Un viaje a ninguna parte

La vida es algo lleno de luces y sombras, nubes y claros, pero es importante que se pueda hablar de cosas que parece se pretende dejar enterradas siempre en un baúl. El suicidio es uno de esos temas. Algo que se debe tratar con el máximo respeto y empatía, pero que tiene que formar parte de la conversación social, por ser la primera causa no natural de muerte en España, y la mayor causa entre adolescentes y jóvenes
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El viaje a ninguna parte es una novela de Fernando Fernán Gómez que él mismo llevó al cine, como director y actor, y que fue la primera película ganadora del Premio Goya.
Una historia dramática en la que una compañía de teatro va moviéndose, en un momento de muchas penurias, durante la posguerra, en busca de triunfar por las ciudades y los pueblos. Con el deseo y el alimento de la esperanza, algo que es necesario para que el grupo se mantenga cohesionado, pero que a veces no es posible por los reveses de la vida.

El manejo de las frustraciones es una cuestión a la que se le pueden dar muchas vueltas, incluso puede costar toda una vida desentrañar el misterio, la forma de conseguir algo así. Los anhelos incumplidos, los hechos que nos complican las cosas, las desigualdades que no se resuelven…

La sociedad en la que nos movemos parece fomentar que sintamos la necesidad de ser felices. De manera permanente, además. Pero esa necesidad es lo que se puede convertir en la mayor fuente de frustración para una persona. Caer en la sensación de que nunca se encuentra lo que se busca, que esa felicidad nunca aparece.

Construir el camino hacia eso que se denomina felicidad, o estabilidad emocional, paz o tranquilidad puede ser difícil en solitario. Hacerlo en compañía se convierte en un reto atractivo, requiere de un trabajo compartido y llegar a la meta resulta una experiencia satisfactoria. No tiene por qué ser en pareja, es algo que puede suceder entre más de dos personas o por fuera del ámbito familiar.

Es también una forma de establecer una red de apoyo por si las cosas se tuercen en algún momento. Evitar la sensación, a veces muy real, de soledad. Saber que hay personas con las que tener y fortalecer un vínculo, reconocerse en el esfuerzo y la complicidad.

Cuando se consigue algo así, hay dificultades que se encaran con mejor disposición, con más confianza en uno mismo y con mejores expectativas para salir adelante. Y por ese camino también cabe sentirse más útil para los demás.

Cuando se apela al término comunidad, precisamente se trata de una complicidad y una voluntad de compartir que sirva para darle sentido al camino que se está recorriendo. No tener que afrontar las cosas solo siempre o muy a menudo.

Así explicado, todo parece fácil. Como se suele decir, la teoría es sencilla, pero llevarla a la práctica a veces resulta como un jeroglífico indescifrable. Y no siempre se tiene cerca a una comunidad o a unas personas que ayuden a salir de un problema.

Si consiguiéramos tener una capacidad extrema para ver lo que hay a nuestro alrededor, nos daríamos cuenta de que tenemos casos cerca de gente que se siente en su propio viaje a ninguna parte. En medio de la nada y sin un camino a seguir.

Sin embargo, en la sociedad del mal llamado primer mundo, donde contamos con un estado del bienestar que nos cobija, se desarrolla con facilidad la capacidad de mirar para otro lado. No es algo siempre malintencionado, pero es una costumbre que no nos deja bien como sociedad.

Ese mismo estado de bienestar también lo hace. Aunque esté en la conversación más habitualmente la salud mental, también nos estamos acostumbrando a no atender a tiempo a quien está en dificultades y no tiene las herramientas para resolverlas. Aquí también hay lista de espera, y también hay veces que se puede llegar demasiado tarde.

A esto se añade que el tema del suicidio sigue siendo una especie de tema prohibido, o casi. Pero ocurre con mucha frecuencia y también se puede hablar de ello. No afrontarlo como sociedad y como estado del bienestar no nos lleva más cerca de la solución.

La pandemia quizá sirvió como punto de inflexión, pero llegar a esa conclusión y quedarse ahí tampoco ayuda a resolver la cuestión.

El pasado fin de semana hubo un caso en Santander. Se tuvo que interrumpir el tráfico ferroviario. Sin tampoco dar muchas explicaciones a quienes viajaban en tren, y sin conseguir darles una solución, que era lo más recomendable dada la situación.

Pero es algo que no tiene reflejo. Nadie lo cuenta, no se publica y, por tanto, no existe. Mirar para otro lado.

Si ni siquiera se refleja, como para hablar del problema de fondo. Las causas del aumento de suicidios pueden ser múltiples, pero se simplifican aludiendo a enfermedades mentales, a veces derivadas de la extraña situación de la pandemia, pero sin recapacitar sobre los efectos que la desigualdad y la precariedad pueden causar en una sociedad que acumula varias crisis en un largo periodo de tiempo.

Precisamente por eso es tan importante el entorno. Funcionar como una comunidad. Eso hace más probable detectar si una persona está en un momento complicado e intentar encontrar la forma de arroparlo.

Recursos

El Ministerio de Sanidad tiene una línea de atención a la conducta suicida. Es el número 024. Gratuito y confidencial. Pero el propio Ministerio aclara que eso no es un sustitutivo de una consulta con un especialista, por mucho que esa línea esté activa permanentemente, 24 horas al día. Para situaciones de emergencia, aclara que el número adecuado es el 112.

Lo de la consulta con el especialista es otra desigualdad más. No todo el mundo se puede pagar una terapia, y los tiempos que se manejan para atender, en el servicio público, a quien pide cita se van alargando, sea para adultos o para niños.

Internet, a través de cualquier buscador, ofrece distinta información que puede resultar útil, aparentemente, pero conviene no dejarse llevar por lo que aparece en el primer resultado y fiarse más de instituciones oficiales. Buscar ayuda y alejarse de la soledad ya son formas, de por sí, de intentar solucionar un problema. Un primer paso que puede ser decisivo para que el viaje sea con un rumbo indefinido, y no a ninguna parte.

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