Cuatro personajes y dos cosas

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Que con los objetos que nos acompañan en el transcurso de nuestra vida cotidiana establecemos una relación callada es un hecho de experiencia, y no sólo si esos objetos son libros o cuadros, en cuyo caso no se limitan a acompañar, sino que también nos hablan y nos escuchan, como si  de seres humanos se tratara. También otros objetos, aparentemente sólo adornos, llevan una carga de recuerdos y proyectos, entreverados en nuestras vidas, cosas de lugares por los que pasamos y de tiempos que pasaron por nosotros, y también de personas con las que compartimos esos tiempos .y lugares, de modo que la pérdida o el deterioro de alguno de ellos puede suponer en nosotros una alteración de índole emocional, pues por ningún otro objeto podría ser sustituido, ni en ningún momento habríamos estado dispuestos a desprendernos de ellos. Tan unidos a nuestras vidas están, no tanto por considerarlos prolongaciones de nosotros mismos, como por testigos de nuestras horas domésticas, a las que dan algún significado. Si un día tuvieron un precio, pronto adquieron un valor, que anuló cualquier precio de compra y venta.

Es normal esa relación, incluso deseable, pero, ¿lo sería igual si esos objetos se encontraran en un establecimiento de venta de antigüedades, cuyo dueño y su empleado los defendieran de todo intento de ser arrebatadas de su lado? Pues, ese establecimiento existe, regentado por una especie de caballero andante, que ve en las cosas maravillas no aptas para cualquiera, y su escudero, quien en lugar de enmendarle la plana, le sigue la corriente, ambos pertrechados de argumentos, a veces argucias, para que cualquiera, atrevido y caprichoso, desista de arrebatarles aquello, de lo que no están dispuestos a ceder, pues nadie es tenido con los méritos suficientes para hacerse con objetos tan valiosos, sus precios aparte.

Ese establecimiento lo ha descubierto y nos da cuenta de él el profesor y dramaturgo, director de escena y fundador de la Asociación Escénica Unos Cuantos, Juan Manuel Freire. Y lo hace en la obra “La tienda impropia”, recientemente publicada, editada por Círculo Rojo. Destinada a la escena, no es el primer texto de literatura dramática, que ha salido de la pluma de Freire, pero sí es el primero en el que ha modificado la estructura de la obra. Si en las anteriores el tema -el arte, la inmigración, Don Quijote, los cuentos- se divide en tantas escenas independientes, como aspectos tiene el tema, que dota de unidad al conjunto, en esta ocasión el tema es desarrollado en un solo periodo narrativo, como dice el subtítulo de la obra, “Juguete cómico en un acto”. Las obras precedentes las vi representadas, antes de haberlas leído; “La tienda impropia” la he leído, a la espera de verla puesta en un escenario.

La razón de ser de la impropiedad de la tienda, que a punto he estado de descubrir del todo, es la excusa para que el autor comparta con el lector-espectador algunas consideraciones en torno a la relación de las personas con los objetos, que tienen o quieren tener, pongamos por caso una vieja -¿antigua?- silla de tres patas  o una pluma estilográfica antigua -¿vieja?-, que cuentan con sendas pretendientas, cada una movida por distintos objetivos, que no voy a declarar aquí, pues supongo que serán ellas las que querrán contarlo, cuando las lean o las vean. En cualquier caso, Freire las aprovecha para incidir en la diferencia entre ser y tener, entre precio y valor, entre poder y merecimiento, entre capricho y necesidad…, al tiempo que, con motivo de la pluma plantea sencillas cuestiones filológicas, que de su enseñanza se ocupó a lo largo de su trayectoria profesional, a cuyo hilo aparece esa experiencia que más de un escritor vive, según la que las ideas fluyen con más rapidez y seguridad con la pluma en la mano frente al papel, y si la pluma es la preferida, con más abundancia y precisión, y se plasman en la escritura, como si por la tinta que carga la pluma fluyeran historias deseosas de ser contadas.

Con un lenguaje sencillo, no exento de aliños poéticos, y más de una traza irónica, puerta abierta a un humor de pensativa sonrisa, Freire ha reunido a cuatro personajes, entre los que los antagonismos se compadecen con una interesada complicidad; el impulso agresivo se aviene con una estratégica ternura; el desvarío alterna con la cordura; la intransigencia compite con la tolerancia; el disimulo contemporiza con la verdad; la realidad raya con la ficción; los deseos niegan las razones…Cuatro personajes que son llevados a un final, que en realidad urden ellos, extraño e inesperado, dados los precedentes apuntados. Cuatro personajes, previamente descritos en su ser y su hacer,  que ya han sido puestos en acción en los escenarios, para lo cual Freire da facilidades en un apéndice que, a modo de guion cinematográfico, precisa los momentos de las escenas a ensayar. No ha dejado un cabo suelto.

 

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