Estamos acostumbrados porque no es que toque en cada campaña electoral, sino que en Santander se repite en general durante el goteo diario de la legislatura.

En las elecciones pasadas fue el soterramiento de San Fernando, el oso de Okuda en Gamazo o el aparcamiento en el Palacio de Festivales (entre otras cosas porque estos dos últimos eran planes sobre suelos que no eran suyos), y a lo largo de las legislaturas Santander llegó a tener, sobre el papel, torres bioclimáticas en La Remonta, torres singulares en Las Estaciones o ascensores acristalados en general, del Chiqui a la peña de Peñacastillo.

Ahora pasa que el partido de gobierno único de Santander que siempre vendía que sus décadas sin relevo en la institución le hacían acumular una experiencia de gestión que rozaba la perfección ha fallado por ahí, pero además por lo más básico: las calles están sucias, no hay presupuestos, los contratos municipales se han salido de madre, los policías locales tiran de móviles porque no tienen emisora que funcione, los locales comerciales cierran, las terrazas se extienden tanto como los pisos turísticos y el ocio nocturno no es nocturno ni se da en discotecas, sino en el gigantesco after de madrugada en plena calle en que se ha convertido parte de la ciudad.

Dicho de otro modo: si el PP de Santander fuera una persona, sería una persona comportándose en cierto estado de dejadez general, no asumiendo las mínimas obligaciones de un adulto responsable

• sin salir duchado de casa que supone la limpieza de las calles,
• sin andar pendiente de tener dinero en el bolsillo o la cuenta por si llegan recibos que implica tener presupuestos
• sin tener la casa ordenada que no vemos que las calles sean calles, las terrazas sean terrazas, y no se acabe todo mezclando
• sin saber cuáles son las obras de reforma futuras en el piso que en materia de ciudades se planifica a través de un Plan General  de Ordenación Urbana
• sin preocuparse por estar listo para ponerse a trabajar cuando toque, imposible en un panorama de locales vacíos y licencias que tardan meses en concederse
• sin llegar a casa a una hora prudente, y en su lugar estar dando voces de madrugada por la calle
• considerando que todos te tratan mal y cargando contra quienes en realidad te ayudan (desde bramar por la pronosticada no llegada de unos fondos europeos de los que se acabó presumiendo hasta no evidenciar el papel estatal del emblemático proyecto que será el Reina Sofía, o el autonómico MUPAC, ya en obras)
• con dificultades para relacionarse con el resto del mundo que late en esa vocación de presentarse a una campaña electoral diciendo, abiertamente, que es que se le da mal pactar (las alternativas en el pasado han sido pactar con tránsfugas o sacrificar partidas para Cruz Roja, el Sáhara, colectivos gitanos o mujeres)

El resto de partidos y los santanderinos que han dedicado esfuerzo a formarse, trabajar y cumplir con sus obligaciones llaman la atención sobre los grandes retos de futuro que Santander debe afrontar:  la adaptación al cambio climático, los retos de la movilidad, la lucha contra el impacto de la turistificación o la supervivencia del modelo de barrios y comercios cuando la presión global va en otra dirección.

Retos casi de matrícula de honor que la ciudad afronta sin que sus gobernantes hayan llegado al aprobado raspado porque cuatro décadas después ya no se es capaz ni de salir duchado de casa.