El afiladooooooooooor, ha llegado el afiladooooooooor

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El afiladooooooooooor. Se afilan cuchillos, tijeras. El afiladoooooooooooor. Llega el afiladoooooooooooor.

Y, a continuación, Jose sopla por ese pequeño artilugio que silva una escala ascendentes y otra descendente para volver a su mantra. El afiladoooooooor….

Le escucho a través de la ventana abierta y salgo corriendo al balcón. Avanza por Daoiz y Velarde, entre Pombo y Cañadío. El afiladooooooooor….

Bajo inmediatamente y le saludo. Sonríe. Lamenta no tener tiempo para parase a charlar. Se disculpa y sopla por el artilugio. Escala ascendente, escala descendente.

Se acerca una señora. «¿Cuánto cuesta afilar un cuchillo?» pregunta. «Depende», contesta Jose, «hay que verlo». La posible clienta explica que se trata de un cuchillo grande y coloca las manos para orientar sobre el tamaño. «Cuatro euros», dice el afilador. Tras poner cara de parecerle mucho, la señora se aleja. Trato frustrado.

Le he escuchado decir tres frases, pero me bastan para imaginar de dónde viene. «¿Gallego?», le pregunto. Sonrie. «De Verín», responde con cierto orgullo.

Me cuenta que siempre se ha dedicado a esto, que ya su abuelo era afilador y que la bicicleta tiene sus años, porque la heredó del abuelo «pero está muy bien cuidada». ‘Galaico comercial’ se puede leer en el guardabarros.

Acoplado en la parte de atrás tiene un pequeño motor que conecta con las piedras de afilar que están sobre el manillar. «¿Eléctrico?», pregunto. «De gasolina», me responde.

«El afiladoooooooooor, ha llegado el afiladooooooooor».

La conversación es breve aprovechando pequeños descansos que hace antes de seguir proclamando su reclamo.

Le pregunto sobre sus clientes y me dice que particulares y también establecimientos de hostelería. Ha salido de Verín y ha llegado a Santander tras pasar por Asturias. De aquí seguirá por el país Vasco hasta llegar a Francia y ¿después? «Después, vuelta para casa» me responde siempre sonriendo.

No va solo, le acompaña una niña «mi hija», aclara. Ella me cuenta que le gusta acompañar a su padre. También sonríe.

Y, la gran pregunta. «Jose, ¿Se puede vivir de esto?». La respuesta llega levantando los hombros mientras dice: «malamente»

Tras parar un par de minutos en un cruce rodeado de bares y de terrazas semivacías, nadie acude a la llamada del afilador.

Jose reanuda el camino y sigue avanzando por Daoiz y Velarde.

Me despido agradeciéndole su atención. «Nada», me responde sonriendo y levantando la mano sin perder la sonrisa.

«El afiladooooooooor. Se afilan cuchillos, se afilan tijeras. El afiladooooooooor. Ha llegado el afiladoooooooor»

 

 

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