Orallo, el arte de la generosidad

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El pasado día 13 de abril asistí a la proyección del documental, realizado por Iñaki Pinedo y Carlos Aldaco, “En la línea  del horizonte”, que tiene por protagonista al pintor Roberto Orallo, con motivo de homenajearle, dándole la voz para hacer el relato de los lugares y los tiempos que han sido hitos en el devenir de su obra artística. Así, el documental forma parte de otros acontecimientos celebratorios a lo largo de este año, 2023, que, en lo cultural, lleva el nombre de artista.

No voy a referirme aquí al documental, como tal, pero sí lo voy a aprovechar para recordar momentos, en mi relación con Roberto, no muy frecuentada, pero sí lo suficiente como para celebrar con estas líneas su calidad humana. En el documental, al hablar de su trabajo docente, y de los resultados obtenidos, no tiene ningún empacho en aceptar y agradecer todo lo aprendido de sus alumnos -algunos, hoy, discípulos-, cuando el maestro es él. Tal reconocimiento sólo se puede sentir, y decir, desde la generosidad de quien, porque sabe y quiere dar, también quiere y sabe recibir. Generosidad hermanada con la humildad. Yo también he sido beneficiario de esa generosidad.

Conocí a Orallo en el curso académico 1978-79, en el Instituto de Bachillerato Santa Clara, de Santander, donde los dos impartíamos clases: él, de Dibujo; de Filosofía, yo. Coincidimos durante ese curso, solamente, pues yo me trasladé a Tenerife al curso siguiente. Como en todos los institutos, en los que trabajé, también en el Santa Clara formé un grupo de teatro con los alumnos, pocos, que quisieron participar en él. Sin habérselo pedido, Orallo se ofreció a encargarse de los decorados: los diseñó, los montó y los situó en el escenario. Su disponibilidad para los alumnos y para los compañeros era incondicional, por más que, como en este caso, se tratara de una actividad mal llamada extraescolar -como si escolar sólo fuera la enseñanza de asignaturas regladas y calificables-, que, tanto los alumnos, como los profesores practicábamos gratia et amore, con el único propósito de ampliar la formación de los alumnos, atendiendo a sus aficiones.

Roberto Orallo nació el año 1947. En 1994 cumplió 47 años, Estaba preparando, entonces, los cuadros para una exposición, en la que el 47 fuera el motivo, para la que pintó, principalmente, portales de Santander con el número 47. Me pidió un texto para el catálogo de la exposición. Yo me habría ofrecido, sin habérmelo pedido, si no hubiera sido por mi escasez de conocimientos pictóricos. Así se lo hice saber, pero reiteró su deseo de que yo escribiera el texto para el catálogo. Agradecido, lo escribí, y pasó el filtro de José Hierro, con quien yo nunca hablé, pero con el que Orallo mantenía amistad, y se lo dio a leer. Tengo para mí que Orallo es a la pintura lo que Hierro a la poesía, en humanidad y en humanismo. La exposición se presento bajo el epígrafe de “47, una celebración”, título que yo había puesto al texto de presentación. Orallo quiso corresponderme con el regalo de el boceto de un cuadro con el portal número 47 de la calle Santa Lucía, de Santander, que tengo por cuadro acabado, como todo el que lo ve.

En 1996 publiqué -fue autoedición- mi segundo poemario, “Sobre el reverso del viento”, Dividido en cuatro partes, tantas como estaciones del año, contiene doce poemas, tres por cada parte-estación. Se lo mostré a Roberto, quien se ofreció a ilustrarlo con algún dibujo de su autoría. Cuando me citó en su casa-estudio, me recibió con una carpeta en sus manos, de la que fue sacando hasta doce dibujos, uno por cada mes, más uno, que resultó ser un retrato mío, muy del estilo oralliano del momento, Tan abrumado, como agradecido, convinimos en seleccionar -difícil cometido- cuatro dibujos, para introducir cada parte del libro, y también el retrato, que figuraría en la portada. Su generosidad no quedó en eso: me regaló los cinco originales, y pensé que con los trece podría haber montado una muestra de sus dibujos. Con no muchos más cuadros he visto alguna exposición.

Aún antes, en 1995, con motivo de mi primer poemario, “La hora sagrada del reposo”, le pedí, ahora sí, que me acompañara en el acto de presentación, que estuvo a cargo del profesor Carlos Nieto, y que firmara también los libros, que nos presentaran para ser firmados. No sólo me acompañó y no sólo los firmó, sino que, en cada uno de los libros firmados, hizo, junto a su firma, un dibujo distinto, del mismo estilo de los creados para la edición del libro.

A lo largo del tiempo, he comentado para la prensa, desde mi sola condición de espectador, varias de las exposiciones de Orallo, y siempre he pensado, y pienso, en la desproporción cualitativa que hay entre unos cuantos folios escritos, para unos momentos concretos, y que se los lleva el viento, y seis creaciones artísticas, que permanecen en una pared y en la portada y entre las páginas de un libro, que se puede multiplicar en ejemplares.

En el documental, Ana de la Robla -poeta y muchas cosas más-, Carlos Nieto -filósofo y muchas cosas más- y Guillermo Balbona -periodista y muchas cosas más-, conocedores de Roberto Orallo y de su obra, hablan de la poesía que informa sus cuadros y del interés por el ser humano en su pintura. En la exposición de 1995. “47, una celebración” hizo su aparición, cruzando las calles pintadas de Santander, un hombrecillo, al que Orallo ha venido observando en profundidad para ir más allá -más adentro- de su cuerpo, como si no lo tuviera, para pintarlo con sus grandezas y con sus miserias, con sus tristezas y sus alegrías, con sus éxitos y sus fracasos, con sus amores y sus desamores, con sus ocios y sus trabajos, con sus diversiones y sus aburrimientos…desde una mirada poética, a veces, celebratoria; elegiaca, a veces. Siempre solidaria, con ese ser humano objeto de su preocupación humana y su ocupación creadora, de la que ofreció una amplia muestra, cuando en 2016, en CNFoto (Torrelavega) tuvo lugar la exposición antológica, “Perspectivas en el tiempo”, en la que se suceden, cuadro a cuadro, de todos los tamaños, la continua indagación del artista, a lo largo de 20 años, en el alma del ser humano. Con los pinceles de la generosidad.

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