movimientos de vanguardia que recorrían Europa en aquella época.

Helio Gogar cedió en 2012 una obra al Parlamento de Cantabria

Helio Gogar, es otro de los artistas que estampó su rúbrica en esta curiosa obra de arte. Artista y activista cultural  de origen leonés pero afincado en Santander durante prácticamente toda su vida, fue fundador ,hace 50 años, del Club de los Museos. Gogar, fallecido en 2015, expuso su obra en ciudades como París, Tokio o Nueva York y su cuadros están presentes en importantes colecciones de todo el mundo.

Lanuza  es la quinta firma que con dificultad se puede leer a pie de la obra. No está del todo claro que la grafía se corresponda con este nombre y, de ser así, tampoco podemos descifrar a quién se refiere. El coleccionista Jaime Botín cuenta que descubrió la pasión por el arte después de que el padre Martín Lanuza le llevara a visitar una exposición de José Gutiérrez Solana en el Ateneo de Santander, por lo que podría tratarse de ese Lanuza, pero este punto no es otra cosa que una elucubración de quien escribe este reportaje.

UNA HISTORIA DE PELÍCULA

En 1973, Jesús  montó el Bar La Porticada, en los soportales de la plaza que lleva ese nombre y en esa barra ha atendido a miles de clientes a lo largo de 40 años.

Cuenta que junto al bar, en la Cámara de Comercio, había una sala de exposiciones y una noche, en 1978, tras una inauguración, entró en el bar un grupo de jóvenes. «Comenzaron a pedir consumiciones y, a la hora de sacar la cartera, no tenían para pagar». Recuerda que entonces decidieron dejar allí el cuadro, a modo de pago o de señal. A los pocos días, pasó por el establecimiento alguien reclamando el cuadro, «pero yo ya no se lo quise devolver, porque no habían pagado y ellos mismos me lo habían dado. Así es como, sin saber muy bien si tenía algún valor o no, la obra ya se quedó conmigo y ahora he descubierto, gracias a María, que lleva la firma de cinco grandes, por lo que sí debe de tener su interés».

MILES DE ANÉCDOTAS

Desde que montó el bar, hasta que se retiró 40 años después, Jesús sirvió miles de cafés. Cuenta que sólo en un día, sirvieron 1.300. «Y lo sé porque el molinillo lo marcaba. Bueno, para ser exactos, fueron 1.290». Eso sí, reconoce que se trabajaba mucho. Cuando en verano llegaba el Festival Internacional de Santander, que hasta 1991 se celebraba en la Plaza Porticada, el bar que regentaba Jose abría a las siete de la mañana y cerraba algunos días a las cinco de la madrugada «venían los guardias algunos días a cerrarnos». Fueron tiempos de gloria, recuerda, en los que artistas de renombre internacional pasaron por el sencillo local donde un día cinco jóvenes entregaron un cuadro a modo de pago.

Foto de Pedro Palazuelos incluída en el libro ‘Música Porticada 1952-1990?

Jesús comienza a decir nombres de personas relevantes a las que ha atendido al otro lado de la barra y se queda solo. «Yo no habré cantado con Plácido Domingo o Montserrat Caballé, pero les he servido más de uno y. más de dos cafés. La Caballé, cuando venía a Santander, siempre le regalaba a mi hija, que era pequeña, uno de los ramos de flores que le entregaban a ella tras la actuación». También José Carreras pasó por allí. «Muy seco antes de la enfermedad, pero después cambió completamente y era muy servicial. Lo que siempre le gustó fue el buen jamón», cuenta para seguir diciendo que con Emma Cohen, por ejemplo, se llevaba muy bien. «Un año que no vino, hasta me mandó recuerdos a través de Fernando Fernán Gómez, que actuó en la Porticada».

Julio Bocca, Juan Luis Gallardo, Pedro Lavirgen, Norma Duval o Raphael son otros de los grandes que pasaron por el bar la Porticada en los años en los que los grandes ballets y las orquestas sinfónicas de todo el mundo actuaban en una plaza cubierta con lonas. «Ensayaban por la mañana y aquí venían todos a tomar café y, por la tarde, antes de la actuación, pasaban por aquí otra vez».

Anécdotas las cuenta sin necesidad de pensar demasiado. Desde el perro de Antonio el bailarín, «que sólo comía solomillo», hasta la noche en que recibió la visita de un guardaespaldas de la Reina Sofía que asistía en ese momento a un concierto, y que llegó hasta allí con una petición del entonces rey Juan Carlos: «el guardaespaldas me pidió que le consiguiera unos espárragos que el rey había tomado con el alcalde Alfonso Puente una vez que visitó Santander y de los que guardaba un gran recuerdo». Por supuesto que se los consiguió «aquí, en una tienda de la calle Rualasal», recuerda risueño.

Normalmente siempre cobraba sin problemas. La noche en que el cuadro terminó en su poder fue algo excepcional, aunque reconoce que otros días tuvo peor suerte. «Hombre, recuerdo una noche que me dejaron un cañonazo de 11.000 pesetas en gintonics, esos nunca los pude cobrar».

 

 

 

 

 

 

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