La lucha contra la discriminación del rural. El ejemplo de las mujeres

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Recientemente, tuve el honor de participar representando a Cantabria No Se Vende en un encuentro sobre ruralidad que tuvo lugar en Aragón, con más de 50 colectivos, de distintos ámbitos y marcos geográficos, que compartimos la inquietud de sacar el campo del ostracismo en que se encuentra.

Aprendimos un montón en las charlas, y participando en grupos de trabajo sobre derecho a la alimentación saludable, defensa del territorio frente al extractivismo, condiciones laborales en el sector agrario, la cuestión de género en los pueblos, sinergias entre organizaciones…

Hablamos de la falta de una teoría y práctica rural en la izquierda política, tan urbanita. Y pensé que la lucha feminista en los últimos tiempos es un inmejorable ejemplo para acabar con la discriminación del rural, en varios aspectos:

1) Toma de conciencia. Ser conscientes que por el hecho de ser de pueblo, formamos parte de un colectivo con rasgos comunes, como sufrir discriminación en cuanto al acceso al transporte, sanidad, educación, ocio…

2) Autoestima. Superar tantos complejos inoculados, para convertirlo en orgullo crítico.

3) Poner fin a las lecciones ajenas. Necesitamos que sean las personas que forman parte de los pueblos las que tomen protagonismo, pensar el rural desde dentro.

4) Rechazar la culpabilización. Al igual que hubo muchas voces que responsabilizaron al sufragio femenino de la victoria conservadora en las elecciones republicanas de 1934, cada vez que hay elecciones hay que escuchar culpar al conservadurismo de las provincias agrarias de la falta de representación de la propuestas más progresistas. Pero es que además, en lugar de buscar cambiar las cosas en esos territorios, se pasa a querer desposeerlos del poco poder que tienen. ¿De verdad el problema de la democracia en España es la sobrerrepresentación de Teruel o Soria, la poca representatividad de las grandes regiones urbanas?

Habría mucho que decir sobre el origen y la continuidad de ciertos tópicos que pesan sobre lo rural, pero lo principal es que no sirven para mejorar las cosas.

5) Y quizá menos importante, pero sí muy simbólico: el lenguaje refleja y reproduce realidades sociales. ¿En qué piensan si les hablo de un ‘pueblerino’ o un ‘aldeano’? ¿Y de un ‘ciudadano’? ¿Cuándo dejó de ser “el pueblo” el sujeto político de la izquierda, y pasamos a aludir todo el rato a “la ciudadanía”? Yo no soy ciudadano, busquemos conceptos más inclusivos, como el de vecindad, comunidad, población, paisanaje. Seamos paisanos y paisanas.

Por último, la advertencia de que conforme se vaya dando esa toma de conciencia para reivindicar cambios, según nos vayamos empoderando, habrá quien quiera surfear la ola utilizando esta causa justa. Por eso hay que tener siempre claro que el horizonte es de igualdad plena. No en el sentido de homogeneizarnos, pues estamos orgullosos de vivir donde y como vivimos, sino de tener el mismo acceso a los servicios: queremos vivir con los mismos derechos, sin marchar de nuestra tierra.

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