Sobre memoria democrática

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«La memoria ha constituido un hito importante en la lucha por el poder conducida por las fuerzas sociales. Apoderarse de la memoria y del olvido es una de las máximas preocupaciones de las clases, de los grupos, de los individuos que han dominado y dominan las sociedades históricas». Jacques Le Goff

En su obra “El presente como historia” el profesor Julio Aróstegui reflexiona hasta qué punto el presente es una construcción social. “En el tiempo de nuestro presente ocurre que el acontecimiento que lo sustancia se vuelve efímero, pero reclama registro y democratización en el contexto de la “representación histórica”1. En ella pone el foco en la identidad del individuo, en como somos lo que somos y decidimos ser, como depositarios de la experiencia vivida. Bajo qué coordenadas nos mostramos en sociedad, y cómo esta acción se construye desde la propia historia. Ese cúmulo de acontecimientos que forman parte de nuestra existencia y que decidimos colocar de una u otra manera. Porque, de alguna manera, cada individuo es depositario de la historia, de las historias que le han precedido, de cómo éstas forman parte de él. Precisamente por eso la historia adquiere un componente de elección, nos interroga en cómo queremos mirarla, desde dónde decidimos hacerlo. No nos deja ser sujetos pasivos. Nos se trata de manipular el hecho histórico a nuestro antojo; el hecho histórico permanece dentro de las propias dificultades que el campo de las ciencias sociales nos ofrece, pero dotándonos de  herramientas para objetivarlo. Un hecho histórico es, por ejemplo, el 20 de noviembre de 1975 cuando muere Francisco Franco poniendo fin a cuatro décadas de dictadura. Da comienzo lo que se ha conocido como Transición hacia la democracia (liberal) en un intento de homologación al resto de democracias occidentales.

El 20 de octubre de 2011 ETA cesa su actividad tras cuatro décadas. Analizar este hecho implica estudiar y categorizar los factores que formaron parte del proceso que acabó con el fin de la banda terrorista. Al igual que con el caso de la muerte de Franco y la vuelta a la democracia en España. Así, tras el hecho histórico viene la pugna de los diferentes relatos por convertirse en el hegemónico para validar su interpretación de la historia: El sentido histórico de los acontecimientos. Las dos fechas citadas nos ofrecen un marco histórico de referencia en el que abordar los acontecimientos ocurridos. Sin embargo, como decía el profesor Aróstegui, será el individuo en la construcción de su identidad quien decida el valor, el sentido histórico, de esos acontecimientos, acompañado del valor moral de los mismos; quien los coloque, priorice, categorice, y dote de un sentido u otro. Por eso es tan necesaria una memoria democrática que rompa esa arbitrariedad epistemológica, ese relativismo en el que la bota que pisa el cuello puede acabar reivindicando su papel de víctima por no quedarle mas remedio que mancharse las suelas con la sangre de quien aparece tumbado en el suelo. Y no tiene porqué sufrir su terrorismo estético.

La memoria democrática no altera el hecho histórico, sino que le ofrece un contexto aproximativo para el presente. Con la memoria democrática entendemos que Franco era un dictador, responsable de la muerte de cientos de miles de personas, que lo fue como consecuencia de un golpe de estado en 1936 al que la propaganda franquista lo denominó “alzamiento militar” con el objetivo de hacer que las palabras le dieran un sentido determinado a los hechos. Al hacerlo, si asumiéramos esos términos, entraríamos a formar parte de una retórica de justificación, conscientes o no, de un imaginario determinado: El franquista. De la misma manera, si los asesinatos de ETA fueran considerados como “víctimas de un conflicto” considerándose a ETA como “banda armada” estaríamos de la misma manera asumiendo un marco de interpretación de la realidad con una retórica, conscientes o no, al servicio de un imaginario determinado: El de ETA. De ahí la necesidad de una memoria democrática que nos ofrezca ese marco desde el cual tanto el individuo como el colectivo puedan aproximarse  al hecho histórico desde el presente con el objetivo de no asumir marcos explicativos de justificación e inevitabilidad.

Tampoco podemos obviar cómo la palabra dota de sentido simbólico a lo ocurrido, cómo lo dota de una categoría moral determinada haciendo que el hecho histórico opere de una u otra manera en cada uno de nosotros, y en nuestra respuesta como colectivo. No significa cambiar la historia, ni hacer presentimos, sino al contrario, analizar el marco mental de quien es protagonista de dichos acontecimientos, darle esa perspectiva temporal que nos ayude a entender sin justificar, a explicar sin hacer proselitismo y, desde el presente, dotar de sentido democrático a la interpretación del hecho histórico. Porque desde el presente se construye la huella un futuro que ya es ahora. Y, volviendo a la cita que encabeza el artículo, se hace imprescindible una memoria democrática que evite que nadie se apropie de la memoria o, aún peor, del olvido.

Nota 1: Una aproximación a la obra del profesor Aróstegui la podemos ver en: HISPANIA NOVA. Revista de Historia Contemporánea Núm. 13 (2015). Magdalena González: La teorización de Julio Aróstegui sobre la historia del tiempo presente como historia vivida

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