Aprender a través de las artes

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||por MARTA ROMERO||

Las personas aprendemos de muchas y muy variadas formas. En contextos distintos, a través de la educación formal e informal y a lo largo de toda la vida. Algunos de esos conocimientos, justo los que hacen a los humanos más humanos, nacen de la relación con algo, tan inútil en apariencia para la vida utilitarista y práctica, como son las artes.

Por ello, y aunque parezca obvio e innecesario repetirlo una y otra vez, es clave establecer puentes entre la educación y las artes con el fin de crear situaciones de aprendizaje significativo que nos preparen para la vida en un sentido amplio, no estrictamente laboral. Nuestra sociedad necesita de escuelas en donde las artes vertebren metodologías de pensamiento y de trabajo distintas, y también teatros, museos y cines en donde se ofrezcan nuevos caminos que conduzcan al conocimiento profundo, la apertura mental, el fomento de la sensibilidad y de la vida en común.

Expertos en educación, neurociencia y arte a nivel mundial defienden la importancia de aplicar formas de pensamiento y metodologías creativas que fomenten el análisis crítico, otro tipo de relaciones entre alumnado y profesorado, diseños y usos distintos de los espacios, conexiones con el entorno, etc. Sin embargo, en la práctica, seguimos suspendiendo esta asignatura.

Por un lado, la educación artística en el sistema educativo formal (impartida a través de las asignaturas de artes plásticas y de música) va perdiendo carga lectiva y se configura como un hecho aislado en el currículo educativo obligatorio español, mientras que las artes escénicas (como la danza o el teatro) están prácticamente ausentes.

Por otro lado, en los centros de artes las actividades y proyectos educativos siguen sin ser una práctica sólida y habitual que responda adecuadamente a la demanda y cree espacios de diálogo y aprendizaje conjunto a medio y largo plazo.

María Acaso hace referencia al concepto ‘art thinking’ para referirse al empleo de las artes como una metodología de trabajo en el aula (o fuera de ella), como una experiencia aglutinadora desde donde generar conocimiento sobre cualquier tema: “Internet y las tecnologías de la información han transformado nuestras vidas, pero las escuelas, los museos y los teatros siguen siendo muy parecidos a los de hace cien años, no están integrados en su realidad actual. La verdadera innovación de la educación del siglo XXI pasa irremediablemente por la incorporación de las artes”.

La danza (entendida en su sentido más amplio de cuerpo y movimiento) es un medio valioso para ampliar nuestra conciencia, fomentar la educación para la salud, la estética, la creatividad, el respeto, la cooperación, la paciencia, el liderazgo, etc.

La persona puede integrar todos esos valores y cuestiones encarnándolos en su cuerpo y vivenciándolos de forma significativa, duradera y placentera. Las prácticas de movimiento nos brindan la oportunidad de reinventarnos y explorar otros roles en el grupo, relacionarnos de otra forma con nuestros compañeros/as, vencer la timidez, descubrir talentos y brillar mostrando distintos tipos de inteligencias (espacial, kinestésica-corporal, intrapersonal, interpersonal, musical). Inteligencias que quedan invisibilizadas en metodologías tradicionales de enseñanza.

La danza, además, puede servir a los adolescentes para salir de la virtualidad y de la tiranía de la imagen que rige nuestras vidas e influye en los estados de ánimo y expectativas y, de esta manera, ayudarles a aterrizar en el mundo real, aceptar la imagen propia, luchar contra la cosificación del cuerpo, aprender a relacionarse sin violencia, explorar el contacto físico no sexualizado, etc. ¿Qué puede ser más importante que eso?

Y sin embargo, ¿por qué no ocurre?, ¿por qué seguimos sin poner los mimbres para que las artes estén más presentes en nuestras vidas? Probablemente tenga la culpa un enfoque de la educación orientado a encontrar un trabajo más que a formarnos de forma íntegra como personas. Razones económicas, burocráticas e ideológicas impiden que avancemos, pero no perdamos la esperanza. Prestemos atención a lo que ya está pasando.

El otro día un amigo me hablaba de esos docentes que se esfuerzan cada día con sus alumnos/as y nos inspiran y reconcilian con la vida. También pienso en esos proyectos de mediación cultural que, en torno a un bizcocho, consiguen por un ratito crear comunidad, compartir conocimiento y sacar a las personas de su soledad. En las acciones que llevemos a cabo, tratemos de adoptar un pensamiento divergente, que relacione y asocie conceptos, ideas, materiales y objetos distintos y produzca nuevos resultados, transformaciones y encuentros. Salgamos de las dinámicas que buscan resultados llamativos y finalistas e intentemos llevar a cabo procesos más profundos que hagan que las personas se encuentren, aprendan, se eduquen, se construyan.

Como certeramente explica la filósofa Marina Garcés “la clave está en entender la educación como un conjunto de relaciones posibles en torno al saber y al aprendizaje que hacen posible acoger la existencia de cada cual con toda su carga de singularidad. No se trata de integrar a la singularidad dentro de un sistema, no se trata de pensar las personas como meras piezas, sino de componer un medio donde poder tomar ese riesgo tan difícil y necesario como es el de aprender juntos a vivir y el de aprender a vivir juntos”. Gracias a todas las personas que seguís diariamente trabajando por ese objetivo.

 

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