Madrigueando

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Madriguera:

Del lat. vulg. *matricaria, y este der. del lat. matrix, -īcis ‘hembra reproductora’, ‘hembra de cría, nodriza’.

1. f. Cueva en que habitan ciertos animales, especialmente los conejos.

2. f. Lugar retirado y escondido donde se oculta la gente de mal vivir.

Estas son las acepciones que la R.A.E ofrece para definir la palabra “madriguera”. Pero esta madriguera es diferente, no acaba de encajar completamente con las categorizaciones clásicas, con las “etiquetas” que se ponen desde fuera.

Quizás porque para conocerla realmente necesites adentrarte en ella y ver quien la habita (un poco como con las personas). A qué “ciertos animales” se refiere; si los reconocerás o si encontrarás especies nuevas surgidas de esa realidad y ese espacio que habitan. Tal vez conejos, como los de Alicia, que han evolucionado conscientes de la importancia de aprovechar el tiempo que les rodea. Conscientes de que el tiempo pasa, volando o como una losa, pero pasa. Cambian, evolucionan, tanto ellos como la forma de definirse. Y las etiquetas de antes ya no sirven; y las nuevas cambian tan rápidamente que quizás solo quede la opción de renunciar a ellas, mas que nada para no quedarnos anclados en el inmovilismo del prejuicio que acarrea el hacerlo.

Así, el lugar retirado y escondido donde se oculta esa “gente de mal vivir” podría ser la definición que, sin quererlo o buscando el sentido contrario, mejor se ajusta.

En una sociedad donde lo normal se traduce en forma de injusticia o impunidad, donde mostrar debilidad se convierte en estigma, o donde simplemente mostrarse se convierte en síntoma de debilidad, ser considerado como “gente de mal vivir” se convierte en una de las mejores denominaciones posibles.

Cuando “el buen vivir” significa mirar a otro lado, o simplemente no mirar, cuando el buen vivir significa aceptar o normalizar la barbarie, el dolor ajeno, el hambre, la guerra o buscar excusas para justificar el daño gratuito, quizás ese “mal vivir” se convierta en un acto consciente de rebelión contra un orden de las cosas que ha puesto patas arriba la humanidad de las personas.

De esta forma, la madriguera es un espacio de resistencia con vocación de no dejarse arrastrar, y de plantar cara a tanto “buen vivir” de unos a costa de tantos y tantos otros. De tanta definición escrita como coartada para el verdugo.

Y es por eso que la madriguera va cambiando, se va redefiniendo sin olvidar su propósito original, sencillo y revolucionario a la vez; crear puentes para derribar muros, con los pies en el suelo, conscientes de la realidad que le rodea, pero mas consciente de que esa realidad no es algo inalterable, inamovible, sino algo que se puede cambiar. Y hay muchos lugares desde donde hacerlo.

La madriguera es uno más y se define desde quienes durante la pandemia y el confinamiento cedieron sus textos y sus obras de forma desinteresada para amortiguar, en lo que se pudiera, el golpe. Como primer paso para dar el siguiente, como parte de mucho más, o simplemente como desahogo para seguir tirando. Sea como fuera el concepto crece incorporando los matices, las experiencias, las voces, las emociones y los pedazos de vida, de quienes lo van nombrando.

Y así, la definición de la RAE se nos está quedando como corta. No es capaz de explicar el significado de lo que Santiago, Topán, Montse, Juan, Jenni, Miriam, Pilar o Néstor (por citar solo unos pocos y con el permiso del resto) comparten en cada una de las presentaciones. Y de ahí surgió el gerundio “madrigueando” porque el verbo ya lo ponían ellos a través de sus palabras.

La pandemia nos mostró cuantos y cuan diferentes confinamientos podemos vivir, reflejó o visibilizó aquellos que ya existían, puso de alguna forma el foco sobre los confinamientos que continúan, las secuelas de lo vivido. Los peajes del encierro, las contradicciones del mismo y las responsabilidades. Una fotografía hecha de miles de instantáneas que iban cambiando a velocidad de vértigo. Volver a hablar de ellas en cada presentación nos retrotrae a ese vértigo vivido, a ese vacío, a ese impacto emocional y psicológico que aún estamos aprendiendo a modular, a gestionar, o simplemente a sobrellevar de la mejor manera posible.

Y, precisamente por eso, se hace tan necesario este ejercicio de memorias compartidas. De “madriguear” a través de la escucha de tantas historias y vivencias que solo son alguno de los botones de muestra de un traje que nos desnuda para darnos un poco de abrigo. Y así, ese lugar deja de estar escondido, porque no hace falta esconderse. Reivindicando ese momento en el pudimos ver como, pese a todo, cabía un espacio para mostrar lo mejor de cada cual. Pese a los muertos, al miedo, al egoísmo, a las diferencias… hubo un momento en el que esa parte afloró. Ese momento, es el que se reivindica en el libro, que no renuncia al propósito por reencontrar la(s) salida(s) y de (re) definirse desde ahí.

Pero sobre todo, cada encuentro, cada palabra, cada acción va por las víctimas de la pandemia, por sus familiares y seres queridos y por todos aquellos que no tenían madrigueras, ni redes; sociales, ni reales, ni virtuales. Por quienes aún carecen de ellas en cualquier tipo de pandemia definida como guerra, pobreza o “fallo del sistema” (o como “gente de mal vivir”). Y así el “madriguear” irrumpe en el diccionario de lo cotidiano, que es donde adquieren significado las palabras, como verbo siempre “en construcción” : dícese de quienes no se dan por vencidos…(el significado se lo pones tú).

Nota: Este miércoles visitamos el Centro de Rehabilitación Psicosocial “Hermanas hospitalarias” de Santander. (Actividad organizada por la entidad para sus usuarios y, por lo tanto, no abierta al público. Seguimos “madrigueando”…

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