Fusión de espíritus

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“Los poetas occidentales, aun cuando la cantan, no hacen otra cosa que utilizarla”. Se refiere el poeta, Joan Margarit, a la naturaleza. También cuando escriben haikus.

He leído esas breves composiciones poéticas, de origen japonés, firmadas por poetas occidentales de muy variadas tendencias, si es que en poesía hay tendencias, más allá de las disquisiciones, que entretienen a críticos, profesores y doctorandos. Poetas abonados a las 17 sílabas métricas -5+7+5-, que es la única del haiku occidental, si bien desde sus orígenes ha contado con venerables poetas orientales, que dieron a la métrica alguna libertad en las sílabas, no así al número de versos, tres. En cualquier caso, siempre con toda la atención puesta en la razón su razón de ser, la naturaleza, no como un medio, sino como un fin por y en sí mismo.

La naturaleza, tenida como un todo, en sus elementos, cada uno de ellos, también un todo: sustancias en el doble sentido, tanto de frutales, que estimulan los sentidos y conmueven la sensibilidad,  como de esencias, que germinan en el corazón. Hay que estar, si no inmersos, sí al menos fuertemente afectados por la espiritualidad oriental para escribir haikus, que no solo lo parezca, sino que realmente lo sean.

Y no es el caso de los escritos y publicados por los poetas occidentales, en los que la palabra gira en torno al que los críticos llaman “sujeto poético”, es decir, un yo, que observa la naturaleza, y la canta, como quien canta una canción de amor, y cuenta cómo le va o cómo le ha ido, sin hacer del amor parte inseparable de su ser. En el haiku no hay diferenciación entre el sujeto, el yo, y el objeto, la naturaleza, sino la fusión de ambos en un espíritu común.

A veces ocurre que un día llega a las manos de uno un libro de haikus, que lo son, por más que escritos por poeta occidental, que canta la naturaleza, no desde la observación, sino desde la contemplación, en la que, a su vez, se contempla. Es el caso de “Un solo instante”, colección de haikus, escritos y reunidos en libro por Lola Mons, cuyas composiciones de 17 sílabas se apartan del dualismo alma-cuerpo, fundamento de la espiritualidad (¿ occidental, para instalarse en el no-dualismo materia-espíritu, en el que en Occidente se adentraron los poetas místicos, y así les fue de mal, en vida, con los guardianes de la ortodoxia cristiana.

La mirada de Lola Mons no es la de los ojos de la cara, con la que meramente describir lo que ve. Tampoco la de los ojos de la mente, por la que establecer relaciones efímeras entre los elementos que ve. Estas miradas son tránsitos que conducen a la mirada de los ojos del corazón, donde los espíritus de la naturaleza y la poeta se encuentran en la contemplación, que hacen del paisaje una obra de arte espiritual. Es la mirada que alumbra y es alumbrada por los destellos de ramas, del viento, del bosque, del mar, del ciruelo, de la alondra, del narciso, de las nubes, de los zarzales…piedras preciosas, que la poeta engarza en esas pequeñas joyas poéticas, que son cada uno de los 136 haikus, que componen “Un solo instante”. Cada una de sus palabras expresa una emoción que se dice a sí misma, y enciende tenue llama emocional en el pecho de la poeta. Y en el de todo lector bien dispuesto a dejarse sentir su calidez.

Cabe preguntarse qué ha llevado a Lola Mons a entonar un canto a la naturaleza, sin utilizarla, corrigiendo la afirmación de Joan Margarit, con la que iniciaba estas líneas. En su larga nómina de agradecimientos figuran los nombres de quienes tiene como “mi familia japonesa”. Como sea, en el haiku, tan pequeño, anida la grandeza de dos corazones, que laten al unísono. Latido, cuyo eco Lola Mons comparte con el corazón del lector, en “Un solo instante”

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