Balonmano Sinfín, el verso cargado de futuro
por Fernando Ausencia (Fundador de Alas Buenas Ediciones)
El Balonmano Sinfín es literatura. Resulta sencillo encontrárselo aporreando puertas que nadie se atreve a abrir. Pasa páginas, a veces se humedece su dedo índice para que no se traspapele ninguna. Todas cuentan, las que describen familias felices y las que se aproximan con realismo a la felicidad y al dolor que se esconden a la vista de una portería, un cuarenta por veinte, un altavoz mal afinado. Es una estantería con huecos disponibles que espera nuevas historias.
Es otras muchas cosas que nos gustaría que fuera. Por ejemplo, nos gustaría el niño que mira el pastel del escaparate sabiendo que en algún momento se lo comerá gustoso con ayuda de un vecino, que entra amable en el local y ante el mostrador señala con un dedo el merengue sobre el bizcocho. Nos gustaría la sentencia firme del tiempo que pasa mientras te sientes seguro y envejeces, todo a la vez.
Entre la victoria y la derrota el Balonmano Sinfín es el principio y el relámpago, el final y la llovizna sobre el asfalto que lo comienza todo. Hay un chaval bajo el alumbrado que busca su sitio, que se desorienta, como la chica que abre el cuaderno y cierra las letras que no entiende. Esos jóvenes que no saben de pasado ni presente sudan y espabilan y se adormecen, también, bajo sus capítulos. Porque el Balonmano Sinfín no entiende de mayúsculas ni minúsculas, busca su propia ortografía y escribe la historia con sus reglas. Y es la historia que entrega en los colegios, en las lecturas obligatorias de los cursos que vienen. Nos gustaría que alejarse signifique una manzana que muerdes mientras sonríes, que las calles no duelan cuando se necesita la carretera desierta y los vehículos no dejan de pasar, que haya la verja metálica y un “alto el paso” que todo el mundo acaba ignorando, y en los pabellones el deporte es un animal mitológico y las madres son de todos.
Todo eso que un lugar seguro te entrega cuando encuentras tu sitio parece que es, todo eso que lo disfraza de fintas, de paradas acrobáticas y golpes a destiempo, todo eso que la resina aporta a la comunión de una mano y el balón, todo lo que deja en el camino para que lo recojan otros y vuelta a empezar, toda la belleza que entrega al mundo y que lo transforma, todo lo que hace grandiosa la caricia al entorno, al barrio y a los hogares…
Se escribe como se vive, escuché una vez, desde la timidez y la desvergüenza, donde el discreto transforma su alrededor, donde el mago engaña enseñando un partido de balonmano cuando la sorpresa es otra cosa que impacta en tu ventana. Como el que pasa de largo, igual que el ídolo que llama a un niño anónimo por su nombre de acera a acera, igual que la luz invierte en la oscuridad para ofrecer algún que otro claro, igual es el Balonmano Sinfín ante la vida que, como ella, siempre está empezando.