Orgullo sin Prejuicio(s)

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El origen del Día Internacional del Orgullo LGTBI se remonta al año 1969, cuando tuvieron lugar los conocidos disturbios de Stonewall (Nueva York), que marcaron el inicio de la lucha de este colectivo por sus derechos. En la madrugada del 28 de junio de 1969, la policía de Nueva York dirigió una redada contra el pub Stonewall, que dio lugar a una serie de manifestaciones que derivaron en incidentes violentos.”

La memoria de los vivido necesita ser recordada para darle sentido a la lucha diaria, a la reivindicación, a una visibilización tan necesaria. Al hacerlo el espacio público deja de ser neutro, porque nunca lo ha sido. A lo largo de la historia, las calles, las plazas, los lugares comunes se han vestido de una normalidad impuesta que negaba por acción o por omisión, que imponía, en este caso por acción, una única mirada del mundo, de cómo debían de ser las cosas, de como debías interpretar lo que a tu alrededor ocurría. La semántica de un amor determinado, la poética de la pareja, incluso el itinerario que había que seguir a la hora de sentir. Nadie podía salirse de la senda marcada, hacerlo te llevaba a la estigmatización, al señalamiento, a la marginalización. Y desde esos lugares se empezaron a articular respuestas, a reocupar y resignificar espacios, porque no hacerlo te llevaba a la resignación, a negar lo que eras, como sentías, como te mostrabas, no solo en la intimidad, sino en la esfera pública.

Un acto aparentemente inocente como un beso adquiría un sentido completamente diferente si no lo hacían aquellos quienes estaban destinados a hacerlo. Aquellos que representaban el canon hegemónico. La miradas no se volvía, o si lo hacían no venían marcadas por el reojo de la censura, de la desaprobación, del murmullo, de las habladurias, de la violencia verbal, física y también de la que ejerce el silencio como celda de aislamiento y exclusión social. Y así la costumbre que legitima al verdugo (en cualquiera de sus formas) se hace norma, imperativo legal y moral; se hereda, se interioriza y se normaliza: se convierte en ley. Y lo aceptamos, sin cuestionarnos ese orden heredado de las cosas. Si eres y te sientes diferente, si no encajas en ese marco, debe ser que algo te pasa, eres material defectuoso. Y el sistema tiene la obligación de hacer algo contigo. El espacio público se te es negado, el espacio privado se transforma en celda, en culpa o negación. Y luchar contra eso no es fácil. Se paga con la vida.

Cuando el prejuicio se hace cotidiano acaba viéndose como expresión de esa normalidad impuesta. Cuando hablamos de lucha cultural, por ejemplo, estamos hablando de qué visión del mundo en el que vivimos queremos tener, de cómo queremos ocupar ese espacio público y vivir nuestra intimidad. Al hacerlo nada es neutro, ni las miradas, ni las palabras que utilizamos, ni mucho menos las leyes o los gestos.

No hace ni una generación en España se encarcelaba a personas por tener una orientación sexual, una identidad o una forma de significarse en público, diferente a la considerada como “normal” (aquí vemos el peso y la importancia del lenguaje), salirte de esa “normalidad impuesta” era penalizado. Hacerlo se convirtió a la vez en un acto revolucionaria de valentía, de lucha, de pura supervivencia, porque el primer paso al cadalso es la negación de quien ere, de lo que sientes y de cómo decides sentirlo. La clandestinidad, el encarcelamiento, la tortura, el asesinato, el destierro.
Es una mota de polvo en la carretera de la Historia, un suspiro. El 26 de diciembre de 1978, se eliminó el delito de homosexualidad. Un principio que debe ser apuntalado en cada paso, en cada abrazo, en cada beso. Porque la norma desaparece, pero el prejuicio se mantiene se no viene acompañado de más, de mucho más. De la misma manera que se incorporan nuevas siglas que reflejan la diversidad en construcción de identidades negadas hace nada, que se construyen y recuperan espacios de libertad, que se resignifican palabras y lugares, hábitos y formas de expresar lo que sentimos, de la misma manera que el Orgullo es expresión de inclusión, de apostar por una forma diferente de hacer las cosas, en la familia, en el barrio, al hacer comunidad.

De esa misma manera el espacio público es, como siempre lo ha sido, reflejo de ese cambio, de esa lucha, de ese aprendizaje, de esos valores, de esa forma de entender el amor y la libertad, los derechos humanos y la democracia, la ética y la moral en lo individual y en lo común; la pugna entre lo que somos y lo que nos dijeron que debíamos ser. Al hacernos conscientes de todo eso, de lo que hay detrás de cada beso en público, de cada caminar de la mano, de lo que ha costado, de lo que aún cuesta, del significado de cada gesto, de cada acción, entendemos el valor de los símbolos, el valor de llevar una bandera arco iris, o de colgarla en un balcón, con Orgullo y sin prejuicio(s).

Nota: A día de hoy once países aún castigan las relaciones homosexuales con la muerte. En uno de cada tres son ilegales. Y aquellos donde no, los asesinatos y la violencia homófoba, machista, en sus diferentes expresiones, o el prejuicio normalizado forman parte de un paisaje demasiado cotidiano. Y cada vez más peligrosamente de determinados discursos y comportamientos políticos.

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